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Los últimos días en casa de Pedro Pacheco han sido un desfile de condolencia. "Un sepelio", llegó a decir Pacheco, que recibía amigos para exigirles que quitaran esa mirada de funeral. Otros que fueron amigos no fueron, que la memoria es humo. En el fondo, le dolía, pero Pacheco, en el momento que asumió que esos 22 meses ahí dentro serían 22 meses ahí dentro empezó a comprender cosas.
Pedro Pacheco llegó a la política con 29 años, un crío, y ahora, con 65 años, la edad de la jubilación, diez años después del delito cometido -emplear a dos compañeros de partido sin demasiado oficio ni demasiado beneficio, de forma chapucera, como asesores que no asesoraban-, recibe a la Policía. Le espera un furgón. Unos días antes, un periódico nacional saca una entrevista con un magistrado del Supremo. Las leyes españolas, decía el magistrado, están hechas para los robagallinas. Hace años que el que fue el alcalde de Jerez durante toda la Transición y un poco más, el que transformó una ciudad oscura en un lugar ordenado que luego la burbuja inmobiliaria desordenó -y ahí estaba él, antes y después-, ordena los apuntes de prensa, como si fueran piezas de un PGOU, por temas. Esa declaración fue clasificada y un colaborador suyo dijo: "Al final, con todo lo que está cayendo, el robagallinas de la corrupción vas a ser tú". Pacheco miró con cierto desconcierto y pasó a otro asunto, algún asunto político, Podemos, por ejemplo, él ya había hablado de la casta, él ya había sido un outsider de la política. "Esta es la rotonda que me van a poner", había comentado tiempo atrás, la rotonda de 22 meses en el trullo -cinco años y medio de condena-. Se encogía de hombros: "Escribiré un libro, ¿no? Eso es lo que se hace allí (en la cárcel, la palabra no se menciona)".
Porque él sabía que todos esos recursos sobre recursos, que esos abogados contratados a última hora, que esos indultos pedidos o que se pedirían, en estos tiempos no te salvan de la celda con litera y con televisión. Has sido un político relevante y estás en el saco. Nunca mejor dicho, en el saco.
Un par de días antes de su detención Pacheco ejerció de anfitrión, de gran anfitrión, como en los mejores tiempos. En Jerez él ha sido anfitrión de muchos nombres que ahora están en la picota. Sacaba su insuperable fino con su madre secreta y transformaba su timidez, que era soberbia en público, en el locuaz y atento hombre de las distancias cortas, un negociador nato, como negociador fue para convertir en asesores a los dos colaboradores que han acabado en una dura sentencia condenatoria. En ese encuentro con algunos amigos él fue el primero en sacar a colación cómo estaban las cosas, pero reconocía que prefería no pensar mucho en ello, no estar al tanto. Una vez dicho lo que los reunidos le iban a preguntar, animó a hablar de fútbol y a dar cuenta del queso.
En las últimas semanas ya no corría, una rodilla ya muy deteriorada de tantos kilómetros y algunos maratones. La camisa le colgaba sobre los vaqueros. Toda la preocupación era la familia. "¿Cómo queréis que esté?" La familia se había convertido en su obsesión en las últimas semanas en las que él se aisló esperando lo inevitable, afrontando psicológicamente que dentro tendría que ser duro y aguantar.
Tras la imagen de un Pacheco altivo, existe el Pacheco al que le brillan los ojos hablando de cómo era Jerez cuando era niño. También de cómo es ahora, el ¿qué han hecho con la ciudad? Político de otros tiempos -"qué, qué opinas de este fino"- , parece sentirse fascinado ante lo que está ocurriendo, la contestación. Es como si se revisitara en sus inicios y no supiera en qué curva particularmente tonta del camino todo empezó a ser de otra manera.
No, no vio al Barcelona el otro día, ya no juega como su Barcelona, o tenía otras cosas que hacer, no sabe. Durante un rato hay una buena comunión, se ríe con las tarjetas black, se le pregunta por cómo era aquella Caja de Jerez, y él dice hablemos de jazz, hablemos de este disco que sacó el Ayuntamiento reivindicando a Fernando Terremoto, hablemos de aquella película de Truffaut, que ahora es no sé qué aniversario, o de aquella novela negra que ha publicado RBA. "¿Leen los políticos de ahora?"
Es un hombre que está a punto de entrar en un encierro largo, un hombre en la edad de jubilación. Hay algo de miedo en su mirada que él maquilla con determinación. La próxima semana tenemos que hablar de qué te pareció el disco. Es el presente que viene a vengarse del pasado con el paso abotargado de la Justicia. Tantos años después el hombre que sirve la última copa de fino se despide con abrazos y emplaza a nuevos encuentros. Una jubilación en la celda. Le duele. Sus ojos dicen que duele de manera indecible.
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