Médicos de cabecera
Jerez, tiempos pasados
El médico llegaba a la casa, se sentaba a la cabecera del enfermo y le hablaba como un confesor. Le miraba la garganta y le tomaba el pulso y la temperatura. Después, según los síntomas y lo que el enfermo y sus familiares le contaban, hacía el diagnóstico de rigor y extendía la receta que llevaba siempre su nombre en el membrete
¿Quién que haya pasado, más o menos, de los setenta no se acuerda de su médico de cabecera? De aquellos queridos médicos de familia de hace poco más de medio siglo. Y me vienen al recuerdo, entre muchos nombres, los de dos sabios doctores de aquellos tiempos, cuando aún no se había creado, o estaba aún en mantillas, en España, la Seguridad Social, llamada en sus comienzos Seguro de Enfermedad. Y los médicos de cabecera iban a casa del enfermo, corriendo su visita por cuenta de éste o de sus familiares, así como todos los medicamentos
Para ejemplo, ya digo, dos nombres de médicos muy populares de los años cuarenta y cincuenta, fueron los de don Bartolo Benítez Lagos y don Juan Carlos Durán. El primero de ellos fue médico de casa, de toda mi familia, desde que yo tuve uso de razón; y aún me acuerdo de él, de su físico, de su voz tan particular, de su forma de vestir - casi siempre de gris - de saludar al llegar a casa, de infundir en el enfermo verdadera confianza. Y el segundo, querido igualmente, por todo Jerez.
Y te hablaban como un confesor, o un amigo, y al despedirse anunciaban siempre que volverían dentro de unos días, o a la semana siguiente, para seguir el desarrollo de la enfermedad y recetar de nuevo si fuera necesario.
Don Bartolo Benítez era un hombre muy agradable, atento y servicial. Muy profesional y muy entregado a sus enfermos. Sobre todo, tenía un don especial a la hora de tratar a los niños. Y por muy grave que fuera la enfermedad, siempre le restaba importancia. Cuando terminaba su visita, se ponía el sombrero y se marchaba, dejando un halo de simpatía y buen hacer en el enfermo y sus familiares, a los que siempre les infundía las mayores esperanzas de una pronta curación.
Don Juan Carlos Durán era otro médico carismático, queridísimo en todo Jerez. Por su dedicación profesional recibió varias condecoraciones y, especialmente, la Medalla de Plata de Jerez, que recibió en 1961 de manos del alcalde Tomás García Figueras. En su consulta de la calle Higuera, no cobraba a los pobres y, muchas veces, siempre remediaba alguna necesidad económica de sus pacientes. No podía andar por la calle, dar un paso, sin que alguien, un vecino o un desconocido, le saludara con admiración y agradecimiento por su bienhechora labor médica y caritativa.
Don Bartolo, que dejó un hijo traumatólogo, de igual nombre, y don Juan Carlos, de cuyo hijo Juan Manuel fui gran amigo, fueron hombres totalmente entregados a su vocación de médicos. Como otros grandes y excelentes médicos que existieron en Jerez, a mediados del pasado siglo y años posteriores. El más famoso de todos, el célebre doctor don José Girón Segura, que tan importante y altruista labor desempeñara al frente del viejo Sanatorio de Santa Rosalía, de los Hermanos de San Juan de Dios, "para niños lisiados pobres", y cuya clínica, en la avenida Alcalde A. Domecq, estaba considerada entonces como de primer nivel en toda Andalucía.
Otro célebre médico, con clínica propia, en el Arroyo, frente a la hoy Catedral, sería el Dr. don Luis Romero Palomo, cirujano de reconocido prestigio y persona muy entregada a su quehacer en los distintos servicios médicos que tuvo bajo su dirección. Jerezano de pura cepa, su amor por Jerez le llevaría a ser uno de los fundadores y primer presidente de la Fiesta de la Vendimia.
Recordemos también a la saga de los Rico, abuelo, padre e hijo; al apreciado doctor don José Ibáñez, en su consulta de la calle Porvenir 42, casi siempre visitada por pacientes gitanos; a un matrimonio modelo de magníficos profesionales de la medicina, como fueron el ilustre doctor y académico de la de San Dionisio, José Juan Arcas Gallardo, radiólogo y especialista de corazón y pulmón, y a su esposa la doctora Pepita de los Reyes, incansable andariega, ésta, de casa en casa de sus pacientes, vitalmente entregada totalmente a su trabajo. Como hoy sus hijos, los famosos dentistas, hermanos Eduardo, Pepe y Fátima Arcas de los Reyes. La Dra. Pepita de los Reyes es recordada hoy día por el Instituto que lleva su nombre, en la barriada de San Valentín.
¿Y qué decir del sabio y siempre bien recordado don José Luis Ruiz-Badanelli, médico y persona entrañable, de proverbial simpatía, que tantas cirrosis curó a empedernidos bebedores jerezanos, junto a otras muchas enfermedades, en su consulta de la calle Tornería y, más tarde, en la calle Francos?
Recordemos, asimismo el bien hacer del traumatólogo Tomás Abad; de los puericultores Jaime Bachiller y Antonio Moreno Pirla; o a los odontólogos Vicente Floran y Velaz de Medrano - el dentista del famoso cierro redondo de la calle Larga - a Pepe Piosa y Carlos Rodríguez Alcántara; a Juanito Freyre y a José Manuel Benítez del Castillo, oftalmólogos de pro y a tantos y tantos profesionales de la medicina que ejercieron su carrera en nuestra ciudad, con dedicación y entusiasmo. Como mi entrañable amigo de la niñez, Antonio Agarrado Porrúa, el primero que introdujo en Jerez la cirugía plástica y estética, especialidad que tantos seguidores tiene actualmente.
Pero de todos ellos, con ser todos estupendos y ejemplares médicos, nos quedamos hoy con el gratísimo recuerdo de aquellos abnegados médicos de cabecera, de los años cuarenta a los setenta, personalizados en las figuras inolvidables de don Bartolo Benítez Lagos y de don Juan Carlos Durán Viaña, a los que, junto a los demás, y otros que por olvido no mencionamos, queremos rendir hoy, aquí, el modesto pero cariñoso homenaje que sus nombres, dedicación y trabajo merecieron en vida.
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