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Por los Llanos de la Ina con don Rodrigo y Orelia

En torno a Jerez

La Batalla de Guadalete en la versión de Antoine de Latour (I)

Llanos de la Ina desde el cerro de Lomopardo
José Y Agustín García Lázaro

26 de noviembre 2017 - 11:00

Entre los hechos históricos que han marcado de manera determinante la Historia de España, se encuentra sin duda la conocida como Batalla de Guadalete que supuso la desaparición de la Hispania visigoda. En diferentes ocasiones, nos hemos ocupado en esta ventana a la historia y a los paisajes de la campiña que pretende ser "Entornoajerez", de este singular episodio bélico del que hace unos años, en julio de 2011, se cumplieron los XIII siglos de su conmemoración.

Aunque en lo relativo a las fechas en las que aconteció la famosa batalla hay bastantes coincidencias (entre el 19 y el 26 de julio del 711), en lo relativo al espacio físico donde la contienda tuvo lugar existen no pocas discrepancias. La Laguna de la Janda, las orillas del río Barbate, los alrededores de Medina sidonia o Vejer, las tierras de Sidueña o los campos de Sangonera, en Murcia… son algunos de los escenarios donde diferentes historiadores han ubicado a lo largo de esos últimos siglos este decisivo enfrentamiento.

Sea como fuere, en la historiografía tradicional y aún en el imaginario colectivo, se habla siempre de la batalla de Guadalete para aludir a este suceso histórico y que historiadores como Claudio Sánchez Albornoz ubican en las orillas del Wadi Lakka, nuestro Guadalete. No es de extrañar por ello que, dada la cercanía del río a nuestra ciudad, muchos autores han vinculado algunos parajes de la campiña jerezana próximos al Guadalete, con el posible escenario de esta batalla, aunque a nadie escapa que a falta de fundamentos históricos se recurra especialmente a los literarios y aún a las leyendas. Este es el caso del paraje de los Llanos de Caulina, donde la sitúa el historiador gaditano Adolfo de Castro, entre otros, y del que ya nos ocupamos en otro artículo.

En nuestro paseo de hoy por los paisajes de la literatura y de la historia, en torno a Jerez, recorreremos los Llanos de la Ina y los alrededores del monasterio de La Cartuja y Lomopardo donde sitúa el escenario de aquella batalla el escritor francés Antoine de Latour.

Con Antoine de Latour por los Llanos de La Ina

Considerado como uno de los primeros hispanistas franceses, Antoine de Latour llega a nuestro país en 1848 residiendo en Sevilla. Allí trabajó como secretario de los Duques de Montpensier, quienes habían instalado en esta ciudad su "corte" tras salir de Francia, agitada en aquellos años por los episodios convulsos que darían lugar a la segunda república. Nuestro personaje, como era habitual en todos los ilustrados, visita Jerez mostrando su admiración por los "inmensos campos de viñas" que encuentra en el camino que recorre desde El Puerto de Santa María. En el relato de su viaje no faltan referencias a la ciudad y a sus numerosas y afamadas bodegas, sus calles, al Alcázar, al monasterio de La Cartuja o al embarcadero de El Portal. Pero si algo llama la atención en sus consideraciones son sus amplias referencias a la Batalla del Guadalete.

En el prólogo del libro , Juan Manuel Suárez Japón repara también en el interés del escritor francés por este trascendental episodio bélico señalando que "…el Latour viajero y curioso, observador y narrador versátil, se nos marcha tras su imaginación desatada y romántica hasta el cercano Guadalete donde él decide situar el recuerdo de la batalla final de D. Rodrigo" (1). Vamos nosotros, de la mano de sus escritos y fabulaciones a recorrer de nuevo estos parajes, "testigos" de la batalla.

La visita al Monasterio de la Cartuja ha sido una constante en todos los viajeros que han pasado por Jerez (2). Latour cumplirá también con este rito (3) y, al describir los alrededores del monasterio anota: "… el río rodeaba melancólicamente el para perderse luego en la serranía de Ronda, llena también del recuerdo de los moros". Tras dirigir su mirada a los Llanos de la Ina no puede por menos que evocar los episodios históricos a los que añade tintes épicos: "Esta llanura del Guadalete es uno de esos circos que parecen formados para siempre para presenciar el desenlace, en un día determinado, de algunos de los enormes dramas que marcan las fases de la historia. Detengámonos un momento ante aquella fecha fatal de 711 y ante la gran catástrofe que tanto sitio ocupó en los anales de España… ¿Cómo narra la historia el brusco final de la dominación goda? Digo la historia y no los historiadores pues si los modernos, instruidos en una crítica más difícil y en una ciencia más exacta desecharon rigurosamente la leyenda, los antiguos fueron menos escrupulosos."

Latour pasa revista a los relatos que sobre la Batalla de Guadalete escribieron los autores más relevantes. Critica la falta de rigor y el exceso de fabulación del padre Mariana quien en su monumental obra Historia general de España (1592), a decir de Latour, "no rechaza lo que la imaginación algo crédula de sus compatriotas fue añadiendo al primitivo relato de la caída de Don Rodrigo". Al referirse a otro famoso historiador, Antonio Conde y a su célebre obra Historia de la dominación de los árabes en España (1820), le reconoce el mérito de fundamentar sus estudios de manera más sólida al ser "quien primero consultó en los autores árabes los elementos de su narración", desterrando así muchos episodios procedentes de la leyenda y del que dice que "ni siquiera nombra a la hija del conde Julián" a quien todos los relatos de la historiografía más tradicional habían mencionado como un personaje "histórico", y a quien autores anteriores venían asignando un papel importante en los hechos que desencadenaron la Batalla.

Latour elogia también los estudios de Modesto Lafuente, otro célebre historiador decimonónico que publica su gran obra Historia general de España (1850-1857) en los años en los que nuestro escritor francés reside en Sevilla. De sus aportaciones sobre los hechos de Guadalete dice Latour: "don Modesto Lafuente que en España y en el momento en que escribo eleva a su país un monumento en el que cada parte nueva extiende y consagra su autoridad, recuerda la tradición, pero ajustándose, como Conde, a las causas verdaderas y a los hechos incontestables". Antoine de Latour está dispuesto a ser riguroso en su relato sobre la Batalla de Guadalete, pero deja entrever que no desdeñará las referencias que aporta la leyenda: "Sería mala voluntad por mi parte el no seguir tales ejemplos, aunque más adelante enfrente la tradición a la historia y busque la parte de verdad que en alguna medida se mezcla siempre a la fábula."

La batalla de Guadalete según Latour

Así las cosas, Latour relata como Teodomiro, lugarteniente de Roderico al mando del ejército godo, hace frente con mil setecientos jinetes a los doce mil hombres mandados por Tareg-ben-Zain (Tariq) a quienes no puede contener en Algeciras. La petición de ayuda a Roderico lo sorprende en el norte luchando contra los partidarios de Witiza: "intentó inmediatamente aliarse con ellos frente a aquellos que él, ignorante de la traición, llamaba el enemigo común… Roderico envió rápidamente lo que le quedaba de la caballería para reforzar el insuficiente ejército de Teodomiro. Esta ayuda, de por si escasa, llegó agotada e incapaz de detener las incursiones que ya habían alcanzado Medina Sidonia".

Llegados a este punto del relato Latour comienza con las primeras concesiones a la fábula cuando escribe "el 25 o 26 de julio de 711, los dos ejércitos se encontraron a orillas del Guadalete cerca del lugar donde más tarde se elevaría Jerez. El lugarteniente del emir, en una carta que envió a tras la batalla, cuenta que Roderico avanzaba en el combate sobre un carro adornado con mármol y tirado por dos mulas blancas. Tenía sobre la cabeza una corona de perlas y sobre sus hombros un manto púrpura bordado en oro". Y sabedor del componente fabuloso de esta parte de su relato, que Latour ha recogido en la historiografía clásica citado por otros muchos autores, añade: "este detalle parece verosímil conocido el gusto de los bárbaros por el fasto".

Tras los primeros enfrentamientos, descritos por el hispanista francés en términos épicos, y ante el estancamiento de la batalla, Tariq, al ver flaquear a sus tropas arenga a los soldados: "Conquistadores del Magreb, ¿adónde vais? ¿adónde os lleva una huida tan vergonzosa e imprudente?, delante de vosotros está el enemigo y detrás el mar. El único refugio está en vuestro valor y en la ayuda de Dios. Haced, musulmanes lo mismo que yo".

Latour guarda para el desenlace de su relato un final épico y novelesco, muy al gusto de los escritores románticos. Así, Tariq, después de jalear a sus "voluntarios de la fe", dando ejemplo de arrojo y de valor "… lanzó su caballo contra las filas enemigas buscando a Roderico con mirada fiera. El rey, por su parte, había descendido de su carro y mandado traer a . Si creemos a los historiadores árabes apenas si tuvo tiempo de ponerse a la defensiva: , se lanzó sobre él con todo el furor de su caballo yque envío al emir como testimonio de su victoria. Los moros, siguiendo su ejemplo se lanzaron sobre los cristianos con renovado ardor e hicieron una horrible matanza: "durante mucho tiempo, cuenta el historiador árabe, esta tierra permaneció cubierta de huesos blanqueados…". "". (Continuará la próxima semana)

Consultar mapas, referencias bibliográficas y reportaje fotográfico en http://www.entornoajerez.com/

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