Osborne marida sus mejores vinos con rock and roll clásico
Iván Llanza y el guitarrista Aitor Rioja protagonizan una de las catas más originales del salón al ritmo de Ac/Dc, Eric Clapton y Led Zeppelin
Jerez/Esta es una preciosa historia de ida y vuelta. El rock, sin duda, es un bumerang. Un roble americano de Los Apalaches viaja en 1903 desde Tennessee a El Puerto de Santa María y se convierte en una bota que durante más de un siglo abriga un oloroso viejo de la casa Osborne de la bodega de Mora. 112 años después esa misma madera, ese antiguo roble, hace el camino de vuelta. La bota se desmonta y sus duelas viajan a Nashville, capital del estado de Tennessee. Su destino es una de las más importantes casas de guitarras del mundo. Gibson. Ayer, 115 años después del primer viaje, el roble regresa a Jerez y se exhibe en un antigua mezquita transformada en una guitarra Gibson. Aitor Rioja, el especialista de Gibson que ha puesto a punto la guitarra de categoría Custom, de las que sólo hay dos en el mundo, entona uno de los punteos más famosos de la historia, el Whole Lotta Love de Led Zeppelin. Lo escucha Jimmy Page en este escenario y se le caen los lagrimones de felicidad.
Todo esto empezó, explica Iván Llanza, director de Comunicación de Osborne, en un after del festival Monkey de hace unos años. Se le ocurre la idea, entre vinos, de hacer una guitarra con la madera de una bota. La gente de Gibson está presente y le mira con incredulidad. Y Llanza insiste e insiste. Ya lo está viendo. El jerez siempre se asoció a la bulería, al martinete, a los múltiples cantes flamencos. Pero por qué no al rock. "Como el vino de Jerez, el rock no tiene dos armonías iguales. Todo es rock y el disfrute está en los matices. Todos los vinos de Jerez son jerez y el disfrute está en sus matices". De modo que pensó en hacer un maridaje, pero no con comida, sino con clásicos del rock. Y empezó a dibujar líneas que permitieran acomodar sabores con ritmos. "La música, tal y como afirma cualquier neurólogo, prepara a nuestro cerebro para disfrutar". El experimento es Sherry on the Rock. Y el milagro se obró ayer en Vinoble en la tercera propuesta. Un oloroso viejísimo, VORS, Sibarita, toda una experiencia para el paladar, ponía sabor al punteo de Led Zeppelin. Una comunión se produjo entre los catadores. Al terminar la canción, la potencia de ese punteo que se ancla en la memoria y no te abandona durante horas, un aplauso espontáneo emergió sin que estuviera preparado. Se había generado una emoción de doble placer.
Ya había ido preparando el terreno AC/DC, con su eterna autopista al infierno, Highway to hell. Llanza hiló: "Alguien que no esté preparado para el rock, que nunca haya escuchado este clásico, dirá por Dios baja el volumen. Alguien que no esté preparado para el palo cortado Capuchino, un palo cortado muy muy heavy, con una solera de 1790, una de las más antiguas del Marco, puede sentir al probarlo un puñetazo en el estómago. Para saborear a AC/DC y este palo cortado hay que tener un conocimiento previo, hay que saber que se acude a una experiencia luminosa. Es nuestro particular viaje al infierno". Y también funcionó. Hay que tener alma rockera para entender ese hermanamiento que, una vez completado, es un absoluto éxito.
Pero si es Eric Clapton y su universal Layla, los acordes con los que cualquier pardillo se inicia a la hora de aprender a tocar la guitarra, el vino que hay que entregar a ese monumento sonoro es lo que se dice un vino amigable, friendly, aquel con el que se recibe al visitante a la bodega para que le pierda el miedo a tanta historia que albergan esos muros, un oloroso medio 10 RF, vino para cualquier perfil, como el tema más célebre de Clapton, una mezcla de Pedro Ximénez y Palomino. Y Layla sabe a gloria y el oloroso suena estupendamente.
Así fue, entonces, como el rock se hizo solera un mediodía cualquiera de Jerez.
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