Salvador, un diez en constancia

Salvador Javier Medinilla ha finalizado sus estudios en el Colegio Albariza con la nota máxima

La parálisis cerebral nunca ha sido un obstáculo para que rompa todos los límites

Salvador Medinilla Camero, en el Colegio Albariza donde tuvo lugar la entrevista.
Salvador Medinilla Camero, en el Colegio Albariza donde tuvo lugar la entrevista. / Vanesa Lobo
A.Villegas

19 de julio 2020 - 06:00

Jerez/Salvador Javier Medinilla Camero tiene 15 años y capacidades que no todos los adolescentes poseen. Acaba de terminar cuarto de ESO en el Colegio Albariza y lo ha hecho con un 10. Sin embargo, no son sus notas lo más destacado de su trayectoria. Si algo define a este joven con parálisis cerebral son las palabras esfuerzo y constancia, tal como él mismo explica: “Si no intentas las cosas o no pones de tu parte, pues no vas a poder. Tienes que intentarlo, ser constante. Se aprende, equivocándose: ensayo y error. Hay que ser constante y no tener miedo a equivocarte o hacer algo nuevo”. Una forma de ser que también corroboran, además, aquellos que lo conocen.

“Salvi da para un libro. Suelo ser breve pero con Salvi son muchos años juntos y es mi debilidad”, reconoce su primer orientador y profesor de Educación Física. “Como orientador ni Oliva ni yo sabíamos bien el alcance de sus capacidades, no sabíamos cuánto podría crecer, si la familia sería un apoyo... Pero las dudas se nos despejaron muy pronto”, rememora su antiguo docente.

De hecho, recuerda con nostalgia a “ese niño delgaducho de andares que presagiaban una caída segura, que no atinaba a quitarse los moquillos o que llamaba a mamá cuando iba al baño... Ese mismo pequeñajo que ya se nos va nos ha dado una lección sobre el valor del esfuerzo sin peros que valgan y de superación a pesar de los obstáculos que siempre se ha encontrado. Y lo más grande de Salvi: no eran barreras que superar, eran circunstancias que, simplemente, había que pasar, con buen ánimo y siempre sonriendo. No regatea esfuerzos”.

Por ello, recuerda con nostalgia aquel día que, como profesor de Educación Física, propuso un ejercicio de equilibrio en un banco a sus alumnos de 8 años. “Dispuse colchonetas alrededor y le dije que tenía que cruzar el banco pero que se ayudase de mi mano. Aquel renacuajo me miró y con su voz tranquila me dijo muy claramente ‘yo no soy cascarón de huevo’. Y allá que lo intentó. Y se cayó y, al ir a ayudarle, levantó la mano y un ‘yo puedo solo’ hizo que me sentara en las gradas. Un par de veces más se cayó hasta que cruzó el banco solo. La ovación de sus compañeros aún resuena en el patio”.

“De todo ello mucha ‘culpa’ la tiene su familia. Dos padres maravillosos que han educado a su hijo en valores de buen compañero, persona responsable y humilde: jamás ha buscado un protagonismo ni ha hecho un espectáculo de nada”, destaca el tutor.

Su logopeda en el colegio también reconoce que la familia del adolescente ha sido fundamental para lograr que Salvador dejara claro que “podría llegar a donde se propusiera”. “Trabajador incansable, siempre con la sonrisa en la cara, nunca un mal gesto o una mala palabra aunque el cansancio se apoderara de él, responsable y maduro a niveles máximos, su esfuerzo siempre al 200%”, asegura su logopeda.

De hecho, el propio joven reconoce que “a mí siempre me han dicho que yo soy muy exigente conmigo mismo pero yo, siempre que se pueda sacar más o esforzarse más, ¿por qué no hacerlo?”. “Siempre he querido hacer las cosas yo solo. Me acuerdo, por ejemplo, en gimnasia que si había que hacer algo que me costaba más pues lo intentaba y lo intentaba hasta que pudiese”, recuerda orgullo.

Su actitud en la vida no ha sido lo único que le ha ayudado a romper barreras sino que, como él mismo reconoce, en el Colegio Albariza ha encontrado a una “gran familia”. “Entré aquí con 3 años y tanto los profesores como los compañeros se han portado muy bien porque los profesores me han adaptado todo lo que he necesitado y los compañeros se han tomado esas adaptaciones con naturalidad, nunca me han mirado distinto ni nada de eso. De hecho, siempre que han podido me han ayudado”.

Aunque muestra su debilidad por las asignaturas de Ciencia y Educación Física, reconoce que también le gusta mucho Historia e, incluso, “las demás asignaturas también porque a cada cosa, la verdad, le veo su parte útil”.

Tras más de una década en Albariza, Salvador reconoce que cambiar de centro le produce “incertidumbre” y “asusta” pero, optimista como es, también le ve el lado bueno: “Creo que cambios así me vienen bien para tener una experiencia”. Además, visitar El Pilar-Los Marianistas y hablar con sus responsables “nos ha trasmitido mucha confianza”.

Aunque aún tiene que superar dos años de Bachillerato, el joven ya piensa en su futuro universitario. “Es pronto pero tengo cosas en mente, por ejemplo, de ciencias. A partir de ahí tengo que ver lo que se adaptaría mejor a mí”. Es decir, “yo prefiero una cosa en la que tenga que estar pensando o diseñando cosas a algo que sea manual, que tenga que estar manejando cosas porque me cuesta más. Por ejemplo, tengo pensado Medicina, porque mis dos padres son médicos y me han dado el ejemplo. O Ingeniería Informática, que siempre me han gustado los ordenadores o incluso otras carreras de ciencia”.

Ahora que acaba de dejar su colegio de siempre, su madre Eva María y su padre Salvador miran atrás y reconocen con asombro que los avances de su hijo en estos años han roto todos los pronósticos. A pesar de que el adolescente nació en Cádiz, sus padres decidieron abandonar la capital y sus trabajos para vivir en Jerez y que Salvi pudiera tener la mejor atención en Upace.

“La mejora que ha tenido es un milagro... Es increíble cómo ha mejorado tanto aquí en el cole como en Upace”, destaca su padre. Por ello, narra con satisfacción que “a él le fueron poniendo unos límites y los fue rompiendo. Estaba con respiradores y se lo arrancó y siguió respirando. No succionaba y al final cogió el chupe y así con todo… Pero nos hacía falta ayuda profesional e indagando nos dijeron que había un señor en la provincia, Daniel Ortega, fisioterapeuta de Upace, y lo dejamos todo en Cádiz”. “Yo estaba todas las sesiones con él, algo que te hace aprender mucho, y rápidamente me di cuenta que era una persona, no sólo por sus conocimientos sino por el trato y la excelencia que busca en lo que hace, que merece la pena”, asegura Salvador.

Un momento de la entrevista.
Un momento de la entrevista. / Vanesa Lobo

Fue este fisioterapeuta, además, la persona que les ayudó a decidirse por el Colegio Albariza como centro para estudiar su hijo. “Él tenía los niños en primero de Infantil y nos habló de Maribel, una persona que nos dijo que era fantástica y con la que podíamos estar tranquilo porque lo iba a ayudar cuando lo tuviera que hacer y forzar, cuando fuese necesario”, detalla. No en vano, “la realidad es que vinimos por ella y tuvimos la suerte de que lo tuvo 3 años, todo Infantil, que era el momento más crítico”. Así ha sido “como ha ido cogiendo autonomía. Le falta habilidad social de tratar con la gente pero no es lo mismo ahora que antes porque ella se lo ha llevado a todas las excursiones”. Incluso, “a la granja escuela una noche”, cuenta la madre, reconociendo entre risas que entonces pensaba “¡Dios mío!”, ante la incertidumbre de dejar a su hijo hacer este tipo de salidas.

“Ella se encargaba de estar pendiente de él. Él salía un poco antes para la rehabilitación y ella se preocupaba de que no hubiera nada trascendente después de que él saliera... Vamos una cosa que es por encima de lo normal”, asegura el padre del joven.

Tras tres años en Infantil, “le tocó Mamen, que también fue excepcional los dos años y a partir de ahí ya era más autonónomo. Pero todo eso le dio las bases de su confianza y su autoestima porque, si llegas a un sitio y te pasan cosas, ya eres miedoso y no confías”.

Además del profesorado, Salvador tiene también palabras de agradecimiento para todos sus compañeros del colegio: “No sé qué les hizo pero se portaron extraordinario desde el primer día. Había una compañera que le ayudaba a quitarse el abrigo, como una madre, el otro le ayudaba con otra cosa y así todos. Estamos muy agradecidos y contentos”.

A pesar de que ahora todo es satisfacción por los logros de este adolescente, lo cierto es que sus padres reconocen que no es fácil afrontar un diagnóstico de parálisis cerebral o de cualquier otro problema cuando acabas de tener un bebé. “Se afronta muy mal. Esto son cosas que ahora han mejorado mucho, incluso ella es pediatra [Eva María] y ahora tienen sitios al que derivar a una persona que viene con esto pero antes no existía nada de esto. Estamos hablando de hace 15 años y lo que había eran asociaciones de gente que había tenido ese problema, no sabía lo qué hacer y se habían asociado para darles una solución ellos mismos”, recuerda el padre. Su madre Eva María añade que ahora, en cambio, “por sistema, el niño que nace con un problema se deriva directamente para Atención Temprana, cuando antes lo que hacían era aconsejarte y tú tenías que ir buscando”. Por ello, el padre lamenta que este tipo de atención sigue a día de hoy sin ser pública a pesar de que la gran mayoría de especialidades médicas sí lo son.

Aun así, Salvador hace hincapié en que, aunque al principio “te quedas un poco en shock, merece la pena tranquilizarse porque siempre, siempre, hay algo que puedes hacer para mejorar la situación: una persona con la que contactar, una información que buscar, algo que hacer en el día a día…”. Eso sí, “tienes que ser constante pero luego van llegando pequeños logros que te van alimentando y así vas siguiendo y casi no te das cuenta hasta que miras atrás y te preguntas “¿así estaba?”.

En el caso del joven Salvador, “el progreso ha sido espectacular gracias al trabajo que hace él” pero también porque “la casa es un gimnasio y allí hacemos rehabilitación con todo lo que podemos”. Además, la atención en Upace ha sido primordial, según reconocen sus padres. “Para que haya resultados tiene que haber rehabilitación”, recalca, explicando que en su caso han intentado integrarla “en las rutinas del día a día, tanto en el colegio como en Upace y en casa y todo ello disfrazarlo para que no parezca una rehabilitación”.

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