Palabra de Homo sapiens sapiens
Educación/Cerebros en toneles
Las palabras nos asombran tanto como una galaxia o una bacteria. Todo hablante experimenta alguna vez la intensa extrañeza que supone utilizar las palabras. De repente, nos paramos y contemplamos los significantes, los signos en el papel o los sonidos en el aire, tan ajenos al significado, al sentido de lo que dicen. Hay algo de sublime, quizás incomunicable, al preguntarnos por la esencia del lenguaje. El microscopio no nos dice nada sobre los significados. Si analizamos el cerebro, encontramos neuronas y conexiones sinápticas, electricidad y neurotransmisores. Ni rastro de los significados, aunque sabemos que están ahí y que brotan de esas enrevesadas redes. Todos los aparatos que tenemos se limitan a localizar la actividad cerebral correspondiente a cada función cognitiva, que no es poco.
Sabemos ya mucho sobre dónde se procesa el lenguaje, pero poco sobre cómo se generan los significados conscientes y las cualidades subjetivas de nuestras experiencias cognitivas. Nos asombra que átomos, moléculas, células, tejidos y estructuras cada vez más complejas produzcan eso que llamamos lenguaje y pensamiento. Aristóteles dejó muy claro que solo los humanos usamos palabras, necesarias para expresar lo justo y lo injusto. Es lo que nos hace seres políticos. En la ciudad, la polis, se despliega lo esencial de las personas, el logos. Palabra y razón son los pilares de la convivencia. La principal virtud para los ciudadanos ha de ser la prudencia, que implica saber pensar, para elegir el término medio a la hora de actuar, y saber deliberar, para elaborar leyes sensatas. Aunque ya desde los orígenes de la filosofía se reflexionó sobre el lenguaje, fue en el siglo XX cuando se produjo el giro lingüístico. Hubo estudios sobre el significado. Unos hablaron de referencia y otros de uso. De los enfoques más semánticos y lógicos se pasó a la pragmática. El lenguaje comenzó a ser el centro de toda la filosofía, desde la metafísica hasta la política. A pesar de la diversidad de enfoques y escuelas, todos parecían coincidir en que la percepción, el pensamiento, la estética, la ética y la política se daban en el lenguaje, a través de las estructuras del habla. Somos en las palabras. El lenguaje es la casa del ser, decía Heidegger. Y Wittgenstein sostuvo que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Hablar es constituir una comunidad.
El universo simbólico que habitamos se alimenta de un contrato que renovamos cada vez que deseamos decir algo a alguien. Habermas, Adela Cortina y muchos otros autores han conectado directamente las condiciones de posibilidad del lenguaje con el diálogo ético y político. En la acción comunicativa buscamos el entendimiento, el acuerdo, y damos por hecho que aceptamos unos requisitos mínimos del uso del lenguaje. Por eso distinguen entre acción comunicativa, que trata a los demás como fines en sí mismos, y las acciones instrumentales y estratégicas, que se basan en utilizar a los otros como meros medios.Uno de los objetivos de la educación es enriquecer esta reflexión sobre lo que nos hace humanos. Conocer y utilizar bien el idioma es una condición necesaria para el pleno desarrollo de las personas. La literatura y la sintaxis nos hacen conscientes de cómo nos desenvolvemos con las palabras.
Por eso, conocer varios idiomas es tan fructífero desde el punto de vista intelectual. Saber hablar bien es la condición de posibilidad para poder pensar con claridad y dialogar con sensatez. Estos días lo podemos comprobar. En las sociedades democráticas son fundamentales los acuerdos, el diálogo constante. Si no hay foros para deliberar, en los que haya un diálogo profundo y simétrico, terminamos rompiendo las reglas básicas de convivencia. Quizás no nos hemos explicado bien… Estudiamos humanidades para analizar y comprender el presente, no el pasado. Acudimos a los griegos porque son la raíz de nuestra civilización y nos siguen ayudando a pensar nuestro futuro como humanidad. Leemos a los clásicos porque abordan con lucidez la trágica existencia humana. Estudiamos sintaxis y lógica para comunicarnos y argumentar sin salirnos de la racionalidad.
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