Pruebas de amor

Juan Manuel Gutiérrez

14 de octubre 2014 - 01:00

HACE ya algún tiempo, unos padres alarmados, acudían a Psicología Diez para que les asesoráramos sobre cómo actuar con su hija adolescente. La menor había destrozado su bien más preciado, se había cortado su hermosa melena hasta dejar su cabeza prácticamente rapada. Además, sus padres descubrieron heridas en su cuerpo, cortes y hematomas, que ella misma parecía realizarse. Ante la presión y enfado de sus padres, la menor confesó que había sido una prueba de amor, llevaba varios meses chateando a todas horas con un chico de otra ciudad, que jurándole amor eterno, la había convencido para que hiciera estas cosas y así él pudiera estar seguro de que de verdad le quería.

Conocimos a otra chica, también menor de edad, que cuando su novio la recogía los fines de semana, la llevaba a casa de sus padres y luego la dejaba en su habitación mientras él salía con los amigos. Al final de la noche, él regresaba para recogerla y devolverla a su casa.

También hemos atendido a varios chicos que para conseguir a una chica o para integrarse en algún grupo o pandilla han llegado a agredir a otros chicos y compañeros, a mentir de forma compulsiva e incluso a cometer delitos penales muy serios.

Si intentamos analizar los factores comunes que se encuentran presentes en todos estos casos, podemos encontrar más de uno. Sin embargo, uno de ellos es determinante en este tipo de comportamientos disfuncionales: la habilidad de estos adolescentes y adultos para hacer un adecuado análisis de costes y beneficios es demasiado básica y en algunos casos inexistente. Toman decisiones exclusivamente en función de las ventajas que conseguirán con su comportamiento, sin tener en cuenta, en absoluto, los inconvenientes que su decisión puede llegar a causarles. En todos estos casos, los beneficios consisten principalmente en ganar la aprobación, el afecto o el amor de los demás, algo que ciertamente merece la pena conseguir, pero, desde luego, no a cualquier precio. Conseguir aprobación a costa de sufrimiento no parece tener sentido, salvo si esta aprobación se desea de forma desmedida y se está dispuesto a pagar lo que sea por ella.

Afortunadamente, hoy en día disponemos de pruebas de evaluación psicológica que nos permiten valorar rasgos de personalidad, actitudes o habilidades de regulación emocional que nos permiten ofrecer tratamientos efectivos para estas carencias, pero existen también muchas propuestas para prevenir estos problemas interviniendo con los menores desde la infancia, en los colegios. De hecho, desde distintas universidades nacionales e internacionales se han creado propuestas de diseños curriculares para el desarrollo de competencias emocionales desde la educación infantil (v.g. Guil, Gil-Olarte, Mestre y Nuñez 2006, Ribes, Bisquerra, Agulló, Filella y Soldevila, 2014). Estas competencias emocionales son entendidas como un conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales, que preparará a los menores para afrontar de forma exitosa los conflictos que le depara la vida adulta.

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