500 años bien puestos
Patrimonio de Jerez
Paseo por la iglesia de San Miguel, por sus rincones e historias más curiosas. Primera entrega de esta nueva sección sobre el patrimonio.
Por ser el punto más alto de la ciudad, se merece la iglesia de San Miguel, con tanta elevación, abrir esta nueva sección que tiene como objetivo recorrer el rico patrimonio jerezano, ya sea el que está en pie o lo que queda de él. Una belleza que sigue dejando de piedra a quien la observa. Porque Jerez y su historia, lo valen. Comenzamos. El cura, Ángel Romero Castellano, se sienta en los bancos, solo, cuando está la iglesia cerrada. Allí confiesa que duda a veces entre hacer oración o recrearse en lo que ve: “tanto arte...”. Y reconoce sin pudor que es el templo jerezano más completo, y enumera las causas: sus dimensiones, el retablo de Martínez Montañés, “que pocos podemos encontrar en el mundo como él”, por el “inigualable” sagrario barroco... Y todo esto, “que es fuera de serie, tiene su cosa, que hay que mantenerlo. Mucho mantenimiento y poca feligresía. Es un problema gordo para el que está al frente. Es puro milagro. A mí, por ley natural, me queda poco tiempo, pero seguiremos pendientes”. Sin alardear de nada, “quizás no haya una parroquia tan cuidada en todo Jerez, y tenemos testigos”. Y recuerda que por ser tan elegante y bonita, “viene mucha gente de fuera a casarse y a bautizar, y eso es en gran parte lo que mantiene la iglesia, como otras del centro. A todo el mundo le gusta lucirse”.
Es lunes y, Dios mediante, toca día de limpieza en el templo. El sol atraviesa las vidrieras y refleja orbes coloreadas en los asientos de caoba. Hace un frío que pela, pero la inmensidad del espacio distrae las sensaciones térmicas. Tenemos la “gran casa” para nosotros solos por unos minutos. Don Ángel y el historiador Manuel Romero Bejarano hacen una guía singular, diferente, exclusiva, lejos de ser una lección de arte, sobre esta antigua edificación militar que lo fue durante el tiempo de los musulmanes. Luego se reaprovecha y se transforma en ermita dedicada a San Miguel. Un tiempo en el que no había nada fuera de la muralla. Pero la ciudad, allá por el XV, crece y crece y esa ermita se queda pequeña. Se decide entonces hacer la iglesia que vemos hoy, obras que duraron un siglo, con grandes parones que se traducen en los diferentes estilos que conforman el monumento. Una placa en una de las tres puertas habla de 1482. A la sobriedad le sigue un descarado Renacimiento, con elementos ornamentales, columnas, medallones. “Y esta bóveda del Socorro, (a la derecha del retablo) es excepcional, algo único en España”, firmada una de las figuras por Pedro Fernández de la Zarza en 1547. Y cuando se acaba la iglesia, se empieza la sacristía. Pero el añadido más importante que se hace es el sagrario, construido durante el siglo XVIII, de gran interés arquitectónico y artístico, un conjunto exquisito y refinado. Y ahí están, Gótico, Renacimiento y Barroco conviviendo bajo el mismo techo,
El gran retablo de San Miguel, muy apreciado en su conjunto, cuenta numerosas historias por sus detalles. Detrás de él hay un pequeño retablo de piedra, muy simple y deteriorado. Pero el que se muestra, su concurso es de 1609, al que se presentan varios autores, aunque lo asume casi en su totalidad Martínez Montañés durante más de tres décadas, pero no lo concluye por innumerables pleitos. Lo traspasa a José de Arce, que desarrolla las naves laterales. La exquisita calidad de la tela de los vestidos, elaborados con una técnica que consiste en dorar, pintar después y rascar esa pintura, adornados con piedras semipreciosas, dejan al visitante enganchado al espectáculo. Aquí intervienen Zurbarán y Alonso Cano, es decir, pintores de primera fila. “Esto fue una obra carísima, una parroquia que contaba con muchos recursos económicos”, precisa Bejarano. Y cuenta la leyenda que por esos parones en la elaboración del retablo, el ‘visitador’ amenazó con excomulgar a los autores (que significaba casi la muerte civil) si no lo acababan en tiempo y forma. También se dice que por las prisas, algunas de las figuras no eran las que estaban destinadas para el retablo en concreto, según la teoría de don Ángel. Y lo justifica con que a los dos Santiago, “les sobra nicho por todos lados. San Gabriel y San Rafael no caben en su ubicación y las alas están cogidas con clavos fuera del nicho y los pies de las figuras exentas se salen de su espacio... El retablo fue concebido para estar de frente, no achaflanado ya que de esta forma se tapan algunos relieves”. Un motivo más para detenerse e investigar esta obra..., sea o no cierta la teoría, surgida de los tiempos de admiración de don Ángel de su “gran casa”. Figuras hechas con una gran perfección como, por ejemplo, la batalla del Bien y el Mal del Apocalipsis, la lucha entre ángeles rebeldes y dóciles, que están perfectamente esculpidos y representados, con expresiones magníficas. Y decía Cádiz Salvatierra que si hubiera que casar a la Venus de Milo con alguien, debía de ser con el demonio de San Miguel, “ella por modelo de desnudo femenino, y él por ejemplo de anatomía masculina”. También son curiosos los cráneos adquiridos supuestamente en el XVII por un soldado jerezano destinado a Alemania, para donarlos a la parroquia, guardados en un mueble junto al altar, que parece también de la misma época.
Otra de las delicias es la Vera Cruz, que estaba en el convento con el mismo nombre, que hoy no existe. Así como un rosetón de 1470, de la primera fase de las obras del templo, oculto tras la torre. También es anecdótico el nombre de la calle trasera de la iglesia, llamada Pópulo. Y el órgano, que hay que restaurar, “¿pero para qué lo voy a restaurar si no hay organista?”, se pregunta el cura. Otra de las esquinas que pasa desapercibida es el museo de San Miguel, que suele estar cerrado al público. En vitrinas se conserva el contrato del retablo de Martínez Montañés con San Miguel, la colección tanto de plata como de ornamentos litúrgicos, de ropa de misa, la mayoría del XVIII, que es “excepcional, la mejor de Jerez. Ahí se ve también el nivel de la parroquia”. Un espacio preparado para evitar la humedad con corrientes de aire especiales. Muchas de las piezas están ahora expuestas hasta el 19 de marzo en la muestra ‘Limes Fidei’ de la Catedral. Y tanta importancia tenía San Miguel que en el XIX, con la desamortización, tuvo fondos para el mantenimiento y su restauración que costearon en parte los vecinos, ya que era una zona en la que vivían los apellidos más pudientes de la ciudad.
La “preciosa” sacristía también es una de las zonas más desconocidas del templo y la parte del monumento que queda por restaurar, “pero el freno son los lienzos, ya que cuesta en torno a 100.000 euros su arreglo. Allí, el sacerdote “se viste y se reviste”, ante los ojos de muebles y cuadros centenarios, que han sido también testigos de intentos de robo, “incluso una vez, hace muchos años, quemaron mi sotana, de la que quedó sólo una manga”, cuenta don Ángel con una sonrisa. Una mañana se levantó y encontró tres camas hechas por los cacos con las ropas y manteles que habían sacado de los cajones. Allí, una gran mesa se apoya en unas patas hechas, dicen, de tal forma que los ratones no podían subir por ellas y emborracharse con los cálices preparados durante la mañana. “Cualquier iglesia de estas tenía 15 ó 20 curas, cada uno con su altarito. Aquí se vestían y preparaban las misas”, detalla. La sacristía está hecha con una monumentalidad acorde con San Miguel. “Hay sacristías similares: la de Lebrija, del mismo autor, Hernán Ruiz, pero más pequeña; o la Mayor de Sevilla del mismo estilo pero mucho mayor”, apunta el párroco. Un detalle curioso es la falsa sensación de profundidad que tiene su cúpula, que es más chata de lo que parece. Pura ilusión.
San Miguel, una iglesia que sería más grande si el Ayuntamiento en su día no hubiera frenado las obras “por usurpación de suelo público”. Y tanta grandiosidad no recibe todo el turismo que se merece. “Así que esto es pura colaboración con el fomento del turismo en la ciudad que me está costando el dinero”, se queja el párroco. Un edificio que se autofinancia, excepto en casos especiales como en grandes obras o restauraciones, en las que ha contado con la ayuda de las administraciones. ¿Qué le pide usted a San Miguel? “Que me devuelvan a los feligreses que se han ido”, suplica. Un gran edificio que bien podrían recorrerlo leyendas sobrenaturales. Sin embargo, don Ángel reconoce que aquí “no se me ha aparecido ni el Ángel de la Guarda”, ríe. “Y eso que entro a medianoche y a todas horas”.
Ángel Romero Castellano (Lebrija, 24 de diciembre de 1928) llegó a San Miguel hace 45 años, después de ser ‘cura propio’ en Chipiona. Y ahora se siente más jerezano que nunca, “sin dejar de ser lebrijano”, pero “muy orgulloso de que me hayan nombrado Hijo Adoptivo de esta ciudad, algo que me llega al alma y me agrada. Si dijera lo contrario estaría mintiendo”. San Miguel es su casa y “una jaula vacía, porque cuando yo llegué aquí la parroquia tenía 12.000 feligreses, y hoy no llega a 2.000. El bajón es tremendo por culpa de la expansión de la ciudad, que ha dejado el centro vacío y habitado en gran parte por personas mayores. Se ha ido apagando con el tiempo, por ley natural, empezando por el cura”, confiesa. San Miguel. Más de 500 años bien puestos. Si en Sevilla para su Catedral se quería “una iglesia tan grande que los que vengan nos tomen por locos”, de locos sería aquí olvidar esta joya del patrimonio jerezano, y más allá.
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