Vida contemplativa
Educación | Cerebros en toneles
La palabra teoría viene del griego, y su raíz significa mirar, contemplar. Es lo que hacían los espectadores cuando acudían a los juegos olímpicos. Miraban para comprender y disfrutar. La vida moderna es muy acelerada, la urbana y la rural. Desde que nos acompañan las pantallas a todas partes, ya no nos podemos librar de los ritmos frenéticos que invaden nuestra actividad cognitiva. Desplazamos las imágenes a todo trapo en el apéndice de interacción y vigilancia que hemos adquirido con plena libertad. Hemos perdido de vista el horizonte. Es demasiado estático para que nos llame la atención. No activa esos circuitos gratificantes que se alimentan de la novedad permanente. El horizonte no está de moda.
Y el horizonte puede ser el cielo estrellado, el mar, un bosque, un insecto o un cuadro. La mirada lenta posibilita la ficción, los mundos posibles. La contemplación genera la invención, la provoca. Ver es siempre imaginar. Despojar a la mirada de su dimensión creativa y conceptual supone reducirla a una simple función especular, reflejante. Somos seres de ficción: pensar implica valorar mundos posibles.
No hay mirada vacía, por eso la observación es un encuentro entre lo que ya sabemos y lo que aparece en el horizonte. La velocidad, gran enemiga de la contemplación, impide las nuevas conexiones. Por eso, la mirada ha de ser lenta, y ha de ser asombro. Los ritmos de la sociedad de consumo, por el contrario, erosionan esa contemplación. La mirada productiva desvitaliza el tiempo, lo consume.
Para desarrollar el espíritu científico es preciso mirar de forma pausada, con el fin de desentrañar el orden o el desorden natural. Además con una paciencia infinita… La complejidad de un cuadro requiere una capacidad de observación similar a la que despliega el sabio cuando analiza el cosmos y sus diferentes niveles. Y en ambos casos se trata de percibir con otro tiempo.
Al mirar un cuadro nos ponemos en el lugar del artista, sin abandonar nuestra perspectiva. Se produce una estimulante fusión de horizontes, de tiempos. Pero también nos acercamos a otras vidas, a otros paisajes, a otros mundos posibles. Nadie puede contemplar un cuadro sin rebasar sus fronteras, si es que las tiene…
El escritor y periodista Carlos del Amor ha escrito Emocionarte. La doble vida de los cuadros, (Espasa, 2020). Los cuadros tienen muchas vidas, reales e imaginarias. Todo lienzo, dice el autor, esconde tanto una historia real como una de ficción, la que surge de la mirada del espectador. Cada capítulo se centra en una obra y un artista. Primero nos ofrece lo imaginado, lo inventado por el observador; luego viene la obra, a color, con algunas pinceladas de su historia real. Son treinta y cinco pinturas de creadores como Ángeles Santos, Vermeer, Goya, Suzanne Valadon, Rembrandt, Dalí, Friedrich…
Es un libro que puede ayudarnos en las clases de educación plástica, historia del arte, lengua y literatura, estética y filosofía. Sin embargo, no es ni una historia del arte, ni un trabajo de estética ni de crítica erudita. Cada capítulo se puede leer de forma independiente, y los cuadros comentados son de estilos y épocas muy diferentes: hiperrealistas, surrealistas, impresionistas, barrocos, románticos…
Es la selección realizada por un amante del arte y de los museos. Y detrás de esa elección hay una mirada propia, muy personal. El lector se va a encontrar con los cuadros que han emocionado o han hecho pensar e imaginar a Carlos del Amor. Si divulgar significa transmitir, explicar y provocar, este libro lo logra en cada una de sus páginas. El valor educativo del libro reside en intentar imitar esa mirada en alguna de las áreas mencionadas, y plasmarla en un ejercicio escrito como el que lleva a cabo el autor.
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