Por la Torre de Pedro Díaz
En torno a jerez
Paisajes fronterizos en torno a Jerez
EN nuestro paseo de hoy, en torno a Jerez, les proponemos acercarnos hasta un rincón de la campiña próximo a la Sierra de Gibalbín: la Torre de Pedro Díaz. Este paraje rural, donde llama la atención del viajero el caserío del cortijo de La Torre, rodeado de olivares, guarda también algunos curiosos episodios de nuestro pasado medieval que les invitamos a conocer.
La Torre de Pedro Díaz, conocida en otro tiempo como Torre de la Hinojosa, formaba parte de la cadena de fortalezas, torreones y atalayas repartidos por el extenso alfoz de Jerez. Durante los siglos medievales, estos enclaves cumplieron un importante papel en el control del territorio y en el sistema defensivo de la ciudad cuando estas tierras lo fueron de frontera. Ubicada a los pies de la Sierra de Gibalbín, en las proximidades de los caminos medievales que conducían a la campiña sevillana, la Torre de Pedro Díaz estaba a medio camino de la de Santiago de Fé (que se emplazaba en Las Mesas de Santiago, ya desaparecida), y la situada en las cumbres de dicha sierra, que aún se conserva. Conectaba con ellas visualmente, como lo hacía también con la Torre de Melgarejo, la más cercana a la ciudad.
Los paisajes de aquel Jerez medieval de tierras fronterizas, estaban plagados de 'torres', muchas de las cuales, como esta de Pedro Díaz, han mantenido su nombre en la toponimia actual. Entre otras, además de las citadas, mencionaremos aquí las de Pedro de Sepúlveda (cerca del actual Circuito de Velocidad), la del Almirante (junto al Guadalete), la de la Trapera (La Gredera), la de Roldán (La Canaleja), la de Gonzalo Díaz (Matagorda), la de Martelilla, la de Ruiz Fernández (La Asuara)… Si bien alguna de estas torres cumplió un papel defensivo y por tanto debieron ser sólidas construcciones en altura, la mayoría desempeñaban funciones estrictamente agrícolas formando parte de grandes explotaciones agropecuarias. En el caso de la de Pedro Díaz parece que pudo ejercer ambos cometidos (1).
El historiador jerezano Bartolomé Gutiérrez cuenta de ella lo siguiente: "Hazia la parte del Norte de Xerez se ve otra torre llamada de la Hinojosa y oy es conocida con el nombre de torre de Pedro Díaz, cuyo Donadío, era y es perteneciente á la familia de los cavalleros Hinojosas de esta ciudad… (2). Acerca del primer propietario de la torre, nuestro historiador señala también que en 1293, durante el reinado de Sancho IV, una vez ganada Tarifa, Rodrigo Ponce de León la defendió con una guarnición en la que "…quedó mucha gente Xerazana. Era por este tiempo del Rey D. Sancho (y lo fué en el de su padre D. Alonso el Sábio) confirmador del Reino, D. Diego Martínez de Hinojosa, Rico home de Castilla, que tenia casa en Xerez y repartimiento de tierras y una torre llamada de la Hinojosa, que hoy se llama de Pedro Diaz; murio en esta Ciudad y fue enterrado en la Iglesia de San Juan, llamada de los Caballeros. (3)
En un primer momento, tras el repartimiento de las tierras del alfoz jerezano en el siglo XIII, este Donadío tomó el nombre de Hinojosa en recuerdo de su primer poseedor. Sin embargo, ya en la segunda mitad del siglo XV, la torre será conocida como de Pedro Díaz, tal vez en alusión a Pedro Díaz de Villanueva o de Hinojosa, un descendiente de aquél y un notable jerezano en quien recaerían importantes cargos y honores como la mayordomía de la ciudad o la alcaldía de Tempul (1488), según apunta el profesor Sánchez Saus en sus Linajes medievales de Jerez de la Frontera, obra en la que el lector curioso podrá encontrar más datos acerca de esta ilustre familia (4). Conviene recordar también que distintas fuentes documentales se refieren a este lugar con el nombre de Torre de Diego Díaz, como se la denomina en el recientemente publicado Cronicón de Benito de Cárdenas (5), o como figura también en las ordenanzas jerezanas del siglo XV sobre la milicia concejil y la Frontera de Granada, donde se incluye en la relación de lugares en los que han de situase atalayas para dar aviso a la ciudad de posibles incursiones de las tropas enemigas (6).
Aunque algunos autores consideran como enclaves diferentes las torres de Diego Díaz y de Pedro Díaz, creemos que se trata del mismo lugar, tal como se deduce del relato de los hechos ocurridos en 1474, con motivo de la toma de la Torre de Lopera (cerca de Villamartín) por Pedro de Vera, quien se la arrebata a los seguidores del Duque de Medina Sidonia. En este episodio, recogido en las distintas obras de la historiografía tradicional jerezana, se narra como las tropas del Marqués de Cádiz, acudieron desde Jerez en auxilio de Pedro de Vera, llegando hasta esta torre que es denominada, según el autor, indistintamente con uno u otro nombre (7).
Si la torre ya existía en tiempos de la conquista castellana y como tal fue distribuida con sus tierras en el repartimiento rural del alfoz, cabe pensar que su origen fuese musulmán (8). Aunque los restos originales que de ella se conservan son escasos, se aprecian en sus esquinas y en los arranques de los muros los sillares de cantería con los que debió ser reforzada en época cristiana. En su parte más alta se adivina un pequeño murete de tapial, al igual que en distintos puntos de la cerca que rodeaba esta construcción, a modo de pequeña muralla defensiva, por lo que su posible origen islámico es más que probable.
Sea como fuere, tras la conquista cristiana la torre cobrará protagonismo en el control, junto a otros castillos y atalayas, de los territorios fronterizos. De la misma manera será un pequeño enclave rural dedicado a las tareas del campo. Los trabajos del profesor Emilio Martín Gutiérrez sobre la organización del paisaje rural durante la baja edad media documentan ya en este sector, de gran potencialidad agrícola, la existencia de cultivos de cereal, viñas, olivares y huertas. Prácticamente como en la actualidad (9)
En el primer tercio del siglo XVI el monasterio de San Jerónimo de Bornos, con grandes posesiones de tierra en este sector de la campiña, se hace con las del cortijo de la Torre que figura entre los de mayor extensión de cuantos posee esta comunidad en el término de Jerez, junto al cercano de Mesas de Santiago. En los siglos posteriores la Torre de Pedro Díaz se consolida como explotación agrícola y aunque cambió varias veces de propietarios, mantiene su nombre: "…la superficie del cortijo se amplió con la compra de tierras adyacentes hasta alcanzar unas 1.800 aranzadas. A raíz del proceso desamortizador iniciado en 1820 durante el Trienio Liberal, la finca es comprada por un destacado negociante de la Bahía de Cádiz, don Pedro Zuleta, cuyo linaje, emigrado a Inglaterra por su filiación liberal, recibe en 1847 de la reina Isabel II la merced nobiliaria del condado de Torre Díaz" (10). A mediados del XIX se aglutinaban en torno a La Torre otras edificaciones, constituyéndose así un pequeño núcleo de población a juzgar por lo que se deduce de las cifras que aporta el Nomenclátor Estadístico de 1858, en el que este cortijo se encuentra entre los núcleos agrícolas más populosos del término, con 138 habitantes censados, sólo superado por los de Mesas de Santiago (247), Monte Corto (147) y Tabajete (145), lo que nos da una idea de su importancia (11). Aún hoy, junto al cortijo, se conserva también otro de menores proporciones, "La Torrecilla", dando en conjunto el aspecto de una pequeña aldea.
Centrándonos en las tierras que rodean al cortijo de la Torre de Pedro Díaz, debemos decir que son excelentes para el cultivo, por lo que es fácil adivinar que desde tiempos remotos fueran desmontadas sus dehesas para dedicarlas al cereal, a la vid y al olivo. Por citar sólo una referencia, en sus proximidades se encuentran los pagos de Romanina Alta y Romanina Baja, enclaves con larga historia de ocupación agrícola a sus espaldas. Y no es de extrañar que así sea ya que en estas suaves laderas de la cercana sierra de Gibalbín, aparecen suelos profundos óptimos para la agricultura. Los situados entre el cortijo de La Torre y la sierra, que se desarrollan en el pie de monte, son limos calcáreos de edad cuaternaria, producto de la erosión de los materiales rocosos de las zonas más altas de Gibalbín. El pequeño cerro sobre el que se sitúa el cortijo y sus lagares está constituido por arenas y limos del plioceno, de gran porosidad y fácil disgregación. Por último, la mayor parte de las tierras del entorno del cortijo son margas blancas del mioceno, también conocidas como albarizas. (12)
A la buena calidad de las tierras se añade el hecho de que la zona mantiene una red de drenaje superficial con numerosos arroyos y algunos nacimientos de agua de cierta importancia. A todo ello hay que añadir los grandes pozos que tradicionalmente han existido en estos parajes (uno de ellos puede verse a los pies del cortijo de la Torre, en las proximidades del vecino cortijo de La Torrecilla y otro ya en las cercanías de la Cañada de Romanina). En la pasada década se autorizaron sondeos para la extracción de aguas subterráneas para los nuevos regadíos, con pozos que llegan a alcanzar profundidades de 50 m. De la misma manera se han construido varias pantanetas, como la que recoge las aguas de los arroyos del Cotero y Los Naciementillos, próxima a La Torre, que distinguimos casi oculta por la arboleda que lo rodea. Este pequeño embalse aprovecha de las escorrentías superficiales y las que proceden de varios manantiales (Los Nacimientillos), ya conocidos desde antiguo. Junto a otros de la Sierra de Gibalbín, los manantiales próximos al cortijo de la Torre y Romanina fueron ya visitados por el ingeniero Ángel Mayo en 1861, cuando redactaba el proyecto para la traída de aguas a Jerez. En el cercano arroyo de La Molineta, que bajando de las faldas de Gibalbín atraviesa la carretera de El Cuervo (en el punto en el que esta se cruza perpendicularmente con la cañada de Romanina) existen también otras pequeñas pantanetas. Ya en el siglo XVI, según consta en las Actas Capitulares (1550), se pretendía traer hasta Jerez, a través de un acueducto, las aguas del manantial de la Molineta, cuyo caudal diario se estimó en 88 reales fontaneros: unos 286.000 litros/día. (13)
Dominando un dilatado paraje, el cortijo de La Torre de Pedro Díaz se encuentra situado al suroeste de la sierra de Gibalbín, próximo a la carretera que une El Cuervo con Gibalbín, desde la que parte un camino perfectamente señalizado que nos lleva hasta el caserío, visible desde la lejanía. Ya desde los tiempos medievales este lugar se encontraba bien comunicado y por sus cercanías discurren las cañadas de Espera y de Romanina (o de las Mesas), así como la de Casinas o de Gibalbín, que sirve de unión a las anteriores. Las tierras que rodean al cortijo (Romanina Baja, Las Salinillas, El Palomar, El Cotero…) las cruzan los arroyos del Cotero (que se embalsa en una pantaneta con cuyas aguas se riegan olivares), de los Nacimientillos, del Cuadrejón, de las Salinillas… Todos ellos bajan de las laderas de la sierra de Gibalbín buscando el arroyo del Gato que confluye después con el Salado, camino de los Llanos de Caulina.
El caserío del cortijo está formado por varios núcleos de construcciones. El más antiguo, el que alberga la antigua torre, está edificado sobre un pequeño resalte del terreno para potenciar así su originario carácter defensivo. En su parte trasera se aprecian los restos de un muro que, a modo de cerca, debió rodear antaño todo el conjunto, adivinándose el tapial en algunos puntos. A las diferentes dependencias de esta parte del cortijo se accede a través de una gran explanada desde la que se contempla la fachada y los distintos elementos que lo integran, organizados en torno a dos patios. El edificio más sobresaliente, en el que se distinguen los restos de la torre medieval, corresponde a un antiguo granero de dos plantas con un aspecto que nos recuerda a la nave de una pequeña iglesia rural. Junto a él se encuentran otras antiguas dependencias que albergaron viviendas, graneros y almacenes. Otro conjunto de construcciones, dispuestos en forma de "u", acogen las viviendas de los trabajadores, junto a las que se levantan pequeñas naves para aperos y maquinaria agrícola, así como silos de cereal.
En lo más alto de un cerro cercano se ven dos grandes naves, construidas hace unas décadas para bodegas y lagares, cuando en las tierras de albariza de la Torre se plantó un gran viñedo. Desde hace unos años, la viña se arrancó y se sembraron olivos, por lo que en la actualidad estas naves acogen una almazara. Los carteles lo anuncian desde la carretera: "La Torre de Pedro Díaz. Aceite Virgen Extra". En el cortijo, estos mismos carteles se ven por todos los rincones y la señalización nos conduce hasta la puerta misma de la almazara. En el campo, los viñedos dejaron paso a los olivares que se riegan con goteo y que anuncian la fuerte apuesta que en estos parajes se ha hecho por la modernización y por los nuevos cultivos. Innovación e historia unidos de la mano en las tierras de La Torre de Pedro Díaz, a los pies de la sierra de Gibalbín, desde donde, a la caída de la tarde, se adivinan lejanas las luces de Jerez, en el horizonte. Aquella ciudad a la que siglos atrás, avisaban las ahumadas desde la Torre cuando sus enemigos se acercaban por los olivares.
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