Ilustres cotilleos

Desencuentros históricos (I)

Una serie de reportajes relatan tensiones entre historiadores, como las acaecidas entre el portuense Hipólito Sancho y el sevillano Rafael Barris

Producción bibliográfica de Rafael Barris, títulos muchos de ellos escritos por Hipólito Sancho.
Producción bibliográfica de Rafael Barris, títulos muchos de ellos escritos por Hipólito Sancho. / Vanesa Lobo
A. Cala

13 de enero 2019 - 05:00

Jerez/La historia, lejos de sus fechas y grandes acontecimientos, está llena de asuntos peliagudos, tensos entre sus protagonistas, con tintes casi marujísticos, que dieron pie a ilustres cotilleos. Iniciamos aquí una serie de reportajes al respecto con la relación de amistad entre Hipólito Sancho de Sopranis y Rafael Barris Muñoz.

Dice el historiador jerezano Javier Jiménez López de Eguileta que quien mucho habla mucho yerra. Y algo similar le pasó a Hipólito Sancho pero con la escritura. “Y es que son muy famosas las correcciones que se le han hecho al autor portuense a lo largo de décadas, al igual que las amistades que tuvo”. La primera de esas amistades fue la de Rafael Barris Muñoz, que tuvo lugar casi al principio de su carrera historiográfica.

En la década de los años 20 del siglo pasado fueron frecuentes las publicaciones que llevaron a cabo conjuntamente Hipólito Sancho de Sopranis (El Puerto de Santa María, 1893-1964) y Rafael Barris Muñoz (Sevilla, 1904-?), fruto de una amistad fraguada al amparo de la Real Academia Hispano Americana de Cádiz. Antes de aquello, Barris era un auténtico desconocido de la historiografía del momento.

La relación entre ambos historiadores propició la edición de obras tan singulares como Rincones Portuenses o El Puerto de Santa María en el Descubrimiento de América. Sin embargo, su vínculo historiográfico concluyó abruptamente a finales de dicha década, comenzando a partir de entonces un tenso período donde no faltaron los cruces de reproches e, incluso, el robo y apropiación de obras inéditas.

Apoyado en textos contemporáneos Javier Jiménez ha publicado un estudio que lo argumenta, llamado Un enigmático episodio historiográfico andaluz: La controvertida relación entre los académicos Hipólito Sancho de Sopranis y Rafael Barris Muñoz, en el número 6 de la Revista Hispanoamericana de 2016.

La carrera académica de Barris nos lleva por primera vez a Jerez donde parece que cursó los estudios de bachillerato en el Instituto General y Técnico de la ciudad. Desde allí, a los dieciséis años, se trasladó a Cádiz para realizar la carrera de Náutica. “En paralelo a toda su formación profesional, Barris también cultivó académicamente la Historia y el Derecho, si bien las noticias se vuelven muy avaras para reconstruir el nivel que alcanzó en tales estudios”, apunta el artículo.

Hipólito Sancho empezó a publicar desde muy joven, prácticamente desde su época de estudiante en Salamanca y Deusto. Muy pronto comenzará una amistad con Barris en la que parece subyacer una suerte de relación sentimental. Una relación amistosa e historiográfica en lo que “yo he querido entender, y que luego he demostrado, que los trabajos ya estaban hechos por Sancho y Barris ponía el nombre”, destaca Jiménez.

Se conocen entre Cádiz y El Puerto y empiezan a publicar investigaciones juntos e incluso a participar en congresos. “Aunque las fuentes consultadas no nos dejan ver cómo y cuándo surgió la amistad entre Hipólito Sancho y Rafael Barris, podemos afirmar que, en todo caso, debió de iniciarse no mucho antes de junio de 1921, cuando hay constancia de que Sancho le dedica “afectuosamente” su obra Nuestra Señora del Rosario, patrona de Cádiz y de la Carrera de Indias y la casa de Sopranis. Estudio histórico sobre documentos inéditos. En aquellos momentos, Barris habría de tener unos 17 años y Sancho 28”, según el jerezano.

El investigador Javier Jiménez López de Eguileta.
El investigador Javier Jiménez López de Eguileta. / V. L.

Rafael Barris comienza a publicar con su nombre obras de Hipólito Sancho que este último le había cedido.

En el último trimestre de 1925, Sancho y Barris publican su primera obra en conjunto, Rincones Portuenses, una compilación de diferentes estudios sobre historia y arte en El Puerto de Santa María, encumbrados incluso por Pelayo Quintero Atauri, delegado regio provincial de Bellas Artes y director de la Real Academia Hispano Americana de Cádiz, entidad con la que empieza a entablar amistad Barris.

Allí ingresa en 1926 con un discurso que trata de Roque de Sopranis y Centeno, un familiar de Hipólito Sancho, sin ocultar que los documentos en que se ha basado le han sido cedidos por este último.

Y así van apareciendo otros trabajos conjuntos como el destacado El Puerto de Santa María en el Descubrimiento de América. “De hecho, la hermana de Hipólito Sancho, cuando se reedita esta obra en 1992, aporta datos y dice que jamás recordaba por qué había añadido su hermano el nombre de Barris en este libro cuando no recordaba que hubieran participado juntos en ella”, cuenta Jiménez.

En el mes de junio de 1926, Rafael Barris publica El Cortijo de Santo Domingo de Jerez de la Frontera. Notas Históricas, que supone un breve recorrido por los orígenes cristianos de Jerez en el siglo XIII y el establecimiento en ella de la Orden de Predicadores.

Tras un 1926 muy prolífico en publicaciones juntos, en 1927 participan ambos en el Congreso para el Progreso de las Ciencias en Cádiz en el que cada uno presenta sendas conferencias. Ese será el último acto juntos.

Empiezan a suceder cosas extrañas y es que a Rafael Barris lo echan de la Academia (donde fue secretario) “por causa de justa gravedad”. Comienza, eso sí, un tenso período en el que no faltaron los cruces de reproches e, incluso, el robo y apropiación de obras inéditas. Ambos rompen su relación y tanto le debió doler a Hipólito Sancho que no publicó de nuevo hasta 1933.

Tras la ruptura de su amistad con Sancho, Barris decide instalarse de forma permanente en Sevilla, acaso para encontrarse alejado del panorama convulso e incómodo que podía suponer entonces la ciudad de Cádiz. Allí se relaciona con las amistades que había cosechado gracias a Hipólito, y empieza a publicar obras como Una Contribución a la Historia Nobiliaria Española. La Nobleza Jerezana y la Orden de Predicadores durante la Edad Moderna.

"En sus más de cien páginas, Barris reúne, amén de numerosas genealogías jerezanas de los siglos XV y XVI, una serie de privilegios reales concedidos por los monarcas castellanos al convento dominicano, que recuerdan sobremanera incluso en su mismo formato a las recogidas el mismo año por Hipólito Sancho en su gran monografía sobre Santo Domingo de Jerez", desvela el estudio.

El trabajo de Barris trajo grandes disputas con Sancho, ya que cuando surge el desencuentro entre ambos Barris tiene en su poder obras de Hipólito que publica con su nombre.

Pero el periplo sevillano de Rafael dura bastante poco y el Real Centro de Estudios Históricos de Andalucía, que había sido creado por él, y sus actividades culturales son clausurados de forma repentina poco tiempo después, sin que sus propios coetáneos supieran tampoco las causas que llevaron a tal desenlace, abriéndose así un nuevo período de sombras en la vida de nuestro historiador. Se marcha a Argentina junto a su familia y se le pierde la pista.

Pero, ¿qué pasa con Hipólito? El historiador empieza a desenmascarar a Barris en coletillas y notas a pie de página, pero sin decir nunca su nombre sino con el apodo jocoso de "niño", como queriendo salvaguardar en la medida de lo éticamente profesional el nombre de su antiguo amigo.

Como él mismo expuso en su fundamental artículo Historias e historiadores, publicado en el Boletín Portuense número 18 de 1928, queriendo recrear resumidamente todo lo ocurrido, “con tales individuos no hay más remedio que seguir aquella línea de conducta que para casos tales se trazara el cultísimo y amplísimo monarca que fue Alonso V de Aragón, en su brillante corte de Nápoles. Frecuentemente algún osado niño entraba en polémica con un Lorenzo Valla, con un Panormita, con un Filelfo, en presencia del Rey, y salía descalabrado. Entonces Alfonso con su socarronería aragonesa, evitaba cuidadosamente todo reproche, y mirando sonriente al atrevido se limitaba a decirle estas palabras que yo me permito repetir a Plinio de Syria (en realidad, a Rafael Barris, que usaba dicho seudónimo): "Vayte mio fillo, vayte a estudiar".

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