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Jerez/Las crónicas de la época cuentan que el 6 de mayo de 1784, 14 monjas abandonaron en procesión el jerezano convento de Santa María de Gracia
, a las 5 de la mañana. ¿El motivo? ¿Acaso un relajante paseo nocturno bajo las estrellas o quizás una estampida en grupo? Se refugiaron en la Colegial para después trasladarse al convento de San Cristóbal, donde permanecieron un año y medio. Pero, ¿por qué?
El final de la historia está en ‘Cenobios y clausuras en el Jerez Barroco. Una mirada nueva a la ciudad convento’, de Fernando Aroca Vicenti. Una obra editada por la Asociación Jerezana de Amigos del Archivo que se presentará el 16 de junio, a las 19 horas, dentro de las Jornadas de Archivos Privados, que este año están dedicadas a los conventos, y que se celebrarán en los Claustros del 16 al 19 de junio.
Lo primero, de lo que no va este libro es de la historia de los conventos, ni hace un recorrido histórico por su bienes muebles porque en parte esto ya se ha hecho. El libro sí trata sobre la ciudad convento, la incidencia que tuvo en el Jerez barroco de los siglos XVII y XVIII de la actividad conventual. “Teniendo en cuenta que ya en el siglo XVIII sólo 18 ciudades españolas concentraban 1/5 parte de todas las comunidades religiosas, y Jerez era una de esas 18 ciudades con más conventos. Estaba en el puesto 17”, explica Aroca.
“Jerez -añade- ostentaba 22 conventos, algo que tuvo un reflejo claramente en el urbanismo y en la forma de vida. La obra desgrana esa ciudad conventual, su formología urbana enfocada en el intramuros con los conventos masculinos y femeninos, y en el extramuros y área de expansión. También se tratan las bodegas, ya que los conventos no fueron ajenos a la expansión de la industria del vino, de manera que muchos de ellos tenían bodegas y otras fuera de sus recintos para arrendarlas como fuente de ingreso”.
Un tercer apartado habla de las funciones y relaciones de los conventos en la ciudad, en el que se explica la sanidad y la asistencia hospitalaria, los entierros, la docencia, en mano de los frailes; la asistencia a la cárcel real y cómo se atendía a los presos; las misiones y las prédicas, las rogativas y las procesiones y las monjas, “que parece que se quedan un poco postergadas. Y es que al estar en clausura no podían relacionarse con la sociedad. Hablo también de qué pasa con ellas”.
Y un cuarto punto, y quizás el más llamativo, es el de los desórdenes y escándalos en la ciudad convento. “No todo fue una vida apacible y tranquila. Había conflicto entre las propias órdenes, con el clero regular, disputas en actos públicos e incluso delitos mayores y crímenes por los propios frailes. Y es que algunos conventos acogían a verdaderos delincuentes, aunque parezca extraño. Personas que, amparadas por el hábito, pues llegaron a cometer esos asesinatos”, cuenta Aroca. Asimismo, y como aportación totalmente inédita, los escándalos en los conventos femeninos. Y trata Aroca el que sucedió, por ejemplo, en el convento Santa María de Gracia en el siglo XVIII, con aquella estampida, cuyo final desvela el autor en su obra.
Y, en el epílogo, Aroca plantea el caso de la ciudad convento, y cómo va desapareciendo a principios del siglo XIX por factores como el crecimiento de la industria del vino, la invasión napoleónica, la desamortización, etc. “Las fuentes documentales de la obra son todas inéditas, básicamente extraídas del Archivo Municipal, que es un manantial inagotable”.
Hay que destacar que el libro lleva prólogo del historiador Manuel Romero Bejarano, así como una nota de la editora, Silvia M.ª Pérez González, profesora de la Universidad Pablo de Olavide.
Aroca habla de la falta de vocaciones hoy. De la marcha, por ejemplo, de religiosos de la Cartuja, de San Francisco, de la Compañía..., y de conventos que se mantienen gracias a hermandades. Y se refiere a las hermanas de Belén, ahora en la Cartuja, “que no cuidan del patrimonio de este monumento, que fue en su día uno de los complejos monacales más importante de España, por el que tampoco las administraciones públicas se manifiestan”. Y de los conventos femeninos del Espíritu Santo y Madre de Dios, de los que también se fueron sus religiosas., “pues el primero fue expoliado y del segundo se ha encargado afortunadamente el Obispado para conservar así su patrimonio”.
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