Yeye, el alma del Zoo
Mercedes Mateos, responsable de la comunicación y relaciones públicas del Zoobotánico, se jubila tras 36 años recorriéndose el parque
A pocos días de "cerrar mi casa", recuerda cómo empezó todo y pone en valor que "somos un zoo pobre, pero honesto y muy respetado"
Ojos de lince y alma libre. Quien conozca un poco el importante trabajo que se realiza en el Zoobotánico sabrá que hablar de Yeye es hablar del corazón del parque. Este 31 de diciembre, Mercedes Mateos, responsable de Comunicación y Relaciones Públicas, apagará su ordenador por última vez, en una pequeña habitación en la que reina un desorden controlado, cuadros con retratos de sus queridos chimpancés y una fotografía de Jane Goodall. En 2021 Mercedes comenzará a disfrutar del parque sólo como amante de los animales, y no como trabajadora municipal. Aún quedan algunos días para su marcha y hay compañeros que ya confiesan tener un pellizco en el estómago por la despedida. Normal, Yeye es el Zoo.
Con 30 años entró por equivocación a formar parte del equipo. Sí, una equivocación. Pensaban que daba clases en un colegio como maestra, cuando en realidad era secretaria de dirección. La llamaron para el puesto de 'educadora', dando las charlas a los alumnos que acudían de los colegios, y ni corta ni perezosa, le echó coraje: "Esto lo voy a hacer estupendamente, ya verás", dijo.
"Me puse a estudiar muchísimo, me horrorizaba trabajar como secretaria", recuerda. Cobraba las clases que daba y cuando algún niño curioso le hacía alguna pregunta que ella no sabía responder, contestaba, "antes de que te vayas, lo consulto. Los niños preguntaban unas cosas que te obligaba a aprender muchísimo".
Había profesionales que sabían mucho, pero contaban las cosas como muy tristes y a los colegios les encantaba que yo les contara las cosas del Zoo. Fue impresionante aquel tiempo. No había tantos documentales en la televisión y los niños lo preguntaban todo, desde que si yo había sido cazadora en África, si no me había traído al cocodrilo... Los niños alucinaban con todo. Fueron momentos apasionantes y de reivindicar mucho. Me pagaban 1.000 pesetas por clase y me peleaba con Pepe Gil (risas). Así empecé yo, sin contratar y cobrando sólo por grupo que atendía", cuenta Yeye, sentada en una piedra junto a los chimpancés. No es un sitio casual.
"Mi relación con los chimpancés... ay... Yo venía a verlos y le decía a mi director José Miguel Cantos, 'he ido, le he dado una revista a Lola y pasa las hojas como yo. Le llevo lápices e intenta imitarme... Es imposible que esto sea verdad'. Me decía que siguiera con estas cosas", relata Mercedes. "Hicimos muchas investigaciones, era todo tan nuevo, tan importante... Pero ellos me cautivaron a mí. Yo vi a Pancho y era tan prudente, no se comía las chucherías que le echaban, pensaba tanto... Lola vino porque era de un fotógrafo, Lulú también era de un fotógrafo... Desde que los miré me cautivaron, es que hay alguien ahí detrás de esos ojos...", declara sin dejar de mirarlos.
Sólo Yeye podía llevarse a su casa a una chimpancé que el Seprona había quitado a un fotógrafo en Guadalajara. Aún guarda el documento de Adena autorizando la 'tutela' de Lulú a la jerezana, un animal que había convivido toda su vida con personas y que "había olvidado ser animal": "Fuimos a recogerla a Madrid, el encuentro fue maravilloso, me dio un abrazo y ya no me la podía quitar para nada. Era septiembre, yo estaba en mi casa y era como tener un abrigo todo el tiempo. Avisé a mis vecinos de que se quedaría unos días conmigo, porque ella era como un humano, abría los grifos, usaba cubiertos, abría la nevera... Era como un niño sin control que llegaba a todas partes. Fue una experiencia. La ayudamos a ser chimpancé y Lola que fue una madre adoptiva maravillosa. No tiene precio haber podido vivir todo esto".
Rechaza contundentemente aquellos parques en los que se utilizan a los animales, y defiende a capa y espada el gran trabajo de conservación que se realiza en Jerez con recursos mínimos. Malabares de un equipo entregado a la protección de las especies amenazadas, que ha logrado importantes hitos desde este pequeño rincón del mundo. "Yo entiendo a los zoos como centros reproductores con todas las garantías y bienestar de los animales, que sean un núcleo para abastecer a la libertad. Hay que visitar los zoos porque los trabajos que se hacen son caros y si el público puede ayudar a llevarlos a cabo, pues bien. Pero siempre que no se hagan espectáculos con los animales, que no se alquilen, que no se utilicen...Cosas que nosotros nunca hemos hecho. Siempre digo que somos un zoo pobre pero honesto. Seríamos muy ricos si nos dedicáramos a vender plumas, huevos y hacer fotos con una serpiente... Menos mal que el Ayuntamiento siempre ha respetado nuestra filosofía. Somos un zoo pobre pero el más rico de España y el más respetado", declara.
Un Zoobotánico del que se va sin ver la ampliación prometida y anunciada en muchas ocasiones, en los terrenos que bajan hasta la antigua carretera. "Me duele, yo ya me imaginaba una manada de elefantes en esa explanada, con Buba aquí de nuevo. Me emociono mucho al recordarla y cuando fui a verla fue un momento increíble". Trasladaron a Buba -"mi gorda", como la sigue llamando Yeye- a un zoo de Hungría pensando "solo y exclusivamente en el bienestar del animal", ya que allí podía formar parte de un grupo familiar y reproducirse. En 2016 se fue con Lola, compañera y gran amiga, hasta Sosto y fue silbarle y llamarla "gooorda, y mira, Buba echó las orejas para adelante y se vino para mí".
En su carrera en el Zoo, Mercedes ha tenido (y tiene) compañeros "de quitarse el sombrero". "Nunca he conocido a nadie con la bondad de Pepe Vela. Estaba aquí cuando llegamos y en su bicicleta iba por comida para los animales. Hubo terremotos, se cayeron los árboles, y el tío se metía por todos lados para levantarlo... Lo que nos enseñó a todos fue la bondad, no se peleaba con nadie, y también tocaba todas las plantas y me decía, 'mira Yeye, huele'. Era un placer pasear así", cuenta Mateos.
También tiene palabras de cariño hacia Vargas, "un cuidador jubilado que se venía y nos contaba lo heroico que fue su época, cuando no había anestesia, dardos... Y don Manuel Barea, que fue cofundador del Zoo, venía a traernos carmelas, nos contaba cosas de aquellos tiempos... Me han marcado mucho. Gente cariñosa, buena".
Paseamos por el parque y Miguel Ángel Quevedo, veterinario del Zoo, confiesa que todo será diferente sin ella. Y ella recuerda cuando un jovencísimo Miguel Ángel se tuvo que hacer la mili, "y por dios, que le contraten de nuevo, que no lo dejen, decía a todas horas". "Y a Íñigo lo traigo loco, le voy mandado fotografías de todo lo que me encuentro y ¡lo sabe todo!", dice entre risas. Íñigo García, José María Aguilar, Miguel Ángel Quevedo... "Es que tenemos unos científicos increíbles que han sido unos valientes".
Confiesa que en otra vida le gustaría ser "gorila en libertad" y que en este tiempo ha sido "un poco traumático" encontrarse con políticos que no comparten tanto amor hacia lo que esconde este rincón de la calle Taxdirt. "Cada cuatro años hay uno nuevo, y hay épocas en las que te toca gente culta, entusiasta, personas conocedoras de la naturaleza y la botánica, y se nota mucho. Otras veces no es así... Hay una gran diferencia entre políticos cultos y políticos que no lo son tanto", subraya.
Seguimos el paseo y vuelve a emocionarse porque "esto era un lujo y sigue siendo un lujo trabajar aquí. Ver amanecer en el Zoo es... Es un mundo tan rico, que durante todo este tiempo cada vez que he salido del despacho no he querido volver. Ahora, cuando me jubile, pasaré mucho tiempo en el Zoo pero sin tener que hacer informes ni coger teléfonos. Me sentaré aquí a ver los chimpancés y veré si realmente a Lulú le gusta Chabo o no, qué relación tienen, ¡mira los alardes de fuerza que hace para ligar! Me estoy quedando helada", exclama mientras se acerca un poco más al cristal. No lo puede evitar. Siente que queda poco para "cerrar mi casa, pero conozco a mis compañeros y sé que la mantendrán bien cuidada".
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