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Pensar la política sin disolverla

Pensar la política sin disolverla

08 de marzo 2016 - 01:00

Las crisis económicas y políticas generan pensamiento fresco y estimulan la creatividad. En política, cuando las cosas van bien parece que las herramientas conceptuales funcionan. Nos sirven para explicar lo que ocurre y no reparamos en ellas. Pero cuando los asuntos se tuercen, las teorías se vuelven trastos viejos que no sabemos si conviene arreglar, reciclar o sustituir. La indignación ética ante las injusticias sociales y la corrupción de muchos de nuestros representantes ha provocado un renacer de la filosofía política. Cuando parecía que las democracias liberales y el sistema capitalista constituían el mejor de los mundos posibles, todo comenzó a tambalearse.

Los ciudadanos muestran hoy interés por la política. Hay preocupación ética. Conocen los casos de corrupción, las cifras del paro, los recortes en gastos sociales… Si bien esta toma de conciencia es buena y necesaria, algunos filósofos de la política comienzan exigir otro paso más. Aunque hemos tocado fondo, no basta con el escepticismo destructivo, porque no podemos vivir sin política, sin instituciones que gestionen lo común. Si no salimos de ese pesimismo radical, dicen, la espiral de erosión de la democracia no se invertirá. Abandonada la utopía política, por ser peligrosa o mera literatura de salón, los teóricos de la política han comenzado una tarea similar a la que realizó Descartes con su duda metódica: revisar todo el edificio y ejecutar las operaciones de desescombro oportunas para comprobar qué parte de los cimientos sirven todavía. Es una labor realista y optimista. Si nosotros no recuperamos el ámbito de la política, dejaremos las decisiones sobre lo común en manos de los despiadados poderes económicos.

Daniel Innerarity en "La política en tiempos de indignación" (Galaxia Gutenberg, 2015) nos ofrece una buena caja de herramientas para llevar a cabo esta tarea. Daniel es catedrático de Filosofía Política y Social en la Universidad del País Vasco. En este texto sintetiza las reflexiones que ha llevado a cabo en sus tareas docentes e investigadoras. Los capítulos pueden ser leídos de forma independiente, como breves ensayos, con un planteamiento del problema, una discusión y unas conclusiones. Es una buena introducción a la teoría política actual porque parte de los asuntos que nos preocupan a todos, no de los conceptos puros o de las teorías. Daniel razona con claridad argumentativa y añade ejemplos muy cercanos.

Quizás no hayamos entendido todavía qué es la democracia, nos dice. Precisamente, los defectos que más nos indignan de este sistema son los rasgos, las condiciones, que lo hacen posible: la incertidumbre, el conflicto permanente, las promesas incumplidas, la falta de acuerdos, los discursos y su retórica, el sistema de partidos, los mecanismos electorales, etc. La lógica democrática implica todo eso. En un sistema abierto, donde la crítica y la negociación son esenciales, la imperfección, la sensación de caos e ineficacia son naturales. El diálogo abierto genera la posibilidad de desacuerdo; la complejidad de los problemas conlleva fracaso en las soluciones; los ideales políticos nunca se plasmarán en la realidad; en los discursos hay siempre intereses y emociones; nadie posee la verdad absoluta… Todo es mejorable, pero esto es la democracia.

Daniel habla de una "democracia posheroica" o "democracia compleja". La democracia ha de entenderse como una actividad que se desenvuelve en lo contingente, lo precario, donde no hay lugar para la épica ni para las contraposiciones claras o las políticas basadas sólo en ideales y principios puros: "Creo que lo mejor es partir de una constatación muy liberadora: la política es una actividad limitada, mediocre y frustrante porque así es la vida, limitada, mediocre y frustrante, lo que no impide, en ambos casos, tratar de hacerlas mejores. Y en segundo lugar, nuestras mejores aspiraciones no deberían ser incompatibles con la conciencia de la dificultad y los límites de gobernar en el siglo XXI."

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