Juan Haurie, el empresario sagaz
Los estudios sobre el personaje nos descubren a un liberal que transformó durante el siglo XVIII la vitivinicultura tradicional en la agroindustria vinatera moderna en Jerez
De Jean Haurie Nebot (1719-1794), el primer Haurie que llegó a Jerez para levantar lo que sería nuestra empresa más internacional del vino, hemos hablado y requetehablado en infinitas ocasiones. Poco se conocía de este francés, que abandonó el Béarn francés, como toda su familia Domecq, y apareció en Jerez a principios del XVIII. Sabíamos que regentaba una panadería en Plateros donde vendía también sedas y lienzos y de su amistad con el también soltero y vecino Patrick Murphy, un irlandés de naturaleza enfermiza, al que prestó dinero y asesoró en todo lo relacionado con el mundo del vino. El doctor en Historia Javier Maldonado Rosso ha estudiado la figura y, en su reciente exposición pública, nos descubre una mente privilegiada, con un ojo increíble para el negocio y, lo que es más importante, al hombre que dirigió el proceso de transformación de la vitivinicultura tradicional en agroindustria vinatera moderna del Marco en la segunda mitad del XVIII.
Cuando Murphy falleció, Juan Haurie se hizo con toda su fortuna. Cayó en la cuenta entonces que su contribución empresarial estaba en el mundo del vino. El hombre resultó ser un lince y no se le escapaba negocio alguno: Fue labrador arrendatario de tierras de cereal que pertenecían a la nobleza o a la Iglesia Católica jerezanas, que le supuso un enorme filón; practicó una modalidad de crédito agrario que consistía en un anticipo de dinero a cuenta de frutos de la siguiente cosecha a menor precio del fijado en el mercado e hizo negocios con Cosme Duff Gordon, cónsul británico en Cádiz, que se encargó de la comercialización de sus vinos en el Reino Unido.
Y es que la principal contribución de Haurie fue en el ramo de la vitivinicultura. Haurie llamó a sus cinco sobrinos (Juan José, Juan Pedro, Juan Carlos y Juan Luis Haurie y Pedro Domecq Lembeye) con los que constituyó en 1791 la compañía Juan Haurie y Sobrinos. La empresa marchó con buena senda hasta llegar a manos de Juan Carlos, que no sólo consiguió llevarla a la quiebra sino que, además, pasó ante el pueblo de Jerez como personaje maldito tras posicionarse durante la invasión napoleónica al lado de los franceses.
A Juan Haurie no le faltaba de nada. Para cerrar el círculo, llegó a tener también unas 70 hectáreas de rica viña y sus posesiones de viñedo se extendieron año tras año tras una planificada compra de viñas colindantes en Macharnudo. Había conseguido integrar verticalmente todo el proceso productivo y comercial de los vinos de Jerez: producción de uvas, elaboración de vinos y su comercialización exterior a través de una agencia británica. Por tanto, fue cosechero (viticultor), bodeguero (criador de vinos) y extractor (exportador), algo que ningún otro empresario habría osado hacer.
Haurie había constituido una empresa al margen de las ordenanzas del Gremio de Vinatería de Jerez. Los gremios vinateros imponían fuertes restricciones a los extractores. Establecían que los productos vínicos a elaborar eran mostos y vinos en claro de la cosecha, que habrían de venderse por encima de los precios mínimos fijados para la cosecha y, más importante aún, que prohibían el almacenamiento de vino a los cosecheros acaudalados. De esta manera, el vino no envejecía lo suficiente y el comercio se perdió por falta de existencias que, a su vez, era consecuencia del retraso en preparar los cabeceos de los vinos que se iban a exportar.
Frente a este sistema, Haurie planteó la alternativa de un nuevo sistema agroindustrial y liberal para la vitivinicultura del marco: Defendió y practicó la elaboración de productos vínicos acabados, esto es, de vinos envejecidos y preparados al gusto de los consumidores finales. El modelo del francés proponía además la libertad de precios y, contra las normas del Gremio, la venta de vinos a lo largo de todo el año. Pero la base de este nuevo sistema agroindustrial y liberal estaba en la constitución de nuevos tipos de empresas que fueran capaces de desarrollarlo.
Eran estas las casas extractoras (criadoras y exportadoras de sus vinos) y las casas almacenistas, que vendían sus vinos a los extractores y al comercio local pero nunca exportaban.
Haurie, listo como el hambre, supo cómo atraerse el apoyo de los suyos. En 1772 encabezó una campaña de recogida de firmas entre los pequeños cosecheros solicitando la supresión del gremio. Y un año después, el 5 de mayo, Haurie daba un paso definitivo presentando ante el Consejo de Castilla una solicitud formal de supresión del Gremio de Vinatería de Jerez.
Se produjo entonces un pleito con disputas muy mordaces entre los partidarios de la vitivinicultura comercializada y, de otra parte, de la agroindustria vinatera. Se conoció como el 'pleito Haurie', lo que le reconocía como principal promotor de la causa contra las restricciones impuestas por el gremio. Esto le granjeó cierto liderazgo y predicamento entre la burguesía jerezana, a la que había dado solución a sus problemas.
Maldonado nos explica que Haurie actuó como jefe de un grupo de la burguesía jerezana, que puede ser considerado como un pre-partido liberal. Eran conocidos como 'Juan Haurie y sus consortes', comprometidos en la acción política, que participaron en sociedades económicas y lograron hacerse con las diputaciones y personerías del Común.
Nada peor para el Gremio de Vinatería de Jerez, al que lograron desde el Común combatir y debilitar. Como diputado del Común, Juan Haurie se ocupó de otros asuntos: la renovación de la educación de los niños expósitos, la mejora de las condiciones de los encarcelados y la brevedad de los procesos, la exención a los vecinos de la obligación de alojar a tropas en sus domicilios y otras mejoras, aunque su mejor aportación fue la empresarial y política, porque la transformación de la vitivinicultura jerezana fue un asunto de política de Estado con alcance internacional.
Haurie consiguió su propósito. Una Real Orden de 1778 liberalizó la producción y el comercio de vinos en todo el país, invalidando las ordenanzas de cosechería de Jerez. De esta manera, la modernización de la vitinicultura del Marco se adelantó (seis o siete décadas) a la disolución del gremialismo en el país en 1834. Y es que Jerez, señores, es mucho Jerez.
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