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Las Salinillas de la carretera del Calvario

En torno a Jerez

Un pequeño humedal salobre con curiosas sorpresas.

Las Salinillas de la carretera del Calvario
José Y Agustín García Lázaro

19 de junio 2016 - 01:00

A Paco Giles y Santiago Valiente, desde nuestra admiración

por su trabajo

JUNTO a las lagunas más conocidas de nuestro entorno (Medina, Los Tollos, Las Quinientas…), la mayoría de ellas de agua "dulce" y de carácter permanente, existen en las cercanías de la ciudad no pocas lagunas o zonas encharcables de carácter estacional que, a diferencia de aquellas, presentan en sus aguas altas concentraciones de sal que, en algunos casos, permiten calificar a estos humedales como "salinos". Ello se debe a la naturaleza del suelo que atraviesan los arroyos que los alimentan, constituido la mayoría de las veces por margas, arcillas y yesos triásicos, materiales todos ricos en sales (1).

Por señalar sólo algunos ejemplos de parajes donde podemos encontrar este tipo de pequeñas lagunas salobres, mencionaremos la que puede observarse junto a la carretera que une Estella del Marqués y Lomopardo. Este rincón entre viñas, conocido como Las Salinillas, está enclavado en una zona deprimida conocida como Llanos de la Catalana y es quizás el más representativo de los que pueden encontrarse en las cercanías de la ciudad (2). Otros lugares donde se forman pequeñas lagunas estacionales con presencia de la vegetación propia de terrenos ricos en sal las encontramos, junto a la Cañada del Amarguillo, en el Rincón de La Tapa, junto al cortijo de Espanta Rodrigo, en la Cañada de Morales, en Salto al Cielo… (3). Todas ellas tienen en común que la naturaleza del suelo sobre el que se asientan, o las laderas que forma parte de su "cuenca de recepción", están constituidas por materiales del triásico, como se ha dicho, de carácter margoso, ricos en yesos y sales.

Uno de estos pequeños humedales salobres, en los que queda en evidencia este alto contenido salino de las aguas, es el conocido como Las Salinillas, de similar nombre al situado en Estella del Marqués, que se encuentra ubicado junto a la carretera del Calvario: un lugar tan próximo a la ciudad como desconocido.

El paraje de La Salinilla o Las Salinillas es ya mencionado en fuentes escritas y cartográficas del siglo XIX como un lugar donde se acumulaba la sal y donde podía recogerse para los usos más habituales por los lugareños. Según los actuales responsables de la finca, en las primeras décadas del siglo pasado hubo una casilla junto a los manantiales y un salinero que recogía la sal acumulada en los alrededores. Aunque hasta hace unas décadas, este rincón de la campiña distaba algo más de 4 km de la ciudad, la rápida expansión urbanística ha llegado hasta sus inmediaciones y apenas 2 km separan Las Salinillas de la rotonda de acceso al centro comercial Área Sur y Luz Shopping, desde donde podremos llegar cruzando el paso elevado que se ha construido sobre la Ronda Oeste. Tomaremos entonces la Carretera del Calvario o de las Viñas (también denominada Camino Viejo de Sanlúcar, Carretera del Barroso o de Bonanza) y nada más pasar la Cooperativa San Dionisio (reconocible por sus silos de cereales), nos desviaremos por un camino que se abre a la izquierda de la carretera que, al poco, nos dejara junto a Las Salinillas.

El visitante comprobará enseguida que nos adentramos en uno de esos parajes tradicionales del marco de Jerez donde crecen viñedos sobre suaves lomas de albarizas. Los llanos de Las Salinillas forman parte de una serie de espacios que ocupan los terrenos bajos que se forman a los pies de los cerros de Santiago y Corchuelo, en cuyas laderas se ubican los famosos pagos de viña del mismo nombre, junto a otros no menos conocidos como los de Rui Díaz o, algo más distantes, los de Alfaraz, Mariañez y Cantarranas.

En este lugar, tan transitado en tiempos pasados, confluyen también las cañadas del Moro, de La Loba o de Guadajabaque y la Hijuela del Corchuelo, por la que hemos llegado hasta Las Salinillas desde la carretera. Este mismo camino continúa entre viñedos para unirse a la Hijuela de Rompeserones que nos lleva a la viña de Vistahermosa, donde se alzan las magníficas Bodegas Luis Pérez que vemos dominando unos cerros cercanos a la laguna.

Por este rincón de la campiña discurren las aguas de los pequeños arroyos que drenan el rincón noroeste del alfoz jerezano. El principal de ellos, el del Amarguillo, viene de las laderas de poniente del pago de Macharnudo y ya delata en su nombre el carácter salobre de sus aguas. El Arroyo del Zorro, que se une a él en un paraje cercano, arranca en las faldas de los cerros del Carrascal y Capirete, y forma también pequeños lagunazos y aguazales a los pies del Cerro de Santiago, coronado por las célebres viñas de Cerro Viejo y Cerro Nuevo. Desde Las Salinillas, donde en invierno se remansan las aguas formando una laguna de escasa profundidad, el curso resultante toma ya el nombre de Arroyo de La Loba o el de Guadajabaque. Este arroyo atraviesa la Ronda Oeste bajo un paso construido años atrás y se canaliza por el perímetro del centro comercial Luz Shopping y Área Sur. Tras cruzar la carretera de Sanlúcar ha sido canalizado hasta la nueva Laguna de Torrox por cuyo aliviadero se conducen sus aguas al Guadalete.

Como se ha dicho, el vaso de Las Salinillas, al igual que el de otros muchos humedales de similares características, se inunda sólo temporalmente. En los años lluviosos, la lámina de agua llega a superar las 3 hectáreas, y aunque a veces pueden verse charcas hasta julio, lo habitual es que, con la llegada del verano, la superficie de esta lagunilla se seque, mostrándonos en muchos de sus rincones los depósitos de sal que evidencian la naturaleza salobre de sus aguas.

Un aspecto muy llamativo que caracteriza a este humedal es la existencia de pequeños manantiales en el vaso de la laguna, entre los que destacan de manera casi permanente dos. Están situados ambos a los pies de la ladera del cerro sobre el que se asienta el cortijo de Las Salinillas y se delatan por el reguero de sal que las aguas que brotan del interior de la tierra dejan a su paso, buscando las zonas más bajas de la laguna y el lecho del arroyo Guadajabaque que actúa como colector de drenaje. Conviene tener cuidado si queremos acercarnos para observarlos ya que la costra de sal que los rodea, aparentemente sólida en su superficie, oculta un subsuelo fangoso en el que pueden hundirse nuestros zapatos.

Con todo, resulta llamativo ver como en los años lluviosos, brotan sus aguas de lo más profundo de la tierra. Se trata de pequeños manantiales artesianos en los que el agua aflora a la superficie por presión hidrostática a través de fisuras que llegan hasta el acuífero confinado en los estratos inferiores y que, en este caso, alimentan las filtraciones de los cerros que rodean la cubeta de la laguna, que, al proceder de un nivel superior a estas capas, le proporcionan la presión que les permite salir a la superficie de manera natural.

En los meses del estío, el agua brota en muy pequeña cantidad o no fluye, manteniendo un nivel bastante estable, muy próximo a la superficie, como si de un pozo artificial se tratase. En la parte exterior de los dos principales manantiales se forma círculo de color negruzco, debido al reflejo de los fangos del interior. En la superficie de estos pozos naturales se observan burbujas procedentes de los niveles más profundos. En el mayor de los dos principales afloramientos, el círculo de superficie, que está rodeado de una gruesa capa de grumos de sal, llega a tener un 1,5 m de diámetro y una profundidad cercana a los 3 m, según hemos podido averiguar tras sondar el pozo, desde una distancia prudencial, ya que no conviene acercarse al borde del mismo, por lo fangoso del terreno bajo la costra de sal. El pozo del segundo manantial tiene un diámetro de unos 80 cm y una profundidad cercana a los 2,5 m, presentando en su superficie una mayor cantidad y frecuencia de de burbujas.

El fenómeno observado en estos curiosos pozos nos recuerda a los descritos por insignes geólogos en otros puntos de la provincia, hace ya más de un siglo. Así, José Macpherson, observó en los lodos oscuros del arroyo del Almendrón, entre Medina y Chiclana, "una gran extensión de terreno en el mismo cauce en donde se ven trozos formados de un finísimo barro negro, y del cual se desprenden abundantes burbujas con fuerte olor a hidrógeno sulfurado" (4). Este mismo autor, describe al pie de Peña Arpada, entre Paterna y Alcalá de los Gazules, fenómenos que califica de "semi volcánicos". Menciona allí la existencia de pequeños conos de un finísimo barro negro ("Volcanes de fango") en cuya parte superior "había un pequeño charco de agua del que se desprendían abundantes burbujas de gases con fuerte olor de hidrógeno sulfurado. Era tanta la sal que el agua contenía, tan grande el estado de concentración en que estaba, que a la sazón cristalizaba por los lados del cono y por ciertos sitios parecía éste un montón de nieve" (5). La misma apariencia que presentan los alrededores de los manantiales de Las Salinillas, cubiertos de gruesos grumos de sal…

El también célebre geólogo Lucas Mallada en el lugar conocido como Las Salinillas de Jara, próximo al cortijo jerezano del mismo nombre, informa también de emanaciones de burbujas de "hidrógeno carburado" en los fangos salinos de este paraje (6). Sea cual fuere el misterio que encierran esos manantiales puede confirmarse su presencia en ese mismo lugar, delatados por el reguero de sal que dejan sus aguas al brotar, al menos desde 1956, cuando el conocido "Vuelo Americano", dejó testimonio de ellos en las primeras fotografías aéreas de este paraje, donde se apunta ya la localización de estos manantiales salinos en el mismo lugar donde en la actualidad los encontramos.

Aunque esta pequeña laguna estacional no cuenta con el típico cinturón vegetal que observamos en otros humedales, no faltan en los alrededores de Las Salinillas algunas de las especies propias de estas lagunillas salobres, entre las que destacan las salicornias (Salicornia ramosissima) que se mantienen verdes y carnosas aún en los días más calurosos del verano. En las laderas del arroyo crecen también tarajes, carrizos, juncos… Entre el lecho arenoso de la laguna es fácil encontrar restos de moluscos marinos que abundan también entre los materiales del Plioceno que rodean a Jerez. Se encuentran aquí fragmentos de conchas de los géneros Pecten, Cardium, Anomia y, sobre todo, Ostrea: las conocidas ostras y ostiones.

Conviene recordar que, al tratarse de una propiedad privada, es preciso solicitar permiso para poder visitar Las Salinillas. Una vez allí, el paseante curioso podrá también detenerse a observar las formas caprichosas que adoptan los tallos secos de la vegetación perilagunar, revestidos de sal, o las curiosas figuras que se forman en el lecho cuarteado de la laguna cubiertas por una delicada capa blanca que, por un momento, se nos antoja como cubierta por una tenue nevada. La sal forma también pequeños grumos sobre las margas que rodean el vaso de la laguna y se deposita sobre las huellas que dejan los animales que merodean por este lugar, sobre las pisadas de los visitantes o sobre los objetos que en su día se arrojaron en el humedal. Nos gusta venir en primavera a Las Salinillas cuando este espacio se muestra como una pequeña pero hermosa laguna. Subimos entonces a la cercana ladera (en la que restos cerámicos esparcidos en distintos puntos delatan la presencia romana en este enclave) para obtener hermosas vistas de este humedal. Pero es en verano cuando más nos atrae, cuando evaporadas sus aguas, un inmenso velo de sal cubre su lecho y su blancor contrasta con el verde intenso de los viñedos. Es entonces cuando este rincón de la campiña hace honor a su nombre y nos recuerda que, muy cerca de la ciudad, se pueden descubrir parajes de una singular belleza.

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