'El arte de alegrarse', según De las Cuevas

Anédoctas del Jerez

Edgar Neville nunca encontró en Jerez un borracho, pero tampoco un sobrio: la raya puede ser la alegría

'El arte de alegrarse', según De las Cuevas
'El arte de alegrarse', según De las Cuevas
Juan P. Simó

24 de septiembre 2012 - 07:47

Volad con la imaginación a mayo de 1964. Jerez acababa de salir de una Feria de Mayo. Era alcalde de la ciudad Tomás García Figueras, militar, historiador y africanista, que enfocó todo su empeño en potenciar la cultura y todo el patrimonio histórico jerezano. En días posteriores a la feria, un 25 de abril, se celebraba en la bodega ‘La Concha’ la Cátedra del Vino, esas sesiones que abrió en 1955 ese gran defensor del gazpacho que fue el doctor Gregorio Marañón. Esta vez tocaba la responsabilidad a dos hermanos madrileños de nacimiento pero andaluces de corazón. José y Jesús habían nacido en la capital pero se criaron en Arcos, donde pasaron el resto de sus días. Dicharacheros y divertidos, allá donde iban dejaban su impronta: Dos cachondos mentales unidos por Andalucía y su intento de recuperar su léxico rural.

Para conocimiento del profano, los hermanos De las Cuevas Velázquez-Gaztelu, ‘un entendimiento bicéfalo y un solo corazón’, fueron un gran referente cultural del vino de Jerez en el pasado siglo. Sus obras literarias (algunas de ellas entre ambos) fueron prolíficas, aunque me quedo con ‘La historia de la finca’, ‘La bodega entrañable’ o el inolvidable ‘Vida y milagros del vino de Jerez’. Jesús, el más pequeño, falleció en 1991; su hermano José, dos años mayor, sólo un año después.

Pues en eso estamos, en mayo de 1964. Los hermanos presentaron su lección con el título ‘El arte de alegrarse’, una didáctica conferencia (al alimón y a modo de una faena taurina) salpicada de anecdotarios, citas y refranes que la hacen amena y divertida. Vayamos a ello.

Dejemos las cosas claras

Ni a José ni a Jesús, decían al alimón, les gustaba el término ‘emborracharse’. Porque, como dijo Edgar Neville, “nunca había encontrado en Jerez un borracho pero tampoco había encontrado un sobrio. La raya del aposentamiento recomendable puede ser esta de ‘alegrarse’, la ‘embriaguez volátil’, que decía Juan Pemartín”. Como decía Jesús: “Vamos a ver qué entendemos por emborracharse, marearse, embriagarse... Ninguno de los términos nos gusta. Fulanito está embriagado suena a cólico cursi; mareado, a cruzar el Estrecho con un levantazo; lo mejor será alegrarse: ¡La verdad!

Decía Jesús que existe un stock surtidísimo de acepciones en todos los idiomas para designar ese “dichoso estado”, “entre dos luces”, como escribía gitaneando Walter Starkie, pero el más copioso e innumerable era el español: “Los tenéis, pues, para todos los gustos: Los aficionados a la pesca disponen de ‘merluza’, ‘pescadilla’; los de meteorología, ‘nublao’, ‘tormenta’. Y melopea, túrdiga, filoxera, papalina, torta, perplejía, calamocano, chufa... ¿Que os da por los raros? Noruega, violín, cipión, trupita, talanquera... Los Quintero respaldan ‘bufanda’. Son, en suma, infinitos. Suben y bajan por temporadas, como las cotizaciones de la Bolsa. De los más de moda hoy, curda, jumera y la serie completa -ajumado, ajumarse- y los que rozan con la madera, no sabemos porqué misteriosa relación -tablón, tranca- o permiten medirlos fácilmente, ‘una tajá como un piano”.

El doctor: “Emborráchese”

Y José habla entonces de la borrachera, de ese gran médico catalán que fue Arnaldo Vilanova que sostenía que la borrachera tiene un lado bueno y la recomendaba a sus pacientes bimensualmente. “Dioscorides admite que algunos días debe beberse más de lo necesario. A finales del XVIII se puso de moda la borrachera cada quince días. No es mucho. Yo conocí un facultativo que la recomendaba cada 4 días. Su consulta aumentaba a ojos vista. Pero no es preciso llegar aquí, señores, a estos límites desorbitados. Hablamos del vino de Jerez y con el vino de Jerez no es posible la borrachera ni etimológicamente. La palabra borrachera viene de la palabra burra, vinos soeces, burdos, bastos. Todavía hay clases y uno no se puede ‘emborrachar’ con vino de Jerez (...) Aquí no se puede decir -sería una grosería inadmisible-: ‘Fulanito se ha emborrachado’, sino ‘Fulanito se ha mareado un poco’, o mejor, ‘A Fulanito no le ha sentado bien el vino’. He aquí un eufemismo muy acertado”.

Un problema: Volver a casa

Leed ahora la curiosa defensa que hace Jesús de los taberneros, “sufrido oficio en el que hay que soportar carros y carretas. (...) No veáis también el estoicismo que se marcan algunos (...) A la postre, el tabernero lo acompañaba (al borrachín) a su domicilio, o él al domicilio del tabernero, según encartara. ¿Habéis visto la providencia que vela por quien no se sostiene firme? En 1905, en Berlín, funcionaba una Sociedad de Señoras para recoger a los borrachos de las calles. Aquí, en España, que yo sepa, el que más y el que menos siempre llega a su casa sin ayuda de nadie. Claro, que con el tiempo. Seis horas tardó un amigo y estaba a su casa a la vuelta de la esquina, como aquel que dice, 200 pasos mal contados. Pero se empeñó en dar un paso hacia delante y cuatro hacia atrás y se puso, sin querer, a un par de kilómetros. ¡La cachaza andaluza! Y la Sociedad de Posma, en el XVIII, su presidente tardó dos años y cinco días entre Cádiz y Sevilla. Recuerdo del que partiera, a caballo, por un recado urgente al pueblo, por una medicina, y regresó a los cinco años y ¡de la Argentina...!”

Y luego están las excusas, un tema inacabable.”Como aquel soldado, que cuenta Javier de Burgos, al que su coronel amenazó si lo pillaba una vez más borracho. Un día le pidió permiso. Se bautizaba una sobrina. El coronel accede. Y a los tres días se lo encuentra más borracho si cabe: “Al calabozo con él”, ordena furioso. Y el hombre, mientras se lo llevaban, gritaba, disculpándose: “Que no es otra, mi coronel... Que es la misma” O aquella disculpa que contaba Enrique Isasi del que sale de su casa para ir a pelarse. Y, tres años después, vuelve a su casa y no se le ocurre decir sino lo siguiente: “¡La peluquería! ¡Estaba así de gente!”

La botella lleva un Castelar

Por fin, Pepe describe los estadios de la borrachera, regándolos de citas: El primero, la felicidad (...) La felicidad produce la consecuencia de la charla (segundo estadio), de la conversación. ¿Quién ha dicho que los seres felices no hablan? El vino baja y las palabras suben y lo dice el refrán: “En cada botella de vino hay un Castelar escondido”.

La charla desliza al tercer estadio de la borrachera. Y el cuarto, el de la generosidad: “De pronto, nos sentimos ricos. Empezamos a encontrarnos en un mundo paradisíaco donde las letras cumplen en el plazo ideal de 6.000 años, donde no hay números rojos y los directores de Banco, cuando se les pide un crédito sonríen y hasta convidan.

La quinta etapa es la ternura. “El vino dispone el corazón a la ternura”, escribe el sabihondo Ovidio. El sexto estadio es una especie de “superplataforma de la borrachera”, que engloba José con la palabra ‘achispamiento’. “Yo he llegado a pronunciar una conferencia en correctísimo italiano y no sé una palabra de italiano. Un día fui colocado en una fiesta internacional entre un inglés y un sueco. El inglés no hablaba más que inglés, el sueco más que sueco y yo, ni inglés ni sueco. Las primeras copas fueron muy embarazosas. Pero a las 36 copas, ¡la 36!, el inglés me hablaba en inglés y yo lo traducía al sueco, un sueco digno de Selma Lagerloff, y viceversa, el sueco me hablaba en sueco y yo lo traducía al inglés, un inglés digno de Oxford.”

De todo lo expuesto, ¿en qué estadio es recomendable detener la botella? “Creemos que en la raya donde uno haya comenzado a alegrarse, el minuto en el que la cabeza entra en sazón por las ocurrencias, ya que el bebedor no debe contentarse con alegrarse él, sino que debe intentar alegrar a los demás. Sólo los achispados pueden dar chispas”.

“En Jerez no se bebe para olvidar, sino para recordar. Aquí no bebe nadie para emborracharse, sino precisamente la lucha del bebedor es resistir la borrachera lejana pero inevitable, el mayor tiempo posible. ¿Me comprendéis? Aquí bebemos para charlar, para no tener prisas, para recordar con los amigos... Nada hay más humano, más hermoso y yo me atrevería a decir más europeo que una reunión de amigos, una tarde tranquila, a la caída del sol, en torno a una luminosa botella de vino”.

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