Ruta al horizonte
patrimonio Un recorrido por los tejados del casco histórico y el Jerez moderno
Un paseo por el cielo de Jerez desde el punto más alto de la iglesia de San Miguel y desde la azotea de 'Jerez 74' · El Ayuntamiento se plantea abrir al turismo algunas de las torres de la ciudad
Para rascar el cielo de la ciudad hay que sudar. Estrecha y de caracol es la escalera que lleva a lo más alto de la iglesia de San Miguel. Los pequeños peldaños de piedra están recubiertos de arena, como un pastel embadurnado de almendras picadas. Esto hace el trayecto resbaladizo y más emocionante. No hay pasamanos y los dedos se sujetan a cualquier sobresaliente de la pared. Pequeñas ventanitas van dando pistas de la altura. Un primera puerta, ésta no es. Aún queda camino, pero no tanto. Una segunda y última puerta de metal. Se resiste, no quiere abrirse, porque esconde un tesoro que pocos jerezanos han visto. Un último intento del sacristán, Carlos Cerdero. Ahí está, Jerez desde las alturas. Un escalofrío deja inmóvil al personal durante unos segundos. Después, unas sonrisas de emoción. De la boca sólo sale la palabra "impresionante" y "¡¡¡ooohhh!!!", una y otra vez. La escena es la siguiente: cielo despejado, algo de viento, frío. Ante los ojos, un mar de piedra en forma de cruz latina. Una especie de olas estáticas, grandes ondulaciones que cubren las bóvedas, permiten 'surfearlas', son las cubiertas, que fueron restauradas en 2008. La escenografía la completa una vista a todo el perímetro de la ciudad, que desde casi los 50 metros de altura que mide la torre, se muestra como un Jerez desconocido, una ciudad distinta, siempre vista con los pies en la tierra, en toda su inmensidad. Desde tan arriba, las azoteas están desnudas ante los ojos del espectador. Piscinas para los más afortunados, tumbonas que recuerdan al verano, ropa tendida, perros que hacen suyo el espacio... Por las calles, en su cuadrícula, pasean ciudadanos en diminuto ajenos a la belleza que pende sobre sus cabezas.
Un giro sobre el propio eje. Hoy se ve hasta Medina. Por el otro lado, la Sierra. Desde este punto se pueden 'controlar' muchos kilómetros a la redonda. Alfonso X hubiera estado hoy encantado. Por allí, el Alcázar, la Catedral, tímidamente el Gallo Azul... Parece como si los tejados se pudieran acariciar con las manos y recolocar al antojo de quien observa. Entre tanto, el campanario preside el acontecimiento. Se emprende una nueva y pequeña aventura, ascender por las destartaladas escaleras de hierro hasta el final de la torre. Es casi mediodía y hay que evitar el sonido de las campanas. Las palomas hacen lo propio sobre el suelo y sobre la piedra, en detrimento del monumento. Un vistazo rápido desde uno de los mejores conjuntos patrimoniales de la ciudad, cuyas obras se extienden desde el último tercio de siglo XV hasta mediados del siglo XVI. El punto más alto de la ciudad. Los orígenes de esta iglesia pertenecen al mundo de la leyenda, según la cual San Miguel y Santiago prestaron auxilio a las armas cristianas. Por ello, El Sabio fundó en 1264 dos capillas dedicadas a estos santos frente a las puertas Real y del Olivillo. A partir del siglo XIV, con el alejamiento definitivo de la frontera con el Reino de Granada, se inicia una expansión de la ciudad hacia los arrabales de San Miguel y Santiago.
Los turistas de las alturas buscan otro punto de referencia, 'Jerez 74'. El portero del edificio Joaquín Perea hace de guía. Piso 11. Una gran azotea da paso al horizonte del Jerez moderno, del extrarradio y de parte del casco antiguo, a lo lejos. Vistas que distraen al vértigo desde un edificio mixto (oficinas y viviendas), obra del arquitecto Manuel Riquelme, que se proyectó en 1974 (de ahí su nombre), a sabiendas de que había mercado y de que llegarían nuevas construcción por el estilo a la zona. De unos 60 metros de altura, fue toda una novedad para la ciudad. Sus múltiples ascensores asustaron al principio a los vecinos, que pronto se acostumbraron. Desde arriba, una urbanización mantiene la forma rectangular del antiguo estadio Domecq. Un poco más allá, las elevadas vías del tren, al otro lado, algunos de los pulmones de la zona, parques industriales, la campiña...
Hasta donde alcance la vista, parece que Jerez nunca acaba. Son éstas, dos rutas hacia el horizonte, desconocido para el observador. Otra geografía. Una mirada en redondo de lo que hay alrededor..., y más allá. Ser, por un rato, turista en el cielo de la ciudad. Ver desde arriba lo que no se vive a pie de calle.
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