Ramírez y Micaela, fuente de riqueza (y 3)
ME encuentro de vacaciones, cuando sale una zambomba por la tele. “¡Y ahora, con ustedes, una zambomba jerezana!”, dice la presentadora de Madrid Directo. Estoy en un bar con unos amigos, cuando de repente tengo una extraña sensación, la de cinco pares de ojos mirando cómo me tomo una cerveza. “¿Por qué le llaman a ésto zambomba?”, dice por fin uno de mis amigos. “Ehh... no sé –digo– será porque hay una zambomba”. Tras un breve silencio, otro vuelve a la carga. “¿Pero lo que están poniendo exactamente es una zambomba?”, pregunta. “Ehh... sí, sin duda”, le digo, sin entrar en honduras. “¿Pero así se divierte la gente?”, pregunta otro, con lo que me quedo sin margen de maniobra. “Bueno, en la tele sólo está el grupo, falta el público, que toca la pandereta y canta los villancicos con más o menos energía. Por lo demás, algunos ligotean, otros meten la pata... lo normal”, digo. Pedimos otra ronda.
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