Igualdad para la no violencia

Margarida Ledo Coelho Delegada De Igualdad De La Diputación

25 de noviembre 2010 - 08:12

AL mirar hoy el almanaque es obligado recordar a muchas mujeres que ya no pueden pasar las hojas del calendario. Ya no anotan que los martes hay que prepararle a la hija el chándal para la gimnasia, ni que ayer tocaba cita médica; ya no apuntan los cumpleaños de la familia, ni las reuniones de trabajo.

El 25 de noviembre se conmemora así para hacernos reflexionar sobre una realidad compleja, difícil de entender, pero para reconocer también el valor de tantas mujeres que han logrado superar la dinámica del miedo, y tras denunciar al maltratador, han emprendido una nueva vida.

Sin embargo, la violencia de género se ha convertido en algo tan cotidiano que corremos el peligro de digerir lo indigerible, sin cuestionar su origen, sin participar de las soluciones, sucumbiendo al efecto narcótico que produce la costumbre.

De ahí que se insista en que la violencia hacia las mujeres no es resultado de la fatalidad sino fruto de las pautas culturales de la sociedad patriarcal, y la más grave manifestación de la desigualdad, de la discriminación. Las agresiones tienen como causa principal la ideología machista que para mantenerse necesita recurrir a la violencia.

Por ello, la igualdad es la mejor medida de protección frente al maltrato, aunque atraviese momentos difíciles. A pesar de situarnos en la vanguardia internacional en cuanto a derechos, las Leyes para la Igualdad efectiva y la Integral de Violencia son las normas más atacadas del actual acervo legislativo. A estas leyes se les exige un nivel de cumplimiento que no se demanda a otras normativas y se les atribuye además una capacidad transformadora que por sí solas no pueden generar.

Pero no hay duda de que están logrando conformar una sociedad más justa, más democrática, y contribuyen a que muchas mujeres empiecen una nueva vida libres de violencia.

Ahora bien, es necesario combinar las políticas públicas con las estrategias particulares. Tenemos una responsabilidad personal que no podemos obviar ni vestir con excusas. Mirar para otro lado porque no somos víctimas ni agresores nos puede convertir, sin embargo, en cómplices.

La violencia de género es un problema de mujeres, que la sufren, pero también de hombres que la ejecutan. Es una cuestión de mujeres que consiguen superarla, reponerse, pero también de hombres y mujeres que la condenan y la rechazan públicamente. Y es una realidad que castiga a niñas y niños, menores marcados por la angustia de vivir a diario con el miedo en el cuerpo. Fuera y dentro de casa.

En este punto, aumentar el nivel de concienciación contra el maltrato se hace vital. La movilización, el compromiso individual y colectivo, resultan esenciales para frenar esta plaga homicida.

La perspectiva pasa por desenmascarar la estrategia posmachista de sembrar confusión desplazando la atención hacia temas carentes del más mínimo fundamento como las supuestas denuncias falsas, o el desmentido aumento de suicidios masculinos. Sólo hay que consultar las estadísticas para comprobar la falsedad de tales argumentos que no pretenden más que perpetuar los estereotipos sexistas mantenedores de la desigualdad.

Por lo tanto, la condena activa contra la violencia de género conlleva implícita la necesidad de informarse y de encontrar un punto de equilibrio entre la atención integral a las víctimas, garantizando su seguridad, y la prevención de las situaciones de maltrato.

Las mujeres deben sentir que la sociedad las protege, que cuentan con el apoyo unánime de las administraciones, de la familia, de las amistades, de otras mujeres y otros hombres que rechazan abiertamente la actitud de los maltratadores a quienes sancionan sin otorgar impunidad.

Las víctimas necesitan comprensión. Necesitan saber que sabemos lo difícil que es escapar del ciclo de la violencia; pero que es posible hacerlo, que nos hemos dotado de los medios necesarios para defendernos de quienes protagonizan episodios de maltrato para imponer sus criterios, para ejercer un control absoluto sobre las mujeres que consideran de su propiedad privada.

Educar en igualdad es la base para suprimir el déficit democrático que supone que la violencia de género sea la principal causa de muerte entre las mujeres de entre 15 y 44 años en todo el mundo, por delante de las muertes provocadas por el cáncer, los accidentes de tráfico y las guerras.

Significa construir un nuevo modelo social igualitario donde las relaciones entre mujeres y hombres sean respetuosas y se opte por la resolución pacífica de los conflictos interpersonales.

El proceso requiere tiempo y recursos pero también gestos colectivos, y hoy es fecha clave para que en nuestras agendas la prioridad venga marcada por una cita pública e ineludible con la justicia y los derechos humanos. Como el resto de los días.

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