Tiempo, memoria y Ciencias

Cerebros en toneles

Juan Carlos González García

11 de marzo 2014 - 01:00

La poesía no habla sobre el tiempo: muestra el tiempo. Los poetas acuden al ritmo, a las metáforas y a la rima para hablar del mundo, para describir lo que hay y lo que no hay, lo cotidiano y lo extraordinario. Y ese hablar es el tiempo.

Todas las artes muestran el tiempo. El músico modela los sonidos a través del tiempo. En una composición bella el ritmo y la duración de los sonidos son manejados con inteligencia y sensibilidad. En la pintura y la escultura el artista refleja el movimiento y la quietud, dos formas de la materia imprescindibles para que el tiempo se muestre, aparezca. También el novelista debe dominar los ritmos de la narración. Incluso el estilo literario es una cuestión de tiempo, de proyecto vital, de abrir espacios de posibilidades. Porque el estilo no sólo es una forma de redactar, como algunos creen, es una forma de estar en el tiempo a través de la escritura.

Hablar sobre el tiempo es una tarea imposible, pero mostrarlo no. Ya nos lo advirtió San Agustín de Hipona, si no me lo preguntan lo sé, si me lo preguntan no lo sé. Mostramos el tiempo usándolo, gastándolo, perdiéndolo, recordando,... Mostrarlo es fácil. Mostrarlo con belleza no tanto. Sólo los artistas lo intentan.

¿Y definirlo? ¿Es realmente una labor condenada al fracaso? Los encargados de las definiciones son los filósofos y los científicos. La dificultad de definir el tiempo se hace evidente por la necesidad que tiene el filósofo de recurrir a metáforas y comparaciones. San Agustín capta esa sensación interna del tiempo que todos podemos experimentar con la expresión distentio animi. Según otros filósofos el tiempo es una estructura o forma del sujeto. Para Kant esta forma es la condición de posibilidad, junto con el espacio, de toda experiencia. Se trataría de una estructura que da orden a lo que nos llega de fuera. Y los científicos pretenden explicar qué es la flecha del tiempo o la curvatura del espacio-tiempo. Si preguntamos a un físico, nos dirá que el tiempo es lo que nos muestran la ecuaciones de la teoría de la relatividad y las leyes de la termodinámica.

Una de las definiciones de ser humano que más extrañeza provoca es la que dice que somos un ser-para-la-muerte. Extraña porque anuncia lo inexorable, lo temido, la oscuridad y la nada. Quizás no haya otro ser que sea consciente de su radical finitud. Por eso dicen los existencialistas que somos tiempo. Y no cualquier tiempo; somos ante todo futuro, proyecto de ser algo que todavía no somos. Somos tiempo arrojado hacia adelante. Conceptos como el de evolución, progreso o desarrollo dialéctico han ido apareciendo en la obra de los grandes pensadores. Anhelaban hallar esa lógica del tiempo, tanto individual como colectivo.

Imaginen que todas estas cuestiones las investigara un solo pensador...

En la obra de David Jou confluyen intereses científicos, poéticos y filosóficos. Es catedrático de Física de la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha trabajado sobre la termodinámica de los procesos irreversibles y ha escrito varios libros de poesía. Hace unos años visitó Jerez para impartir una conferencia en el seminario dedicado a la relación entre literatura y ciencia, en la Fundación 'Caballero Bonald'.

Su último libro se titula El laberinto del tiempo. Tiempo y memoria en la vida y el universo (Editorial Pasado y Presente 2014). David Jou aborda el tiempo y la memoria desde todas las disciplinas científicas. Encontramos capítulos que tratan sobre biología, sobre física, sobre cosmología, genética o neurología. El hilo conductor de este análisis tan plural es una serie de conceptos que vienen de lejos: identidad, permanencia, muerte, evolución, determinismo, progreso, medida, creación, reversibilidad,... En cada párrafo el autor integra de forma magistral la sensibilidad poética, la reflexión filosófica y el análisis científico. Es un texto ideal para un proyecto educativo humanista, para la tercera cultura, como diría Francisco Fernández Buey.

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