Jeriñac, el concurso más tonto del siglo

Anécdotas de la historia del brandy de Jerez · Cuando media España se dedicó a inventar una palabreja

Jeriñac, el concurso más tonto del siglo
Jeriñac, el concurso más tonto del siglo
Juan P. Simó / Jerez

01 de julio 2012 - 01:00

Al igual que el vino de Jerez, la historia del brandy jerezano encierra en su memoria una infinita colección de anécdotas y recuerdos, un cajón de sastre donde se entremezclan esas pequeñas historias de un producto único y universal en las que, aún todavía, duermen algunos misterios. Porque, y esto es sólo uno de ellos, ¿quién ha podido aclarar a estas alturas el momento exacto en el que los bodegueros jerezanos deciden añejar sus aguardientes en vasijas de roble, alumbrar el brandy de Jerez y convertirlo en negocio?

Se sabía que ya en los siglos XVI, XVII y XVIII existía la costumbre entre las familias jerezanas de añejar sus aguardientes en vasijas de roble, y que hubo una vez un barco que llevaba aguardiente a Holanda y que, por la demora del viaje, reposó en botas de roble de vinos jerezanos, donde se añejó; o aquella carta de 1819 de un agente de Duff Gordon (Osborne) en Londres en la que arguye que sus vinos han sido encabezados con 'Spanish Brandy' y existen documentos de que en sólo ocho años (1874-1882) hay bodegueros de Jerez que ya comercializan y embotellan sus brandies con marcas singulares.

Pero me quedo con Pedro Domecq Loustau. Por dos razones: Primero, porque está documentado que el descubrimiento de su brandy fue un 'milagro', un 'accidente, producto de su mérito y tesón en el trabajo; y segundo, porque fue el primer Domecq que casó con una española, Carmen Núñez de Villavicencio. Pedro Domecq Loustau, que curiosamente había nacido a dos leguas de Cognac, había recibido el encargo de elaborar 500 bocoyes de un alcohol de calidad excepcional, sin fijar límite de tiempo ni cantidad para tal menester. Al cabo de dos años, consiguió un aguardiente de máxima calidad, pero el demandante del encargo le confesó que no podía pagarle.

Ante ello, Pedro Domecq ordena que toda esa enorme cantidad de alcohol se almacene en las botas de roble americano de la bodega. El tiempo pasa y, al cabo de cinco años, aquel líquido dorado y de fuerte aroma es un brandy extraordinario. Pedro Domecq se apresura a importar alambiques y, cuando ya dispone de las suficientes reservas, lanza una nueva marca, Fundador, que aparece en el año 1874, y que se convierte en el primer brandy producido y comercializado en España.

Saltamos a 1950. El Consejo Regulador del jerez, del que era presidente José Ramón García Angulo, organiza un concurso para premiar un vocablo que diera nombre al producto jerezano, ya conocido como coñac, un tipo de brandy elaborado a partir de las cepas del departamento de Charente, cerca de la ciudad francesa de Cognac, aunque diferente en su destilación y selección de uvas. La palabra brandy es la adaptación inglesa del término holandés brandewijn, que significa 'vino quemado' y que el pícaro y buhonero de vida aventurera, que recorrió el cogollo de la Europa glamourosa de entonces, Estebanillo González, menciona en sus escritos en 1646 como 'brandevín'.

Los jerezanos ya teníamos el término brandy, pero se quería algo más original que desterrase el nombre francés, amparado por cierto en su denominación de origen. Además, la palabra premiada tenía que ser de 'Jerez' y 'cognac' y 'brandy' y, para mayores males, el concurso nunca podría ser declarado desierto. El concurso se anunció en toda la prensa nacional y se ofreció un goloso premio de 10.000 pesetas, una fortuna para la época.

Una avalancha de cartas comenzó a llegar desde todo el país y norte de África. Una de ellas incluía hasta ¡noventa denominaciones! Y fue tal el interés que despertó el concurso que se contaron más de 30.000 voces para bautizar con un vocablo nuevo un producto antiguo. Hasta el jurado llegaron términos de todo tipo: 'Extremo derecha', 'Jody', Jerezsolvín', 'Ballena', 'Pepe' o 'Banderillero'. De esas 30.000, fueron seleccionadas 533 en tres razas, cuenta el irrepetible José de las Cuevas en el libro 'Historia apasionada del Brandy de Jerez'. "Primero: Los mestizos de Jerez y coñac (algunos escalofriantes): 'Xeriñac', 'Jerinac', 'Coñajer', 'cojer', 'Jernac', 'Joñac', 'Jercó'... Hubo incluso sus pinitos históricos: 'Astiñac', 'Ceretñac'..."

La segunda, los mulatos de Brandy y Jerez. Más numerosos en cantidad, pero exactamente igual de feos: 'Jerebran', 'Jerendy', 'Brandixer', Xebrand', 'Xibrany', 'Brendano', 'Jerezandy'. "La tercera especia pretendió escapar del cerco por los aledaños. Agotaron los segundones de la viña y del alambique: 'Jerein', 'Jerezvid', 'Jeruva', 'Calduva', 'Bijerez', 'Destiljerez', 'Jerlicor', 'Jerezvita', 'Vinardiente', 'Pirosin', 'Cherquemado', etc..., etc...

El 3 de julio de ese año, el jurado, que componían Julio Casares, José María Pemán, Manuel Barbadillo, Manuel de la Quintana, Ramón García Llanos y Antonio Muñoz anuncian el fallo: Será 'Jeriñac' el término premiado, cuyas 10.000 pesetas se repartirán seis concursantes que enviaron esa propuesta, uno de ellos el recordado jerezano Juan de M. López de Meneses. Al tiempo, el fallo recomienda al Consejo el uso de la palabra pero sin la 'ñ' "por la extrañeza que pueda causar fuera de España".

A la mañana siguiente, la palabra 'Jerinac' apareció en los periódicos y la guasa que se montó hizo que, en una semana, toda España conociera la palabra sin haber costado un céntimo. Ilustres escritores y prensa dispararon contra Jerinac, que fue objeto de toda suerte de burla y cachondeo.

Y salió el chiste del hombre que va al bar y dice '¡Un Jeriñac!' Y el camarero, señalando con la mano, le contesta: 'Al fondo del pasillo, a la izquierda'; o Manuel Halcón, que propone llamarle 'Jericoña'; 'Destino', una revista de Barcelona, opinaba que aunque jerinac fuera una solución para la ONU, sonaba a marca de cerrojos. El Espasa-Calpe de 1955 define Jerinac como "palabra elegida innecesariamente en Jerez para sustituir al ya españolizado coñac". Y Luis Pérez Solero hace una entrevista a una botella de Don Brandy donde éste se queja de la broma. Pero lo mejor es lo que escribe Wenceslao Fernández Flores sobre Jerinac: La aventura de Don Jozú, enamorado de la perfecta Rosalinda, que un día descubre que en su pueblo le llamaban con el mote de 'la Descuajaringá'. Desde entonces, Rosalinda se desvaneció para él. "¿Se puede continuar amando a Rosalinda cuando se averigua que le llaman 'la Descuajaringá?" Y, ¿se puede seguir bebiendo coñac cuando descubrimos que se llama Jerinac?"

Y, al final, inocentes, se dijeron: "Bueno, si tenemos brandy, ¿porqué no llamarle brandy de Jerez?" Y así fue. Y de Jeriñac, jamás se supo. Pues mira qué bien, tío.

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