“El escaparate es el primer dependiente de la tienda, pero eso no se concibe hoy”
José María Gutiérrez| Escaparatista
Durante casi 40 años regentó la famosa Tintorería Pina de la calle Medina, un negocio por el que pasaron varias generaciones de jerezanos y que forma parte de la historia de la ciudad
José María Gutiérrez (Jerez, 1945) es uno de esos jerezanos característicos. Le encanta el buen vestir y reconoce que desde muy niño "siempre me he buscado la vida". Comandó la histórica Tintorería Pina durante décadas y ha sido uno de los mejores escaparatistas de Jerez.
¿Quién es José María Gutiérrez?
Bueno, yo nací en el barrio de Santiago, en la Avenida de la Rendona, como yo le digo (risas), aunque en realidad es el callejón de la Rendona. Mi infancia fue difícil, porque en aquel entonces había mucha hambre, y claro, tanto yo como mis hermanos, que éramos cinco aunque ya sólo me queda mi hermana Angelita, nos buscábamos la vida para llevar algo de dinero a casa.
¿Y cómo se ganaba uno la vida entonces?
Pues mira, yo empecé a trabajar con apenas nueve años. Iba al colegio de Isabel La Católica, pero antes de ir, me levantaba muy temprano para trabajar. Empecé en el antiguo cine Santiago de casualidad, porque un día mi hermano se partió la pierna jugando al fútbol, y entonces me pidió que cogiese yo el trabajo. Así que me levantaba a las seis de la mañana y me iba a regar y barrer el cine. De allí me iba al colegio, volvía y comía lo que había, y regresaba al cine a ponerlo fresquito.
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También muchas veces el hijo de la dueña del cine, que era pintor, me ponía como modelo y me pintaba, y luego, me pagaba una moneda de diez duros. Imagínate cómo iba yo pa mi casa...
O sea que usted tuvo poca infancia...
Bueno, es lo que había, a mí me daba mucha alegría llegar a mi casa con alguna peseta o un duro, porque ayudaba a mi madre. También tenía tiempo de hacer cosas de niño. Recuerdo que escondía a mis amigos en el bar del cine, y cuando los porteros abrían las puertas, les metía y no se daban cuenta. Luego, a cambio, ellos me ayudaban a recoger el hielo de la calle Francos que me pedía la dueña.
Por lo que veo a usted nunca le faltó el trabajo...
La verdad es que no, siempre andaba de un lado para otro. También dediqué un tiempo, como tres años, a montar un teatro para los niños del Sanatorio de Santa Rosalía. Yo tendría 14 años, pero me gustaba meterme en todo ese fregao. Ahora desde la distancia creo que ha sido una de las cosas más bonitas y de las que más me siento orgulloso en mi vida porque de alguna forma hacía feliz a todos esos niños.
Dicen en Jerez que usted es un gran escaparatista...
Bueno, es algo que siempre me ha gustado, desde que era niño. La verdad es que he ganado muchos premios con ello, tanto en las Fiestas de la Vendimia como en los patios, y es una afición que cada vez que puedo, la sigo practicando.
¿Y dónde aprendió el oficio de escaparatista?
Hubo un momento en el que decidí dejar el colegio y me coloqué en la tienda Pedro Serrano, que había en Lancería. Yo siempre he sido una persona a la que le ha gustado fijarse en las cosas, soy muy observador. Entonces, me encantaba ver cómo ponía los escaparates Manolo Monroy. Como trabajaba enfrente, en los Almacenes Tomás García, me propuso un día trabajar con él allí, y acepté. Yo tendría 14 años. Con él aprendí mucho, porque incluso le acompañaba a las casas de las novias cuando ponían todo el ajuar para que lo vieran la gente de la familia y las amigas. Se ponían los camisones, las toallas...
¿Eso es algo que se aprende o es un don innato?
Yo creo que eso se lleva dentro, aunque hoy día hay estudios para eso. En mi caso, siempre tuve la curiosidad por ello. Fíjate hasta donde llegaba que cada vez que podía, me iba fuera para mirar qué se ponía en otras ciudades. Una vez jugaba el Xerez CD en Madrid un partido y me apunté para ir, pero cuando llegué allí ni fútbol ni nada, yo lo que quería era ver eran los escaparates de Madrid. Otra cosa parecida me pasó con Valencia.
Pero supongo que además se necesitan otras cosas, ¿no?
También hay que ser muy manitas, y yo para eso me apaño bien. Me gusta meterle mano a todo, y he hecho escayola, pintura, cartones...Además, pinto bien, siempre me gustó dibujar, una afición que ahora ha heredado mi nieto. Yo estuve trabajando también un tiempo en Cartonajes con Pedro Carabante, porque allí había grandes artistas, gente que tenía un gran talento.
Habla usted de los patios de las Fiestas de la Vendimia, ¿qué era aquello exactamente?
Eso era un concurso que se organizaba en Jerez con motivo de las Fiestas de la Vendimia. La gente adornaba sus patios y luego venía un jurado y puntuaba. El que ganaba se llevaba un premio en metálico que no veas como venía (risas). El primero que yo hice fue representando un lagar, algo parecido a lo que ahora se hace en la pisa de la uva. Puse a Dieguito de Margara, que tendría 5 años, bailando con un foco, y unas niñas llevando las cestas de uva al son de palmas por bulerías. Venían también Tío Parrilla, Diego Vargas y El Berza. Gané el segundo premio.
(...)
También había concurso de escaparates en esa fecha. Las Fiestas de la Vendimia se dedicaban cada año a un país y entonces se hacía un concurso de escaparates con la temática de ese país. Recuerdo que cuando se le dedicó a Estados Unidos, hice uno de la estatua de la Libertad, otro de homenaje a Holanda, con una moto con tulipanes, otro a Japón, otro a Canadá...hasta de la Pantera Rosa cuando salió aquel boom. Con ellos gané muchos primeros premios, la verdad.
¿Y qué opina de los escaparates de hoy en día?
Que no se complican nada. Hoy en día ponen un cartelón y poco más. No tienen ese gusto de poner una prenda bien puesta. A un escaparate bonito no le hace falta cargarlo, con dos prendas que pongas y un detalle, te sobra.
Para usted, ¿qué importancia tiene un escaparate en una tienda?
El escaparate es el primer dependiente de la tienda, porque es el que puede atraer a la gente. Un buen escaparate vende, pero claro hay que saber llamar la atención. Ahora, como he dicho antes, la gente no le da importancia y es un error.
Hoy día, ¿sigue montando escaparates?
Los monto pero de manera esporádica porque ya estoy jubilado. El último lo hice en una tienda con mi nieta, que también le gusta. Fui con ella pero ya digo que hoy no hay mucho interés por el escaparate.
Usted ha regentado durante años la emblemática Tintorería Pina, ¿cómo llegó a ella?
Eso fue a finales de los años setenta, creo que recordar que me hice cargo del negocio cuando murió Franco. Una tía de mi mujer me lo comentó y aunque a mí no me hacía mucha gracia la idea, porque no conocía nada de ese mundo. Me marché a la Tintorería Larios de Sevilla para intentar aprender, pero el dueño, después de estar allí el primer día, me dijo: 'Lo siento hijo, pero para ser tintorero hay que mamarlo'. Y me marché. Después me fui a Barcelona, donde aprendí cosas y me traje productos para Jerez.
Fue un curso acelerado...
Eso es, tuve que aprender sobre la marcha. Está claro que alguna vez metí la pata, como la vez que una mujer me trajo una blusa naranja con lunares azules y salió sin lunares (risas). Aunque luego le pegué a mano los lunares y quedó hasta mejor (risas).
Lo que está claro es que Tintorería Pina ha sido un lugar muy jerezano...
Claro, por allí ha pasado de todo desde señoritos hasta toreros, artistas, pero también muchos clásicos de Jerez como el Reolina o Juan Pompa (risas), había de todo. De torero venía el Formidable y Galloso, y no veas, porque quitar la sangre tiene su trabajo. Hubo un tiempo que me dediqué a teñir las mallas con las que Osborne cubría ciertas botellas de vino, y la verdad es que gané dinero. Me pagaban 40.000 pesetas diarias.
Cuénteme alguna anécdota vivida en la tienda...
Una vez vino a Jerez Isabel Pantoja. Fui a verla al teatro y en la puerta le regalé un aparato de radio antiguo que yo arreglaba. Le caí tan bien que al día siguiente me dejó en la tintorería un baúl lleno de trajes y batas de cola para que se los limpiara en la tintorería.
¿Había competencia entre las tintorerías de Jerez?
Bueno, en aquel tiempo estaba Amaya, en la plaza Plateros, había una en Los Pinos y la nuestra, pero bueno, creo que había trabajo para todos.
A usted le gusta vestir bien, ¿eso se lo ha dado también la tintorería?
(Risas) No, eso lo he hecho siempre. A mí siempre me ha gustado vestir bien, y a veces he ido con corbata hasta con remiendos (risas). Fíjate que no me puse un zapato en condiciones hasta que me lo regaló Monroy, que era como mi padre para mí, y la gente en Jerez vestía con clase. Ahora, por desgracia, en Jerez todo eso se está perdiendo, la gente viste muy rara, van hasta con los pantalones rotos.
¿Nunca le han dicho que tiene planta de artista? Porque usted nunca se acercó a ese gremio, ¿no?
(Risas) Alguna vez. Pero no, nunca he cantado ni bailado ni nada de eso. Yo era familia de Juanata de Jerez, que era cuñado de mi hermano Lolo. Cantaba muy bien, pero murió muy joven. Mi hermano Lolo y mi hermano Juan también cantiñeaban, y a mi hermana le gusta bailar, la verdad es que el flamenco siempre nos ha gustado mucho en mi casa. De hecho, hubo un tiempo que monté los escenarios de muchas peñas flamencas. Por ejemplo, a Tío José de Paula le preparé un escenario cuando le hicieron un homenaje a Manuel Alejandro. También he montado cosas para la Peña Buena Gente y la Peña la Bulería.
También crecieron en un lugar, el callejón de la Rendona, donde vivían muchos flamencos...
Sí, allí vivía Dieguito de la Margara, Tío Cabeza, el Crespo, los Grilos...En la Avenida de la Rendona había mucho arte. Allí vive todavía mi amigo Manuel Peña, que tiene mucho arte y su mujer Tita.
Cerró la tintorería al público hace casi diez años, en 2015. ¿Le dolió hacerlo?
La verdad es que sí, porque fueron muchos años, pero mi hijo no quería tenerla abierta al público. Él sigue pero por encargos a domicilio.
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