Máquinas habitables
Cerebros en toneles
Las vanguardias de principios del siglo XX, cada una a su manera, pretendieron transformar la actividad artística y la realidad social. La herida de la Gran Guerra no solo fue política y económica. La sensación de vacío y deshumanización impregnó las conciencias de los intelectuales. Había que redefinir el papel de las artes en una sociedad industrializada. Para dar a luz un mundo nuevo era necesario superar las viejas distinciones y desarrollar la obra de arte total. Todos los revolucionarios quieren partir de cero, hacer tabla rasa, para generar algo radicalmente nuevo y puro.
La metáfora de la construcción suele ser muy útil: derribar el viejo y confuso edificio para levantar otro más sólido y luminoso, desde unos cimientos sanos.
La Bauhaus ha sido definida como un experimento artístico y pedagógico que se nutrió del espíritu de las vanguardias artísticas y políticas del momento. Walter Gropius se propuso crear una escuela en la que el artesano y el artista volvieran a encontrarse. Los alumnos debían abandonar todos sus prejuicios y ponerse en contacto directo con los materiales. Dominar un oficio es la condición de posibilidad de la creatividad. Y la arquitectura será la disciplina encargada de integrar todas estas artes. El edificio reúne todas las técnicas, desde la distribución del espacio hasta el diseño de los muebles. “Anhelemos, concibamos, creemos conjuntamente la nueva arquitectura del futuro, en la que todo estará en una entidad: arquitectura y escultura y pintura, que millares de manos de artesanos elevarán hacia el cielo como símbolo cristalino de una nueva fe que está surgiendo”, dice Gropius en el manifiesto de 1919.
Ya Marx había señalado algunas de las contradicciones de la mecanización, la producción en serie y la división del trabajo. Al mismo tiempo que el obrero se alienaba, el artesano, que desde antaño realizaba la obra de principio a fin, estaba en peligro de extinción. Además, el artista parecía haberse alejado del trabajo manual, del oficio. La Bauhaus desea recuperar la vieja idea europea de arte y cultura, pero dentro de la sociedad industrial y de consumo que se avecina. Si quiere resolver estos problemas, su programa ha de ser interdisciplinar. Por lo tanto, en su comunidad ofrece una enseñanza manual e intelectual, incluso un modo de vida.
Los primeros años de la escuela están marcados por el expresionismo. El contacto con la materia es el camino para que emerja lo que habita en el creador. Johannes Itten, mediante su enfoque ascético y místico, pretende que los alumnos aprendan a expresarse a través de su interacción con la materia. Y los maestros, como Klee y Kandinsky, buscan una teoría de la forma y del color. Se trata de un ejercicio de análisis y síntesis. El artista parte de lo simple: la rueda del color junto con las tres figuras básicas, el triángulo, el cuadrado y el círculo. Quien domine esas nociones podrá llegar a lo complejo, a expresar lo que no se puede ver.
La fusión de arte, ciencia e industria comienza a concretarse con la llegada de artistas afines al neoplasticismo, constructivismo holandés, y al funcionalismo. Se diseña a través de rectas y planos, y se abandona la ornamentación innecesaria. La tipografía, geometría con colores puros, representa el estilo Bauhaus en la escritura, en los carteles, en la publicidad… Diseñan muebles y casas modelo. El arquitecto ofrece un tratamiento racional del espacio. Pero surge un estilo demasiado frío y deshumanizado, según algunos críticos. La racionalidad técnica y la mecanización de lo orgánico son presentadas como sinónimos de modernidad y progreso.
La historia de la Bauhaus refleja muy bien dos contradicciones conceptuales de la cultura contemporánea europea. Por un lado, en la escuela tienen que convivir la intuición y la razón. La racionalización puede ayudar a expresar lo más elevado de la condición humana, pero también corre el riesgo de desembocar en deshumanización. Por otro, el artista puede dedicarse a la forma pura, y ser autónomo. Ese ensimismamiento lo aleja de la sociedad, de la vida cotidiana de los ciudadanos y sus problemas reales. Sin embargo, la fusión de arte y vida conducirá a la heteronomía, al arte como siervo de la política o de la industria. El diseño industrial, la arquitectura funcionalista y las técnicas de publicidad muestran a veces lo mejor y a veces lo peor de nuestra forma de vida: libertad expresiva y creatividad frente a servilismo y alienación. Quizás la obra de arte total sea este mismo embrollo, del que por suerte nunca saldremos.
No hay comentarios