Hidalgo 'rescata' lo más genuino de Jerez
La bodega del 'Santa Ana' se sube al tren de la calidad Posee soleras fundacionales de vino de 1860
El origen de la compañía Emilio Hidalgo no difiere mucho del de otras casas asentadas en Jerez durante el siglo XIX. Un emprendedor de Antequera, Emilio Hidalgo Hidalgo, que pisó la ciudad a finales de ese siglo para unirse a su tío José Hidalgo Frías, que se inició en el negocio del vino con unas antiguas soleras de su propiedad. Pero sería Emilio el verdadero impulsor de la compañía.
Desde 1874, Emilio guardaba sus vinos en la bodega que su cuñado, Raimundo García Vega, tenía en la plaza de Silos. Ambos habían casado con las hermanas López, Ana y Josefina, que poseían las viñas 'Santa Ana' y 'El Bote' en el pago de Carrascal. Pero al morir Raimundo sin sucesión, sus vinos e instalaciones pasaron a manos de Emilio, que adquiere a principios de siglo a Servando Álvarez de Algeciras las antiguas bodegas de Molina y Cía, en el número 28 de calle Clavel, el mismo complejo que, un siglo antes, ocupara Carlos Haurie.
Emilio comenzó criando vinos para su venta local, aunque ya a partir de los años veinte la bodega enseñará su fuerte vocación exportadora. Desde 1935, la compañía cambió su razón social (Emilio Hidalgo Sucesor, Raimundo Hidalgo y Cía. y Emilio Martín Hidalgo) hasta que, finalmente, en 1970, aparece como Emilio M. Hidalgo SA. Por aquellos años, los hermanos Juan Manuel y Emilio Martín Hidalgo trabajaron duro y lograron dar un gran impulso a la sociedad, consiguiendo importantes cuotas en mercados europeos, así como en Estados Unidos y Japón. En la actualidad, la bodega permanece en manos familiares. Entre estos, aparecen los primos Juan Manuel, Emilio y Fernando Martín Hidalgo. Son la quinta generación. Se han hecho con las riendas del negocio desde hace años y han puesto en marcha una curiosa iniciativa que intenta rescatar ese inmenso legado familiar de cientos de años que el tiempo no olvidó.
En Hidalgo parece haberse detenido el tiempo. Aún hoy, cuando caminamos en silencio por las oscuras naves de la calle Clavel, su patio atestado de plantas y otras estancias, todo parece seguir en su sitio tal como lo dejó el abuelito Emilio o adivinar las carreras entre andanas de Juan Manuel y Emilio en épocas de prisas en el negocio.
Todo vuelve atrás, pensaría Juan Manuel Martín Hidalgo, un abogado que sintió la llamada del negocio en circunstancias difíciles pero que, finalmente, le apasionó. Se empapó en producción, luego en el laboratorio, más tarde en la bodega y ahora es voz importante en la gestión de la compañía.
La iniciativa Vinos genuinos de Jerez es una especie de sello de identidad que comenzó con el palo cortado 'Marqués de Rodil', 'Tresillo' (un juego de naipes con que se jugaba en la bodega), 'La Panesa' (una antigua viña), el oloroso 'Villapanés' (alusivo a la relación de un familiar con el palacio), Pedro Ximenez 'Hidalgo', brandy 'Privilegio'... "Se trata de un volver al pasado, sacar una tipología y unas marcas que arrastran historia, enseñar nuestras señas de identidad, mantener lo recibido y comercializar el buen nombre del jerez, lo más irrepetible, la calidad máxima".
La bodega todavía guarda en sus entrañas extraordinarias soleras fundacionales de vino de 1860 que han sido acrecentadas y enriquecidas. "La bodega Emilio Hidalgo se ha centrado en todo momento en la calidad -añade Juan Manuel-. Y ahora vemos cómo Jerez, por fin, ha comenzado a moverse y se ha subido al tren del vino de calidad. Hoy día, hablamos en Jerez de estatus de calidad en mayúsculas".
El fino 'La Panesa' es una de las 'almas' preferidas de la bodega. Juan Manuel dice que con él han tratado de romper el molde del fino clásico actual. "Es, como todo esto, una vuelta atrás. Demuestra que ese fino puede tener una crianza más longeva, mientras la levadura irá haciendo mucho mejor su trabajo hasta convertirlo en un vino de larga crianza biológica, dotado de una irrepetible personalidad".
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