Jerez, inspiración de escritores viajeros
El Rebusco
De Byron a Ehrenburgh
La ciudad y sus vinos inmortalizados por ilustres turistas
Jerez/‘¡Viva el vino de Jerez!, Jerez es una ciudad que debería estar en el Paraíso’.
Con esta frase, puesta en boca de uno de los personajes de Lucrecia Borgia, Víctor Hugo dejaba patente como nuestro vino era tan famoso en la corte papal del siglo XVI como en la Francia de 1833, cuando escribe dicha obra. Hugo no viajó a Jerez, pero se hizo eco del prestigio del jerez.
Otros sí lo hicieron, aquí contaremos la experiencia de algunos de ellos.
Es una evidencia, y los ejemplos son abundantes, que Jerez ejerció desde principios del siglo XIX una especial atracción en los escritores europeos y norteamericanos y, como no, entre los mismos españoles.
Los curiosos guiris
Los británicos fueron los primeros en difundir, por medio de sus escritos, la belleza de su paisaje, los encantos de sus mujeres, la cordialidad de sus gentes. No se olvidaron, por supuesto, de catar su producto más representativo, el vino, en su misma fuente.
Tal como hizo George Gordon Byron, más conocido como Lord Byron, cuando de paso para Cádiz hizo una breve parada de un día en Jerez para saludar a su pariente Arthur Gordon Smytie.
Esto ocurría a finales del mes de julio de 1809, siendo atendido en la casa que este bodeguero, de origen escocés, poseía en la plaza de San Andrés, conocida como las Atarazanas.
En una carta que Lord Byron dirige a su madre desde Gibraltar, el 11 de agosto, le cuenta emocionado: ‘At Xeres, where the sherry we drink is made’ (He estado en Jerez, donde se elabora el jerez que bebemos).
En el 2009 el Ayuntamiento, a petición del que suscribe, aprobó colocar una placa en la fachada de la casa antes mencionada para conmemorar el bicentenario de la visita de Byron a Jerez. Un hecho que nunca se llevó a cabo al impedirlo los propietarios del inmueble.
Varios son los factores que pudieron influir para que esta zona de Andalucía fuera incluida en los planes de viaje de estos intelectuales aventureros.
Uno de los más importante sería el momento histórico que vivió la nación durante la invasión napoleónica, que en Inglaterra se conoció como ‘The Penisula War’.
Pérez Galdós, en su Episodio Nacional ‘Cádiz’ (1874), reflejaría esta circunstancia inspirándose en Lord Byron para crear su personaje literario de Lord Gray. Este llegaría a exclamar en un momento de la trama: ‘Si Dios no hubiese hecho a Jerez, ¡cuán imperfecta sería su obra!’.
El mismo Galdós nos da la pista, en su cuento Theros (1877) de su paso por la ciudad.
Otro de estos factores a tener en cuenta es la existencia del enclave colonial de Gibraltar, en manos de los británicos desde 1704. El Peñón era parada obligatoria de los barcos ingleses camino a sus posesiones del Mediterráneo y Oriente.
El caso del escritor Anthony Trollope es ilustrativo. Funcionario del servicio postal, aprovecharía su misión inspectora en la colonia, para hacer un ‘tour’ por Cádiz y Sevilla, incluyendo Jerez. Era finales de 1854, y así nos lo cuenta en el relato escrito en 1861 ‘John Bull on Guadalquivir’: ‘Me llevó (su anfitrión en la zona fue un tal Thomas Johnson, un paisano afincado en Jerez relacionado con el comercio del vino), por barco y por tren a Xeres, y después probé media docena de diferentes vinos como agasajo habitual de su hospitalidad’.
El amplio legado cultural y artístico que los árabes dejaron en Andalucía fue un revulsivo en las mentes inquietas de los jóvenes románticos europeos. Un interés que heredarían los impulsivos escritores norteamericanos deseosos de aventuras recién alcanzada su independencia.
Uno de los más representativos de aquel periodo fue Washington Irving, autor de ‘Cuentos de la Alhambra’ (1829).
En 1828, cuando pasaba una temporada en El Puerto de Santa María, tuvo la oportunidad de acercarse a Jerez y conocer una sus famosas bodegas. Asombrado de su experiencia dejó esto escrito en su diario: ‘Dios quiera que pueda vivir todo el tiempo para beber todo este vino’.
En un lugar privilegiado de las bodegas Osborne se custodia una bota signada por Irving, y un año 1828.
Un siglo más tarde, otro escritor americano, Paul Bowles, recordaría su paso por González Byass en boca de uno de sus personajes de ‘El cielo protector’: ‘...recordó las frescas bodegas de Jerez donde le habían ofrecido un Tío Pepe’.
Los vecinos franceses
Al transporte marítimo, cada vez más rápido y seguro, se uniría el ferrocarril a mediados del siglo XIX. Esto provocó, por una parte, el desarrollo de un incipiente turismo del vino, a la vez que la ampliación de nuevos mercados para el jerez y, por consiguiente, la fama de la ciudad que lo producía.
Los vecinos franceses, que ya se habían paseado por aquí durante la ocupación del ejército de Napoleón, quisieron volver de manera más pacífica después de conocer lo que estos contaban de su estancia.
Dos de los más destacados autores galos que se pasearon por esta parte de Andalucía fueron Theophile Gautier y Alejandro Dumas.
El primero plasmaría sus vivencias en ‘Voyage en Espagne’, de 1845, expresando su admiración: ‘Marchamos por avenidas de toneles colocados en cuatro o cinco filas superpuestas. Tuvimos que probar todo aquello, por lo menos de las clases principales, de las que hay infinitas’.
En 1982 el fotógrafo Olivier Garros (París, 1943) publicó una edición comparativa basada en el libro de Gautier, el titulado ‘Voyage en Espagne de Madrid a Jerez’. En esta ocasión con 62 fotos en blanco y negro que ilustra el itinerario recorrido por ambos.
Alejandro Dumas, el autor de El conde de Montecristo (1844), donde el jerez aparece en ocho ocasiones, dejó para la posteridad su libro de viaje ‘De París a Cádiz’ (1847). Si no pasó exactamente por aquí si que el vino le propició aquello de: ‘Jerez, símbolo de la alegría y el espíritu español’.
Nuestros paisanos llegan tarde
Los españoles por aquel tiempo, finales del XIX y principios del XX, no estábamos tan motivados por el enoturismo, pero si por otras cuestiones de tipo social, las que hicieron recalar por la comarca a Leopoldo Alas ‘Clarín’ y a Vicente Blasco Ibáñez. González Byass conserva aún las botas donde los dos escritores de fama plasmaron su firma, sin dedicatoria.
El primero la firmó el 14 de enero de 1883. Vino, en viaje de luna de miel, para llevar a cabo la crónica del proceso de la Mano Negra, que su periódico le había encargado. Como resultado fue la serie de artículos recogidos bajo el epígrafe ‘El hambre en Andalucía’.
El recuerdo agradable de la bodega lo reflejó en su novela ‘Su único hijo’ (1890): ‘Sin saber por qué, se acordó de haber oído describir las bodegas de Jerez y sus soleras de fecha remota, que ostentaban en la panza su antigüedad sagrada’.
El nombre de Blasco Ibáñez aún resuena por aquí estigmatizado. Su paso por Jerez en el verano de 1904 para empaparse de lo que sucedía en una sociedad agitada y en crisis, dio como resultado la polémica novela ‘La bodega’, publicada a principios de 1905.
De esta extraemos este texto: ‘¡Ah Jerez!, ¡Jerez! ¡Ciudad de millonarios, rodeada de una horda inmensa de mendigos!’...’Lo extraño es cómo estás ahí tan blanca y tan bonita, riendo de todas las miserias, sin que te hayan prendido fuego’.
Un siglo XX alegre y convulso
El escritor inglés, William Somerset Maugham, vivió un feliz periodo de su juventud en la Sevilla de entre siglos. Quedó fascinado por folklore, gastronomía, su arte, sus gentes. En 1905 publicaría ‘Andalusia. The Land of Blessed Virgin’.
El capítulo 37 lo dedica a Jerez, de la que hace una bella descripción: ‘Una pequeña ciudad en mitad de una fértil planicie. Limpia, confortable y amplia’. A lo que añade: Jerez, la Blanca, es, desde luego, el hogar del sherry’.
Pero cuando Aldous Huxley viene a España en noviembre de 1929, lo hizo en tres ocasiones, la situación de España es distinta. Cruza el país con su mujer, abordo de un elegante Bugatti rojo.
En una carta a su padre, fechada el 1 de diciembre le cuenta: ‘Luego paseamos por Jerez, ¡qué jerez!, dicho sea de paso. Ni siquiera en All Souls se bebe algo que no sea la mitad de bueno que lo que uno toma por unos peniques en la copa que te sirven en los hoteles u cafés de este lugar’.
Ambos poseían una exquisita formación universitaria al mejor estilo inglés.
Es inevitable rememorar aquello que decía Frank McCourt en su libro de memorias: ‘En las novelas inglesas los estudiantes de Oxford y Cambridge estaban siempre reunidos en el despacho del profesor sorbiendo jerez mientras discutían de Sófocles’.
A un Jerez aún más crispado arriba el intelectual soviético Illiá Ehrenburg. Lo haría acompañado por su pareja y el dramaturgo alemán Ernst Toller.
Los tres arribaron a Jerez el 13 de noviembre de 1931. La II República se había proclamado en la primavera de ese año.
Algunas páginas de sus memorias ‘Gente, años y vida’ (1960), las dedica a recordar su corta estancia, no sin antes pasar por las bodegas de González Byass.
De igual manera, Toller la describió en una tanda de cinco artículos para una revista alemana, uno de ellos encabezado con el título ‘Jerez, mausoleo del coñac’.
La biografía de este artista alemán durante el periodo de los años ‘ 30, escrita por Ana Pérez en el 2019, nos aporta más datos.
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