Con Ramón de Cala por las gañanías de la campiña
UNO de los políticos jerezanos más destacados en el siglo XIX fue sin duda Ramón de Cala (1827-1902). Organizador del Partido Republicano en nuestra comarca, participó activamente en 'La Gloriosa', la Revolución de 1868, siendo nombrado presidente de la Junta Revolucionaria de Jerez. Diputado y senador por la ciudad en las Cortes Constituyentes de 1869-1871, y en las de la Primera República de 1873-1874, llegó a ser vicepresidente del Congreso (1).
Destacado fourierista, mostró siempre un gran interés a lo largo de su vida política por los aspectos sociales. La instrucción pública, las cuestiones sanitarias, la defensa de los derechos de las clases más desfavorecidas y la denuncia de las condiciones de vida de los trabajadores de la ciudad y, especialmente, de los obreros del campo, estuvieron entre sus preocupaciones constantes durante su actividad política.
Una de sus obras más conocidas es la publicada en 1884 con el título de El problema de la miseria resuelto por La harmonía de los intereses humanos (2). En ella recoge sus respuestas y sus propuestas a un amplio cuestionario elaborado en 1883, durante el gobierno liberal presidido por Sagasta. Se crearon entonces comisiones provinciales "con el objeto de estudiar todas las cuestiones que directamente interesan a la mejora y bienestar de las clases obreras, tanto agrícolas como industriales" y Ramón de Cala, quien había destacado en su ya por entonces amplia trayectoria política en la defensa de las clases trabajadoras, fue una de las personas consultadas por dicha comisión (3). Veamos en lo que sigue, algunas de las reflexiones que el político jerezano dejó recogidas en su libro y que sirven de testimonio para conocer cómo era la vida en el Jerez de finales del último cuarto del siglo XIX.
"¿Cómo visten los trabajadores?: Con pobreza", esa escueta respuesta al cuestionario de la comisión, sin entrar en detalles, no puede ser más elocuente de lo que observa a su alrededor Ramón de Cala. Sin embargo en las que proporciona en relación con la alimentación y la habitación de los obreros se extiende en argumentos. Con respecto a la comida que de ordinario toman los obreros apunta lo siguiente: "Lleguemos a un taller cualquiera, si nos repugna asomarnos á lo escondido del hogar, y descubriremos que se alimentan con pan no abundante, sardinas ó queso, y como gollería un poco de café hervido en agua copiosa. Y aun así, no les alcanza el jornal, y dejan de pagar la casa y quedan debiendo el vestido; todo esto á cambio de sonrojo, de resultas de las reclamaciones; sonrojos que principian mortificando y concluyen pervirtiendo." Las condiciones de vida en las casas de vecinos, la morada más habitual de los trabajadores, quedan descritas en toda su crudeza por nuestro político con la contundencia de la realidad: "Esas miserables casas llamadas de vecindad, por cuyas puertas pasamos indiferentes, y que algunos bien hallados no conocen siquiera. Hacinamiento de salas y cuartos apretados por el interés de aprovechar el terreno y aumentar la renta. Como en una pieza sola ó en dos cuando mas, se amontona una familia entera, no se inutilizan las paredes con ventanas, aunque la higiene las reclame; y también porque un hueco supone una puerta y la puerta un gasto para el dueño; aun sin la demasía y el lujo de cristales, poco usados en las casas de los pobres" (4).
Pero si la situación de los obreros en las ciudades era mala, "la de los campesinos… es si cabe más desdichada todavía". Los 'cortijeros', como los denomina, "viven en el cortijo en el departamento nombrado la Gañanía, no tan ventilado, ni tan higiénico como el establo de los bueyes, ni como la zahúrda de los cerdos. Desván en lo grande, no en lo alto, con poyetes de piedra corridos a lo largo de las paredes, que a la vez sirven de asiento y de cama, y por muelle colchón una estera. En medio, ó en un extremo, está el fogarín, donde arde rara vez leña, y de ordinario excremento de los bueyes. Que expide una humareda asfixiante. Algún respiradero para que el aire se modifique, ya que no se renueve.
Apenas un cuarto de siglo después, las condiciones habían variado muy poco a juzgar por el retrato que de las gañanías realiza Vicente Blasco Ibáñez en una de sus obras más conocidas: La Bodega. Por la gran similitud en las descripciones, de los ambientes pensamos que el político valenciano pudo conocer los escritos de Ramón de Cala casi con toda seguridad. Pero si las condiciones de habitabilidad de las gañanías son pésimas, la alimentación de los trabajadores del campo no se queda atrás: "El cortijero come un pan fabricado con lo peor de los almacenes, en que entra tanto como el trigo, variedad de granos, que ni los animales aprovechan, y algunos pedruscos desbaratados en el molino para formar un compuesto semejante á harina, que amasada dá por resultado un pan en teleras, plomizo e indigesto. Por la mañana el ajo, especie de sopa con aceite, que ni para los candiles, sal, pimiento y agua caliente. Al medio día gazpacho con los mismos ingredientes en frío, y la agregación de vinagre, que parece lejía, según está de turbio y mal formado. A la noche se repite el ajo. Y así un día y otro día, y todos los del año que no sea que la suerte depare en alguno el festín de una res muerta de enfermedad ó por accidente, cuya res se guisa y se devora en perjuicio de los buitres (5).
Como señala el historiador Diego Caro Cancela, al estudiar la vida en Jerez durante el Sexenio Revolucionario, en la campiña jerezana, los trabajos del campo podían clasificarse en tres grandes grupos: de viña, de cortijos y en la 'guardería' de ganados. De los tres, el que ocupaba durante todo el año a un mayor número de trabajadores, era el que se realizaba en los cortijos, fundamentalmente, en el cultivo de los cereales. El prototipo, por excelencia, del trabajador agrícola andaluz y jerezano era el 'gañán'. "Se trataba de un jornalero que pasaba largas temporadas en el cortijo, realizando distintas faenas, para recibir a cambio tres reales diarios y la comida. Era éste, por tanto, el salario más bajo que se pagaba en la España de la segunda mitad del siglo XIX, con la paradoja de que coincidía también precisamente con el grupo de trabajadores que realizaba la jornada de trabajo más larga….llegada la recolección, solía abandonarse el trabajo a jornal, para sustituirlo por el destajo, en el que se cobraba, no en función del tiempo, sino según el rendimiento del propio trabajador. Se formaban cuadrillas de segadores que cobraban una determinada cantidad por la superficie de tierra segada. En 1872, por ejemplo, era al precio de veinte a veintitrés pesetas la hectárea" (6).
En estas mismas ideas, así como en las duras condiciones de vida de los gañanes abunda Ramón de Cala en sus respuestas que no son sino un retrato de la pobreza que padecen los jornaleros y de la que parece difícil escapar: "Dos o tres veces en el año van los cortijeros á la población. Como naturalmente se deduce, el gañán no puede formar familia; y si por excepción comete la imprudencia de formarla, vive siempre separado de ella, y allá se las compone como pueden en el poblado la mujer y los hijos. El cortijero gana de dos á tres y medio reales de jornal al fía, según las labores y las costumbres de la localidad. Tal es la situación económica de los obreros de las ciudades y la de los campesinos… Viven entre penalidades, y mueren de pobreza. Pocas veces el hambre mata como un puñal; pero muchas, innumerables, la mala alimentación de todos los días los venenos de la viciada atmósfera que los pobres respiran, las frecuentes abstinencias, seguidas de extemporáneas harturas, van engendrando la muerte poco á poco, y el fatal desenlace se achaca después, según la ciencia, á la gastritis, á las tifoideas y á otros males de variados nombres, que debían llamarse sencillamente hambre y privaciones; en una palabra, pobreza". (7)
Entre los distintos y variados temas de los que se ocupa Ramón de Cala en El problema de la miseria, muchos están relacionados con el mundo rural, con el trabajo en el campo y con los sueños del socialismo utópico como solución.
En lo relativo a las penosas condiciones de trabajo, apunta el político jerezano como los segadores prefieren el trabajo por peonadas al trabajo a destajo "como medio de no equivocarse en la apreciación de aquella cosecha difícil de estimar por extraordinaria". Estas peticiones fueron uno de los principales motivos de enfrentamiento en el Jerez de la época y como cuenta nuestro autor: "Los labradores rechazan la exigencia y la huelga sobreviene. No hay que averiguar quiénes tienen más razón, pues que unos y otros están en su derecho; los capitalistas para negar, los trabajadores para pedir, y todos para abstenerse". Cala, critica el desenlace de estos conflictos acusando de falta neutralidad a las autoridades y apuntando las graves consecuencias de ello: "¿Pero que hacen en estas circunstancias las autoridades?…Recurren al arbitrio de traer soldados para la siega, y los ponen á disposición de los labradores. Y los obreros pierden en el juego de esta huelga, porque la autoridad se ha puesto de parte de los capitalistas. Así se agravan los males y se pierde la fé en todo remedio pacífico" (8).
El trabajo de los niños en el campo y la ciudad, la falta de instrucción y recursos educativos, la usurpación de cañadas, la práctica del rebusco, el nacimiento de las primeras asociaciones agrarias, o la Mano Negra, son otros tantos temas sobre los que Ramón de Cala realiza agudas críticas. En relación a este último asunto afirma de manera taxativa: "… después de haber visto y estudiado los hechos, declaro por mi honra y con toda sinceridad, que la Mano Negra es un mito, que no ha existido, ni existe, y que es una invención desdichada del interés y del pánico, que vive solo en la fantasía, pero que por mala suerte toma realidad en lo de ahondar los abismos que á las clases separan y en alimentar sus rencores. Es posible que se admire de mi afirmación rotunda quien esto lea; pero la repito y repetiré mil veces: la Mano Negra es una invención, calumniosa si intencionada" (9).
Dejamos para otra ocasión su apuesta por la creación de Falansterios, las comunidades agrícolas autosuficientes que, basándose en las ideas del socialismo utópico, ya habían adelantado los fourieristas gaditanos Joaquín Abreu y Manuel Sagrario de Beloy con la propuesta de creación del Falansterio de Tempul.
Como ya hemos escrito en otras ocasiones, cada vez que recorremos la campiña en torno a Jerez y estamos ante una gañanía… sentimos un profundo respeto en recuerdo de aquellos jornaleros del campo, de su explotación y de las penosas condiciones de vida que sufrieron. Que no se olviden y que no se repitan.
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