Historia de una biblioteca, historia de una ciudad

Lectores sin remedio

Sala de la antigua sede en plaza de la Asunción. Foto Manuel Hidalgo, 1974.
Sala de la antigua sede en plaza de la Asunción. Foto Manuel Hidalgo, 1974.
Ramón Clavijo Provencio

21 de abril 2023 - 12:11

Jerez/Cuando lean estas líneas estaremos transitando por la denominada “Semana del libro”, esa en la que queremos creer por un instante que este país ama la lectura aunque la cruda realidad nos diga lo contrario. Sin embargo, y entre tanto acto organizado por la geografía peninsular, este 23 de abril Jerez tiene algo que festejar y que trasciende culturalmente más allá de los límites locales, aunque pase desapercibido para la mayoría.

Dicho día se conmemora la creación de su Biblioteca Municipal que este año llega, y son palabras mayores, al 150 aniversario (en la imagen, sala de la antigua sede en plaza de la Asunción. Foto Manuel Hidalgo, 1974). Esta biblioteca, y de ahí lo de trascender más allá de los limites locales, es la única biblioteca a día de hoy heredera de aquel movimiento bibliotecario surgido en nuestro país a raíz del decreto del Ministerio de Fomento en 1869, en pleno Sexenio Democrático, que regulaba la creación de bibliotecas populares. Aquel decreto conocido como Ley Ruiz Zorrilla, al recibir el nombre del titular de dicho ministerio, trataba de poner a nuestro país al mismo nivel que los países de nuestro entorno en relación a la accesibilidad al mundo del libro, y tuvo un éxito espectacular sobre el papel: entre 1869 y 1883 se llegaron a crear más de 700 bibliotecas, aunque en la práctica fue un rotundo fracaso pues de todas ellas, por muchos y variados motivos solo queda a día de hoy la biblioteca jerezana.

Habría que esperar a la Segunda República cuando con otro Decreto, este de 1932, se regulaba la normativa para creación de bibliotecas municipales tratando de que en la práctica, como así sucedió, estas no corrieran la misma suerte que las creadas con la Ley de Ruiz Zorrilla. Sin duda conocer la historia de la biblioteca Municipal de Jerez es conocer un trozo de la historia contemporánea de esta ciudad. Personajes relevantes de la sociedad, la cultura y la política jerezana estuvieron vinculados a ella por uno u otro motivo: Ramón de Cala, Manuel Bertemati, José de La Herrán, Ramón León Mainez entre otros.

Una biblioteca que también vivió momentos críticos que logró superar: en 1873, recién inaugurada, estuvo a punto de desaparecer como esos cientos de bibliotecas populares a las que nos referíamos antes. Durante la Guerra Civil y los primeros años de la posguerra se vive en ella el asfixiante control que se ejerce sobre el libro, mientras en sus depósitos se custodiaban libros requisados. Y así hasta llegar a etapas que pese a su cercanía y trascendencia resultan desconocidas para la mayoría, como aquellos difíciles años de la Transición, ya finalizada la larguísima etapa en la dirección de la Biblioteca de Manuel Esteve Guerrero (1931-1974), y que culminaría con el traslado a su segunda y actual sede en la Plaza del Banco.

Penas

Andaba yo el otro día que vivía sin vivir en mí, como tristoncillo, apesadumbrado. Mis hijos me lo notaron enseguida y pronto se quitaron de en medio. “A father le ha dado uno de sus ataques de neura”, le escuché a mi hija. “Pues no seré yo quien le ponga el hombro”, le oí a mi hijo, siempre tan generoso en el consuelo. Hasta mi mujer me lo notó; ella, que para cualquier mal, sea del tipo que sea, siempre tiene el mismo diagnóstico: “serán gases”. Y el remedio no tardó en llegar: “tómate dos aerored. Son mano de santo”. En el laberinto de mis congojas acerté a pensar qué tenían que ver mis penas con las molestas flatulencias. Yo bien sabía el motivo de mis tristezas, lo había leído y oído hacía unos días en los medios de comunicación: la periodista catalana Julia Bacardit había prohibido, por rigurosa cláusula contractual, traducir su espléndida obra titulada ‘Dietari sentimental’ al castellano. “No quiero contribuir a la bilingüización de la literatura catalana”, dejando por sentado, sin lugar a la duda, de que ella escribe literatura. Además confesaba que su obra anterior ‘El precio de ser madre’ había conseguido más ventas en castellano que en catalán, pero que para preservar y potenciar su lengua materna había decidido que su nuevo libro no se tradujera a la lengua de Cervantes, de Lope de Vega y de García Márquez.

Y en cuanto me enteré, me asaltaron las interrogantes y con ellas el desánimo. ¿No podremos disfrutar ya más de las excelentes obras de esta enorme escritora?, ¿nos perderemos para siempre la lectura de una más que probable premio Nobel?, ¿después de ‘El precio de ser madre’, un título que lo dice todo, ya no podremos conmovernos con ese ‘Dietari sentimental’ que tantas emociones promete? Para quien se considera un lector sin remedio, el rotundo no como respuesta a estas interrogantes me hundía en ese abismo oscuro de la amargura. Debo reconocer mi equivocación. De nuevo he subestimado a mi mujer y sus consejos médicos de andar por casa. Me tomé dos pastillas y los libros de la Bacardit, como las penas, fueron expulsados de mi cuerpo como y por donde debían salir. José López Romero

Reseñas

Casas vacías

Brenda Navarro. Sexto piso, 2019

La mexicana Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) ha dedicado y sigue dedicando buena parte de su actividad profesional a la cultura, pero en lo referente a la literatura puede decirse que posee una aún corta producción, en la que destacan sus dos novelas: ‘Casas vacías’ y ‘Ceniza en la boca’ (2022). Sin embargo, ya con la primera, la que aquí reseñamos, se ha hecho un hueco entre los grandes narradores hispanoamericanos actuales. Avisamos: ‘Casas vacías’ es una novela muy dura, escrita a dos voces: la de la madre a la que por un descuido le roban a su hijo Daniel, de tres años y autista, en un parque, y la voz de la secuestradora, que no tiene otro propósito que ser madre. Dos voces, dos vidas o, mejor dicho, dos sufrimientos que no se quedan en la pérdida, sino en unas circunstancias que las rodean que marcan un relato no apto para lectores excesivamente sensibles. Tan dura como magnífica. J.L.R.

Nunca pasa nada

José Ovejero. Alfaguara, 2007

Nadie puede volver la espalda a una realidad evidente: la emigración procedente de los países latinoamericanos y, en concreto, el papel o, mejor dicho, los trabajos que se les han adjudicado a las mujeres de estas geografías. J. Ovejero (Madrid, 1958) nos plantea esta circunstancia; pero esta vez el protagonismo lo tiene Olivia, una ecuatoriana de diecinueve años que entra a cuidar de la casa y de la hija, Berta, de un matrimonio joven y liberal en todos los aspectos, Nico (profesor de Latín) y Carmela, que viven en un pueblo a las afueras de Madrid. Hasta aquí todo bien, si no fuera por la deuda que la muchacha ha contraído a consecuencia de la enfermedad de su madre, y que no puede pagarle a Julián, el jardinero del matrimonio y el que le ha conseguido el trabajo; y por un personaje, Claudio, alumno de Nico superdotado y marginado. Y como dicta la ley de Murphy: “Todo lo que puede salir mal, saldrá mal e incluso peor”. J.L.R.

Descampados

Manuel Calderón. Tusquets, 2023

Me ha parecido fascinante de principio a fin esta singular ¿novela?, y su lectura me ha tenido atrapado con este acercamiento a las zonas marginales de nuestra memoria, esas que todos tenemos y que Manuel Calderón ha sabido con su realista pero a la vez maestría literaria, traernos de vuelta al presente cuando parecían tan lejanas en el tiempo. Aunque centrada en la geografía urbana de Barcelona, parece claro que esta historia de una familia que se traslada a la periferia de la gran urbe a la espera de un futuro mejor, podría haber estado situada en cualquier extrarradio de cualquier otra urbe, y es ahí en su universalidad, donde reside su trascendencia y lo que la hace tan cercana. Aquellos descampados de tiempos ya más que lejanos, son hoy territorios míticos de nuestra infancia. Cosas de la memoria que de alguna manera trata de desmitificar el autor. R.C.P.

Big Sur

Jack Kerouac. Compactos Anagrama, 2023

Al sur de la Península de Monterrey, un paraje deshabitado y costero de California al pie de las montañas de Santa Lucia, fue el lugar que escogió Kerouac una vez que su fama de escritor trascendió más allá de un círculo cerrado de conocidos, para alejarse de ese “mundanal ruido” al que lo abocaba el éxito de su novela ‘El Camino’. Hoy Big Sur da nombre a una ruta mítica pero también al libro en el que Kerouac, en ese retiro voluntario en compañía de su amigo Lawrence Ferlinghetti, trató de plasmar aquel mundo solitario y alejado de todo. Un mundo que atrajo antes y después que a él a otros poetas y escritores como Stevenson, Robinson Jeffers o Henry Miller, por no hablar de los primeros representantes del movimiento hippie. Big Sur es, pues, un cúmulo de sensaciones plasmadas sobre el papel, un libro atípico donde este viajero inconsolable hace un alto en el camino antes de volver a la ruta. R.C.P.

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