Jerez: Domingo de Ramos versus coronavirus

Jerez Íntimo | Espacio patrocinado

Marco Antonio Velo

06 de abril 2020 - 05:00

Jerez/Los cofrades jerezanos -otra vez negando a Heráclito, casi rayanos en el delito filosófico- volvimos a bañarnos en el mismo río. ¿El de la parva melancolía? Para mojarnos las perneras en el Jordán de la nostalgia. A las Sagradas Imágenes Titulares de nuestras cofradías ayer no las acompañó nadie, a excepción de la multitud. Posiblemente más cerca de la unción de sus respectivas advocaciones se arremolinaría -como nunca antes- una misma unitiva oración. Todos los cofrades y no cofrades tan reconvertidos sobre los palcos y sillas de esta Carrera Oficial de andar por casa que es la Iglesia Doméstica. Ahora sí que desmentimos el imperativo del tempus fugit. Ninguna apariencia engaña. No hubo cantos de sirenas ni fanfarria advenediza ni personalismos protagónicos sino pitos del silencio. Puro Francisco de Paula Solís. No hubo derrumbamiento ni derrocamiento del ánimo porque el espíritu se reencontró con la mismidad del ser y la oración recondujo virgilianamente al náufrago. Hasta la isla desierta del pecado se aproximó este pasado Domingo de Ramos la luminaria estética del cristiano desprovisto de antifaz. El triunfo de la Cruz sobre la pandemia.

Todo volvió a suceder en los aledaños de nuestra -jaranera- memoria. Pero quizá ateniéndonos a puntadas disímiles de la estética del gozo. Siempre el mismo escenario -la catequesis plástica de la rememoración de la Pasión de Cristo- y siempre tan diferentes las sensaciones. Jerez ha perpetuado -otra vez- la solemne majestad de su acervo histórico-artístico-religioso. El camino más corto de la Semana Santa no siempre configura una línea recta. Metiendo la luz en el tiempo. Metiendo el tiempo en la luz. De ahí que hayamos pateado la ciudad de parte a parte siempre indoor, en el interior de la algarabía de la chiquillería de nuestros domicilios. En la interioridad del niño que fuimos y siempre de por vida subsiste dentro de nosotros. Puro Rilke. Puro hosanna.

Lo cantó el poeta: “Nada me pertenece sino aquello que perdí”. Todos los balcones de la ciudad ayer proclamaron su nombre: Jesucristo. Y el corazón latió a ritmo de pistones de corneta. La efigie de Dios también procesiona puertas adentro. La efigie de Dios no resulta quebradiza ante cualquier encono de tiranía. La efigie de Dios se refleja en la retina de nuestra familia. Y en el hálito comunicativo de cada cientos de WhatsApps -¡qué desmesura, qué efluvio, qué calidad de recursos humanos en este departamento de la amistad!- que recepcionamos “como labios que se acunan”, como una confesión transparente sin edad, como una polaridad de la sangre, como una consecuencia de la siembra, como un atajo irredento de la relación entre iguales.

No. El coronavirus no ha doblegado la liturgia. No ha cercenado la Semana Santa. No ha convertido en detritus la Fe. Muy al contrario: efecto boomerang. Karma. Ha cosido lo unitario de lo múltiple. Ha espiritualizado lo indiviso. Ha esfumado la coyunda de la descreencia. Ha desinfectado la proclividad de la inconsciencia. ¿Que no se equidistaron las calles de hábitos nazarenos? ¡Quiá! Milana siempre será bonita. Como la minerva de una evangelización que el cofrade asume más allá de lo puramente visible. ¿Qué no hubo palmas en el primer cortejo de la Hermandad de Cristo Rey? ¡Sea! Pero sí las hallamos en los balcones de la ciudad -atronando ovaciones- a las ocho de la tarde.

¿Que no hubo Transporte de la Reina morena que es Madre de Dios? Mas sí no obstante transporte de bolsas de alimentos para los mayores de las cofradías en manos solidarias de costaleros de la Gracia. Es entonces cuando lo divino se apodera de lo humano. Compartiendo la férula de lo secreto. Decía Joaquín Romero Murube que a los andaluces nos gusta las calles que hacen ángulo y que nos obligan a jugar un poco con la rosa de los vientos. Quizá porque nuestra alma es barroca y nuestro ímpetu adopta la forma de una voluta de permanente afán de superación. El virus dichoso se ha dado de bruces con el cofrade capaz de adaptarse a los poliédricos formatos de su triunfo. No nacimos al albor de la época del átomo sino de la Fe con incienso de plata.

Ayer fue un Domingo de Ramos más en la síntesis de nuestra existencia. La Semana Santa acaba de comenzar como el pabilo recién encendido en el cirio recortado de la primera estación del niño nazarenito. El sueño, en efecto, nos atrapa. Paradójica circunstancia. ¿Acaso no anduvimos toda la jornada soñando con los ojos abiertos?

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