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Majarromaque

Un paseo por sus paisajes y su historia

Majarromaque en construcción. Años 50

24 de enero 2016 - 01:00

ENTRE los poblados de colonización y las barriadas rurales repartidos por la Vega del Guadalete, siempre hemos sentido una especial atracción por Majarromaque y los paisajes de su entorno. El río, procedente de la Vega de Albardén, cambia aquí su curso al llegar a un pequeño promontorio sobre el que se emplaza el blanco y ordenado caserío de esta población. Levantada en 1954 sobre las tierras del antiguo cortijo de Majarromaque, se le dio oficialmente el nombre de "José Antonio", si bien este nunca llegó a cuajar ya que desde sus orígenes convivió con el antiguo y sonoro nombre del lugar que ha terminado por imponerse.

A medio camino entre La Barca de la Florida y la Junta de los Ríos, este enclave rural se sitúa sobre una antigua terraza fluvial del Guadalete de la que dan testimonio los numerosos cantos rodados que se aprecian en los campos de cultivo próximos a la carretera o junto a las riberas del río, donde se explotaron en su día varias graveras para la extracción de áridos.

En los depósitos de estas misma terrazas, un equipo de arqueólogos dirigido por Francisco Giles (1) localizó en 1990 varios yacimientos del Paleolítico Inferior y del Paleolítico Medio con materiales líticos. En el tramo superior del yacimiento atribuido a este último periodo se obtuvieron también fragmentos óseos de bóvido (Bos primigenius), de cérvido (Cervus elaphus), y de elefante (Paleoloxodon antiquus) que nos ayudan a reconstruir el antiguo ecosistema de este territorio. El nulo rodamiento de las piezas líticas, la buena conservación de la serie dental superior del bóvido en conexión anatómica y de piezas más frágiles como vértebras y fragmentos de extremidades junto a otras que, como molares y defensas, se erosionan menos por el transporte fluvial, llevaron a concluir a los arqueólogos la posición primaria del yacimiento, lo que supone que apenas fue alterado desde que se depositaron las piezas hace miles de años pudiendo ser un sitio de ocupación.

En su estudio apuntan que este yacimiento de Majarromaque "ha retenido entre sus sedimentos una instantánea de la más remota historia del hombre en estas tierras. En su momento el yacimiento se colocaba en un meandro con aguas someras alejado del cauce principal del antiguo Guadalete, un sitio ideal para la aguada de los herbívoros. Un grupo de individuos que portaban consigo sus herramientas de trabajo…bien abatió o aprovechó las carcasas de un elefante, un bóvido y un ciervo" (2). Los restos encontrados nos relatan cómo después se abandonaron las dentaduras del bóvido y el cérvido y los fragmentos de los colmillos del elefante, partes todas ellas con menor aprovechamiento para el hombre del paleolítico. Una fascinante historia que nos hace recrear como pudieron ser, entre 40.000 y 100.000 años atrás, estos parajes.

Más cercanos en el tiempo, hay que recordar que en las proximidades de Majarromaque, en un paraje junto al río conocido como cerro de Alcolea situado en la Vega de Albardén, fueron localizados vestigios ibero-turdetanos y romanos. Entre los últimos, junto a los restos cerámicos, se hallaron varias tumbas así como otros elementos constructivos y una estructura abovedada de notables dimensiones relacionada con la captación y recogida de agua que actualmente se encuentra cegada (3). Todo ello viene a confirmar la existencia de asentamientos para la explotación de estas ricas vegas ya desde la antigüedad, tal como lo atestiguan también otros enclaves rurales cercanos, habitados ya en la época romana, como Casablanca y Casinas -en la cercana Junta de los Ríos-, Vicos o Jédula.

A falta de que la arqueología lo confirme, creemos también que en estos parajes debió existir un enclave andalusí del que, como principal referencia ha persistido hasta nuestros días el topónimo de Majarromaque. Su sonoridad y su rareza encierran un hermoso origen ya que se trata de un topónimo árabe que procede de la adición de las voces "maysar" (cortijo o cortijada) y "rummak" (yegüero): "el cortijo del yegüero" (4). No deja de ser curioso que, hace ya un milenio, este rincón de la campiña era conocido por que aquí se criaban caballos, como sucede hoy en Vicos y en Garrapilos, colindantes con Majarromaque.

A propósito de este nombre, conviene recordar que los árabes usaban la voz "maysar" para referirse a estas propiedades rústicas. Este vocablo ha dado origen, entre otras, a las formas "machar" o "majar" que encontramos presentes en muchos de los nombres de antiguas aldeas y caseríos diseminados por nuestras campiñas, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días como este de Majarromaque o los de Macharnudo, Majarrazotán o Macharaví. Como señala el profesor V. Martínez Enamorado, "distintos autores han interpretado el machar como un tipo de explotación agraria que no es suficientemente amplia para confundirla como un núcleo de población o también como una unidad agraria elemental" (5). A diferencia de la alquería ("qarya"), para la que se propone una cierta entidad de población y una unidad de propiedad, el cortijo árabe ("maysar") es un núcleo de orden inferior, dependiente de una ciudad o alquería, destinado básicamente a la producción agropecuaria. (6)

No nos debe extrañar la presencia andalusí en este lugar ya que la explotación de los recursos agrícolas y ganaderos de la vega del Guadalete y de los secanos y dehesas de la campiña, trajo de la mano la ocupación de numerosos enclaves en las cercanías del río. Entre ellos destacó Qalsana (Calsena), ciudad árabe que estuvo ubicada en la cercana Junta de los Ríos, en las proximidades del cortijo de Casinas. Esta ciudad llegó a ser capital de la Cora de Sidonia y cobró importancia, como Šariš (Jerez), a partir del declive de Šiduna (Castillo de Doña Blanca) tras las incursiones normandas del año 844, trasladándose posteriormente la capitalidad al interior de la provincia, a Calsena, que fue por este motivo una gran ciudad desde mediados del s. IX y durante el s. X (7). Es posible que en el entorno de Calsena, al calor de su pujanza y de su protección, se establecieran en esos siglos alquerías y pequeñas explotaciones rurales como la de Jédula y, tal vez, la de Majarromaque. Y ahí están también los topónimos de origen andalusí Albardén y Alcolea ("el castillejo" o la pequeña fortaleza…) dando pistas de las que nos ocuparemos en otra ocasión.

Sea como fuere, lo cierto es que ya documentales desde los siglos XIII y XIV, encontramos en las fuentes documentales referencias a Majarromaque en formas ya castellanizadas.

En la "Carta de previllexio de Alfonso X" (1274), estableciendo los términos de Jerez, aparecen las primeras menciones: "do parte término Matharrami, que finca a Jerez" (8). Como Macharrama es mencionado ya en el s. XIV en la "Carta de previlexio donando el castillo de Tenpul" (9) donde se señalan los mojones entre Jerez y Tempul que en esta zona se trazaban "…fasta la Torrecilla que está sobre el Rio del Sotillo é caba adelante el Aldea del Alvadin atraviesa el Rio de Guadalete y va á mojon cubierto de Macharrama" (10). En los siglos medievales la aldea de Majarrocán se encontraba en el donadío y dehesa de Majarromaque, repartida entre los castellanos en 1269 (11).

Durante los siglos medievales, predominaban en el entorno de Majorramaque las dehesas de encinas y el monte bajo, y ya con este nombre nos lo encontramos a comienzos del siglo XVII en la relación de los primeros seis grandes cotos de caza mayor y menor que el Ayuntamiento de Jerez crea y por los que consigue considerables rentas para las arcas municipales. Este coto abarcaba "desde Majarromaque hasta los molinos del Sotillo" (12) aprovechando las buenas condiciones para el refugio de los animales de caza que proporcionaban las espesuras vegetales de las riberas del Guadalete y los escarpes a ambos lados del río.

Con diferentes formas según las fuentes documentales se recoge también el nombre en los siglos XIX y comienzos del XX. Así, como Marramaque o Marramaqui aparece en los planos catastrales de 1897 (13). Pero sin duda, el más popular y conocido ha sido el nombre de Marrumaque, que aún es usado por muchos y que es el que figura en el primer mapa topográfico oficial de 1917 (14). Curiosamente, esta forma es la que mejor enlaza con el primitivo topónimo andalusí derivado de "rummak" (el yegüero). Con la construcción del poblado de colonización a comienzos de los 50 del siglo pasado, se le dio a este enclave el nombre de José Antonio, si bien nunca ha dejado de conocerse por su hermoso nombre de origen andalusí: Majarromaque, el cortijo del yegüero.

Tal vez por la sonoridad de su nombre o tal vez por la curiosidad que despierta el mismo, lo cierto es que Majarromaque, este peculiar y llamativo topónimo ha sido llevado también a la literatura en diferentes obras.

La referencia más reciente la hallamos en la magnífica novela Llamé al cielo y no me oyó, publicada en 2015, de la que es autor el abogado y escritor jerezano Juan Pedro Cosano. En uno de sus capítulos se relata la historia de Isabel Ruiz Vela, sirvienta de uno de los personajes de ficción de este relato que transcurre en el Jerez de mediados del S. XVIII: don Juan Bautista Basurto y Espinosa de los Monteros, señor de Majarromaque, caballero veinticuatro de Jerez y regidor perpetuo de su concejo (15).

También el escritor Sebastián Rubiales, en un hermoso libro titulado Los lugares prohibidos -lugares, que en palabras del propio autor, son más bien "imaginariamente deseados"- dedica uno de los capítulos a Majarromaque:

"Hay nombres rotundos. Palabras cuyos sonidos tienen en sí mismos significados; como si la sucesión de letras y fonemas, su orden exacto, fuera indicando la naturaleza del lugar al que se refieren. Majarromaque suena como un tiroteo que espanta una bandada de palomas torcaces. Evoca un revuelo de plumas blancas y pólvora seca. Alpiste, cebada y panizo… ".

En este mismo capítulo, el autor evoca sus recuerdos de infancia, dejándonos unas bellas imágenes en las que describe las sensaciones que, en una visita a Majarromaque, le produce su encuentro con un pozo:

El camino de entrada al caserío se eleva poco a poco y, en su costado derecho, aprovechando el desnivel, se acomoda una construcción cilíndrica, rematada por un techo semicircular, en cuyo interior hay una fuente. Una tarde de chicharra entré por una abertura parecida a un ventanuco. La fuente murmuraba sobre el depósito que retenía el agua. Cuatro o cinco carpas rojas y grises se movían despacio abriendo la boca para coger oxígeno. Lentamente. En la oscuridad del pequeño recinto el frescor de la humedad acariciaba la piel y se concentraba un olor de romero y de lavanda. Cuando introduje los pies en el agua, la frescura me inundó el alma. Como un descendimiento de la conciencia hacia los territorios en los que no se sufre. Un sedante para los sentidos.

Las carpas se movían despacio, ignorantes y confiadas. Las carpas, rojas y grises. Grises y rojas. La emoción serena, casi alegría, que comencé a sentir estuvo a punto de arrojarme al agua. Me refresqué la cara y los brazos. Bebí el agua clara. Evoqué el encuentro con la Verónica, cuando la mujer le ofrece, al Cristo, un paño para enjugarle el sudor y las lágrimas.

Sobre un poyete me quedé dormido, soñando con la luz de la luna en un bosque de álamos blancos junto al río y aromas de lavanda y romero, y con una bandada de palomas torcaces. Soñé que no me despertaba. Y no me desperté. Desde entonces jamás he regresado de este sueño en el que permanezco voluntariamente. Al abrigo de las horas, y del sol, y del viento." (16)

…Un pozo. Un humilde y viejo pozo. Aunque ahora no nadan las carpas en sus aguas secretas, este pozo de Majarromaque, que resiste al tiempo al pie de la carretera, nos traerá ya siempre las hermosas imágenes que en "Los lugares prohibidos" nos ha dejado Sebastián Rubiales.

Consultar mapas, referencias bibliográficas y reportaje fotográfico en http://www.entornoajerez.com/

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