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Relato de un vasco en tierra extraña

Un vasco en tierra extraña

Un breve recorrido por el mandato de Miguel Primo de Rivera al frente de la Alcaldía de Jerez, que ahora cumple los cincuenta años. El hombre que le negó dos veces a Franco.

Relato de un vasco en tierra extraña
Juan P. Simó

01 de marzo 2015 - 01:00

El 2 de febrero de 1965, hace ahora medio siglo, se produce un asombroso hecho en Jerez: un abogado de 30 años, natural de San Sebastián y sin experiencia alguna en política, toma el bastón de mando de la Alcaldía. Sólo sus apellidos suenan: Es Miguel Primo de Rivera y Urquijo, cuarta generación de la familia vinculada a la ciudad. Son las circunstancias y el apellido los que han empujado al abogado a entrar en política.

La verdad es que Miguel, Miguelito o Miguelón, como también era conocido, llega a la política sin una vocación personal específica. Franco se empecinó en la idea de que el futuro del joven era el del servicio a España. No lo consiguió en un primer momento, cuando Miguel se armó de valor y tuvo que decir 'no' al deseo del Generalísimo de nombrarle consejero nacional para cubrir la vacante que su tío Miguel había dejado en el grupo de 'los cuarenta de Ayente'. A Miguel se le puso un nudo en la garganta:

- "Que no puedo aceptar, mi general. No tengo ningún bagaje político y además, se me nombra consejero de algo que no sé nada. Yo no sé lo que es el Movimiento Nacional".

Miguel, una de las pocas personas que trataba de tú a Franco, entendía que aquel cargo le llevaría a engrosar la lista de las 'familias del Régimen' y que su participación en política estaba en la España del futuro y no sustentada en una dictadura. Hijo de Fernando Primo de Rivera y Sáenz de Heredia y de María del Rosario Urquijo, sobrino de José Antonio, fundador de la Falange y nieto del general jerezano Primo de Rivera y Orbaneja, el Miguel de pantalones cortos había compartido estudios con don Juan Carlos de Borbón; luego estudió Derecho en Madrid, trabajó en Inglaterra en el National City Bank de Londres para, algo después, meter cabeza en la Sociedad de Construcción Naval.

Él lo explicaba así: "No quería entrar en política ni a tiros. Tenía otras obligaciones, me dedicaba más a lo económico. Pero recibía en Madrid la visita de concejales y tenientes de alcalde de Jerez, que me proponían encargarme de la alcaldía por aquello de que mi abuelo era jerezano y que la familia mantenía muchos lazos con la ciudad... Pensé en un momento que podía ser ese el comienzo de mi carrera política".

Miguel asume el cargo pero pone una condición a Franco: sería alcalde de Jerez pero nunca jefe local del Movimiento, cargo que entonces iba parejo. Era el segundo 'no' al general, que no pareció preocupado:

- "Nombra a quien tú quieras", le dijo.

Con el campo ya despejado, Primo de Rivera asume ilusionado el reto. Esto contaba: "Antes de tomar posesión, me fui a Jerez y estuve estudiando la ciudad. Empecé a formarme a mi aire. Era algo como el misionero y el Papa cuando se entra en la iglesia. Bueno, a mí sólo me preocupaba ser misionero y no Papa. Y quise quitarle en todo momento un carácter político a la alcaldía. ¿De qué manera? Siendo un gerente, un administrador, un alcalde en definitiva. Había que no mezclar la política en un pueblo que, en esos años, era el undécimo tercero en importancia en España. Era obispo, profesor, médico, partero, jugador de fútbol... Así había de ser un alcalde, de todo".

Ese 2 de febrero y con el Ayuntamiento bajo mazas -como se dice-, Miguel toma posesión como alcalde. Releva en el cargo a Tomás García-Figueras y designa a Perico Argudo como jefe local del Movimiento. Pero, ¿con qué Jerez se encuentra Miguel? En aquellos años, la ciudad prácticamente se reduce a su casco histórico, carece de clases medias y sectores profesionales, dependiente en exceso de sus bodegas y la agricultura y, por tanto, a espaldas del sector industrial y de servicios. Baste recordar la procedencia de muchos de sus veintiún concejales: Carlos González Rivero, César Pemán y Andrés Contreras Salido, venían de González Byass; Antonio Morenés trabajaba en Garvey; Salvador Díez en Díez Lacave; Antonio Pérez de Cos en Valdespino y, por fin, Beltrán Domecq y Lorenzo Caro Muñoz, en Williams. Miguel se rodea además de un equipo de ingenieros, urbanistas, economistas y abogados, entre los que destacan dos futuros alcaldes: Manuel Cantos Ropero y Jesús Mantaras García-Figueras.

Con este equipo humano y unas influencias que le abre todas las puertas de la Administración Pública y del propio Franco, Miguel encara en los 'años del desarrollismo' la modernización de la ciudad. A esas dotes añadía Miguel una personalidad vitalista, cercana, creativa, generadora de confianza e ilusiones y capaz de impulsar nuevas posibilidades de riqueza para los jerezanos.

Impecable fue su gestión al frente del urbanismo, trayendo hasta Jerez a arquitectos de la talla de Pablo Arias, Pepe Ferrari o José Laguillo de Castro. La puesta en marcha de un nuevo y ambicioso Plan General de Ordenación Urbana le permitió acabar con buena parte de los suburbios, acometer la promoción de 10.000 viviendas (entre ellas 6.700 subvencionadas), la urbanización de barriadas mal recepcionadas, el replanteo de calles y la creación de urbanizaciones privadas de la mano de Urbis. La lista de realizaciones es ingente y sería hasta aburrida. He aquí algunas: la compra del Alcázar, la construcción de la estación de autobuses, la escolarización de unos 8.000 niños y creación, junto al ministro jerezano Manuel Lora Tamayo, de más de dieciséis centros escolares... No olvidemos la Residencia de la Seguridad Social, la apertura del polígono de El Portal y de Mercajerez o la construcción del Consejo Regulador del Vino, la azucarera de El Portal o la sede de la firma Cartonajes Tempul.

Hay algo en su gestión que nadie olvida: la potenciación de la Feria de la Primavera, a la que mezcla lo lúdico hasta convertirse en Feria del Caballo, orgullo de la ciudad y germen de la actual Escuela de Arte Ecuestre.

Entre sus muchas aficiones, Miguel fue un apasionado del deporte. Todavía se le recuerda en Fuentebravía, cuando se enfundaba un ante el asombro de la parroquia y practicaba sus ejercicios gimnásticos o corría de una punta a otra como un marciano a los ojos de los demás, que jamás habían visto tal cosa. Y, como tal, no olvidó el deporte, como demuestran el Campo de la Juventud o el polideportivo de Santa Fe.

En fin, nos encontrábamos ante un moderno gestor que detectó los problemas de un Jerez anquilosado a los que trató de poner remedio. Suya es la creación de una clase media de la mano del sector administración y servicios. El mandato de Primo de Rivera se extendió un año más por deseo expreso de Franco y de los entonces Príncipes de España, que pidieron visitar Jerez siempre y cuando Miguel estuviera ejerciendo de alcalde. Además, Franco andaba muy descontento con sus anteriores visitas. En cierta ocasión, siendo alcalde Mateos Mancilla, Franco tardó varias horas en aparecer. Muy pocos le esperaron. "No volveré nunca más a Jerez", se le oyó decir. Con Miguel era distinto. Vino, visitó el Consistorio e inauguró el Monumento al Caballo, haciéndolo meses después los reyes eméritos.

Tras abandonar la corporación, Miguel trabajó en el INI y, más tarde, fue nombrado procurador en Cortes, consejero nacional ("¿Ahora sí y antes no?", le inquirió Franco) y, años después, ponente de la Ley de Reforma Política de 1977. A modo de agradecimiento, la ciudad le distinguió con los títulos de Alcalde Perpetuo y Honorario, Hijo Adoptivo y Medalla de Oro de la ciudad.

¡Y es que Jerez, señores, es mucho Jerez!

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