Jerez y el trillón de números
Contrastes entre los grandes datos económicos que se manejaban dentro del Villamarta y la economía real que se movía en el exterior
Mientras Howard Marks, el presidente de Oaktree, un fondo de inversión que gestiona 75.000 millones de dólares, explicaba cuál es la delgada línea que separa el éxito del fracaso en la multiplicación de esa entelequia llamada dinero, el propietario de la tienda de papeles pintados de la calle Arcos conversaba con el vecino del comercio de al lado sobre las posibilidades que para Jerez, un municipio con una deuda municipal de mil millones largos de euros, tenía contar con la presencia de algunas de las empresas más pujantes del país en su teatro de los sueños. Un teatro, ya que el centro de congresos de la ciudad es un esqueleto de hormigón que se oxida bajo el sol de la circunvalación. "Por lo menos salimos por la televisión por algo que no sea la basura", razonaba en la puerta del establecimiento.
Seguía Marks explicando la 'investmen philosophy' y algo más de una docena de afectados por el ERE municipal tomaban posiciones en la cafetería del Teatro. Al momento eran rodeados por dos decenas de policías. Negocian. "Nada de insultos, eh?... y nada de pancartas". Uno de los afectados realiza una contraoferta mientras se sirven los cafés y las tostadas. "¿Podemos decir mentirosa?" Los policías se miran. "Bueno, mentirosa no es técnicamente un insulto". Y así es cómo se cuece el "¡Pelayo, mentirosa!" con el que la alcaldesa es recibida cuando entra en el Villamarta en compañía del Príncipe Felipe.No saludan porque no hay nadie a quien saludar. El público se escucha pero no se ve, está muy lejos.
La visita real no congrega pasiones en los alrededores. Poco más de medio millar de personas se dispersan en los alrededores de las vallas policiales. La brigada de información ya ha dado los datos al dispositivo de seguridad de la Casa Real: algunos republicanos -"¿los de la bandera republicana?"; "sí, esos"-, algunos, pocos, de la plataforma antidesahucios, seis frikis habituales de la ciudad y unos pocos anarquistas. El resto, curiosos.
Con esta información secreta los responsables de la seguridad se hacen una composición de lugar. Poco antes de la llegada del Príncipe ya se han revisado todas las alcantarillas, los agentes están apostados en los tejados y el cordón policial se encuentra perfectamente establecido en cada bocacalle. Los primeros gritos de la mañana se escuchan en la calle Unión con la llegada de la presidenta de la Junta, Susana Díaz, a la que no llaman bonita. La solución es sencilla. La policía pone un furgón entre ellos y la plaza Romero Martínez y se apagan las soflamas aisladas de "viva la República" mientras ondea la bandera tricolor que desde abajo no se ve. Son soflamas aisladas porque no se escucha ninguna más. El medio millar de ciudadanos que brujulea en torno al teatro mantiene un expectante silencio que no llega ni a murmullo cuando el Príncipe de Asturias recorre los pocos metros que separan el coche oficial y la entrada del teatro.
Para mayor precaución, se ordena que todas las vallas se retrasen unos metros. El público lo acepta y recula, con alguna voz de protesta que recuerda que a los que están ahí dentro son ellos los que les pagan los sueldos, lo que no es del todo exacto. "Son empresarios", informa uno de los presentes. "¿Y quién paga a los empresarios? Nosotros, ¿no?", dice un pensionista.
Una hora después, sale el Príncipe del acto sin que a los congregados se les ocurra ninguna proclama adecuada. Desde atrás se escucha a alguien gritar "más trabajo". Resulta ser uno de los seis frikis, que se queja de que casi se le cae la dentadura con su reclamación. Desaparece el coche calle Arcos abajo. El gobernador del Banco de España afirma que la financiación neta de la exportación cerrará con un magnífico 2% y en el cercano mercado de abastos un ambulante propone una bolsa de ajos a un euro. El vendedor de los cupones informa que lleva el 95, "no pasen de largo, la suerte está de su lado".
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