Relato de una nostalgia
Un puñado de recuerdos, historias y anécdotas del antiguo Cine Jerezano por boca de cuatro de sus antiguos trabajadores · Cerrado en 1998, ha reabierto para hacer un rodaje

La película italiana Cinema Paradiso era una declaración de amor al cine. Manuel y Enrique vivieron las mismas sensaciones que el pequeño Salvatore, que creía que aquello era producto de la magia. Manuel y Enrique no creían en la magia. Iban al cine desde muy pequeños. Sentados, se daban la vuelta y observaban el haz de luz del proyector. Y se decían: "¿Qué habrá ahí dentro?" Así comenzó su pasión por el cine. Esta es una historia de nostalgia, la breve historia de cuatro de los 'supervivientes' de una sala ahora polvorienta, obsoleta y abandonada en el tiempo. Con el tiempo, los multicines modernos acabaron con las salas de cine a la vieja usanza. Y el Cine Jerezano no escapó a la modernidad.
La historia del Jerezano sigue el mismo destino de aquellas salas de viejo cuño: Escribe José Luis Jiménez en su libro 'Historia del cine en Jerez' que el proyecto de cine se remonta a 1945, cuando el médico e industrial sevillano Luis Escuín Nicolau encarga la obra al arquitecto José María P. Garrido. Constaba de dos plantas, un ambigú, un pequeño bar en su planta inferior y un aforo de 900 butacas. Su inauguración el 18 de abril de 1948 reúne a más cargos políticos y militares de la época que a público en general. Escuín, como era costumbre, entrega entonces al alcalde accidental, Guillermo de Medina y Fernández de Castro, una cantidad de 7.000 pesetas con destino a la Junta Benéfica Local. La comitiva accede a su interior. Encuentran una sala amplia, cómoda y acogedora. Se proyecta un documental y una revista del NODO. Amante secreta, una película protagonizada en 1941 por la italiana Aida Valli fue la primera en exhibirse. Poco tiempo después, la sala pasa a manos de la empresa ''Sirius' -regentada entonces por el recordado empresario Gabriel Navarro Rincón- para su explotación. A finales de los sesenta pasará a manos de la familia de los hermanos Hernández, de Sevilla, al amparo de la firma 'Cines de Jerez', actualmente Unión Cine Ciudad. 'Cines de Jerez' regentaba también los cines Lealas y Delicias y fueron los pioneros en levantar un multicine en Jerez, en concreto en el complejo de 'Continente'.
Hubo intensas negociaciones con el Ayuntamiento de Pacheco para hacerse con ese gran negocio inmobiliario. Pero aquello se frustró. La Junta de Andalucía catalogó el edificio como protegido, por lo que su arquitectura exterior debía conservarse en su totalidad. En la actualidad, la propiedad del edificio corre a cuenta de una inmobiliaria de Cádiz, Gadicasa.
Enrique Gavira Vázquez proyectó la última película en el Jerezano el 27 de agosto de 1998. Han pasado, por tanto, trece años sin más utilidad que la de servir de cobijo a aquellos yonquis y muertos vivientes que recorrían deprisa la vida y deprisa morían. El rodaje de la película Miel de naranjas de Imanol Uribe ha reabierto sus puertas durante unos días, adaptando la entrada y la cartelería a los años cincuenta, época en que sitúa la película.
Enrique vino al mundo en Jerez un día de septiembre de 1944. Llegó a electricista y, al poco tiempo, se sintió atrapado por el cine. Obtuvo el carné de operador cinematográfico, como exigía por entonces el Ministerio de Gobernación. Un manitas de la electricidad, puso en pie todo el cuadro eléctrico del Jerezano y brillaba también como jefe de mantenimiento del grupo, reparando aquí o allá las viejas maquinarias con linterna de arco voltaico que se sustituyeron en 1980 por las linternas de lámpara que eliminaban el uso del carbón. El sonido lo proporcionaba un altavoz con separador de frecuencia, con graves y agudos separados, pero fue Enrique quien, años después, ideó un sistema estéreo en el Jerezano. Su carrera como operador cinematográfico acabó en Jaén, donde fue enviado por la empresa. Cuando Enrique se jubiló, habían pasado cuarenta años de su vida desde su primera proyección.
Manuel Farach Guerrero (Jerez, 1945) comenzó trabajando en una relojería de Bizcocheros. Luego se apasionó por el cine y, durante años, proyectaba películas en el salón de actos de la cercana sede de los jesuitas. En 1960 entró en el Jerezano. Enrique le puso al día y, al igual que él, comenzó de aprendiz de operador de cabina sin cobrar un duro. Trabajó también en los cines Sol y Delicias y más de veinte años en el auditorio del salón cultural de la Caja, en la plaza de las Marinas, proyectando películas en 35 milímetros, 16 y Super 8. A los sesenta años se jubiló. Desde los diecisiete años había estado trabajando para su gran vocación.
Cierto día, Manuel conoció a la nueva taquillera, Ana María Narbona. Se 'hablaron' y, con el tiempo, casaron. Ana Mari le dio dos hijas. Vivía frente al propio cine, por lo que, muy posiblemente, no se trataría esa de la primera ocasión en que observó a ese muchachote del proyector. Ni él tampoco. A Enrique le ocurrió lo mismo. A su mujer María José Benítez, Pepi, la conoció también cuando cumplía labores de correturnos en la taquilla. Y de ahí surgió el romance. Alguna que otra vez, Pepi abandonaba la taquilla durante la exhibición, entraba en la sala y se veía obligada a poner orden de manera muy cortés en la 'fila de los mancos'.
-El cine era mi gran vocación -explica Manolo-. El problema era que no tenías familia. Sólo el martes tenía libranza. Mis hijas ya ni me conocían. Pero aquello me gustaba. La verdad es que la vida la hacíamos en el cine".
En la cabina, el trabajo era duro. Los operadores se encargaban de recoger las latas de películas que llegaban hasta la plaza del Arenal. Luego las montaban y repasaban. Todas venían tocadas por su paso por multitud de salas. Empalmaban películas de hasta tres años. Las repasaban y verificaban hasta su proyección. La censura era férrea y estricta, por lo que se cuidaban mucho en filmes como La Celestina o Asignatura pendiente. Pero por lo que verdaderamente se pirraba el público eran los filmes de 'convoyes', que se proyectaban en las primeras horas de la tarde para, algunas horas después, hacer lo propio con las más 'picantes'. Era el preámbulo de la época del destape.
Ya a finales de los ochenta, el Jerezano era un gran cine. Contaba además con otra enorme sala dedicada a cine de verano que se levantó tras la sala principal. En 1978 acogió una edición de la Muestra Internacional de Cine y, tiempo después, una extensión de 'Alcances'. Más recientemente, la sala acogió el preestreno de la película de Spielberg El imperio del sol, que congregó a un numerosísimo público de Trebujena, principalmente los que hicieron de extras, en cuyas marismas fue rodada gran parte del filme.
Más cosas: Cada noche, especialmente los fines de semana, la plaza de san Andrés era una gran fiesta. Cuenta Ana Mari que las colas eran kilométricas y el bullicio y la animación no cesaban. Muy cerca de la casa de Atarazanas, donde se hospedó el poeta inglés Lord Byron durante su visita a Jerez, Miguel hacía negocio con su quiosco. Detrás de una montaña de caramelos y todo tipo de golosinas, se adivinaba su inseparable sombrero. Como también lo hacía otro puesto, el quiosco de Mariquita, situado frente al cine. O la 'casa de los caramelos', en la calle Caracuel, donde se avituallaba la chiquillería antes de entrar en el cine de verano.
Enrique y Manuel guardan en su memoria infinidad de operadores como ellos. Algunos todavía es posible verlos por la calle; otros se quedaron en el camino. La lista es larga: Alfonso Rojo, Carlos García Ortega, Luis Sola, José Agrente, Juan Luis Moreno, Antonio Serna, Fernando Romero o Juan Santos Suárez, 'Juanichi'.
Hoy día, la realidad es bien distinta. El cine Lealas fue devorado por las llamas y ahora sólo un enorme solar recuerda su ubicación. Y tanto el Delicias como el Jerezano siguen en pie, pero en el más absoluto abandono. Los tiempos cambiaron. Los tres cines de Jerez habían dejado de ser rentables para la empresa madre de la sociedad Cines de Jerez, si bien no se acometió ningún plan ante la inminencia de las nuevas quince salas de 'Continente'. que supusieron una inversión superior a los quinientos millones de pesetas.
Ni Manuel ni Enrique creyeron nunca en la magia del cine, como le ocurría al pequeño Salvatore, hasta que conoció a Alfredo, el operador, que enseñó a aquel niño los misterios y secretos que se ocultan tras una película. Salvatore dejó de creer ciegamente en lo mágico que era el cine. El cine no es magia. O quizás sí.
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