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El tercer restaurante más antiguo de España está en Jerez

Aquí, su botica

Nacimiento, esplendor, cierre y recuperación de la Farmacia Municipal, 'abierta' para todos en el Alcázar

Panorámica de la segunda parte de la Farmacia, con la exposición de todo el botamen, entre otros muchos elementos originales.
Arantxa Cala / Jerez

04 de diciembre 2011 - 01:00

"Tengo un dolor de cabeza... A ver si tiene usted algo por ahí, unas aspirinitas mismas". Detrás de este acto, entrar en una farmacia de la ciudad, hay en realidad siglos de historia. Se pone en marcha la máquina del tiempo. A primeros del XIX hay en Jerez unos pocos hospitales pequeños, dependientes de la Iglesia y la caridad. Llega la fiebre amarilla, el cólera y el Ayuntamiento se plantea crear uno principal, público, para hacer frente a estas epidemias. Se instaura en el desamortizado convento de La Merced, que pasaría a llamarse más tarde Hospital Municipal Santa Isabel de Hungría. En 1840 nace la Farmacia Municipal, que tuvo décadas después su propio farmacéutico, figura que desapareció hace pocos años. Se establece entonces la beneficencia pública domiciliaria por la que una serie de médicos funcionarios del Estado tienen la obligación de atender a todo el mundo, pobre o no. Las medicinas las facilita el Ayuntamiento sólo a los afiliados a la beneficencia. Así que la Farmacia daba servicio exterior a los pacientes ambulatorios de la beneficencia y al hospital. En 1969 se abre la actual residencia (se le pone este nombre porque el de hospital estaba entonces mal visto) para operaciones que no se podían hacer en las casas, pero la mayoría de las personas enfermaban, se curaban o morían en sus domicilios.

En 1972, tras el cierre definitivo del hospital, la botica se traslada al edificio del laboratorio municipal, ubicado en la plaza de la Merced, prestando servicio solamente a los pacientes ambulatorios de la beneficencia municipal. Fue en 1985, al desaparecer ésta y quedar todos los ciudadanos integrados en la red de asistencia sanitaria de la Seguridad Social, cuando la Farmacia deja de prestar servicio, siendo desmontada y guardada durante más de una década en diversas estancias del Consistorio, razón por la cual se encuentra en perfecto estado de conservación. No era una farmacia hospitalaria, como se entiende hoy en día. Los medicamentos se dispensaban a través de una pequeña ventana junto a la iglesia de La Merced.

Son muchos los ciudadanos que desconocen que el Alcázar es sede, desde hace una década, de esta Farmacia Municipal, recuperada de los sótanos del Consistorio gracias a la intensa labor de la directora del monumento, Milagros Abad, el historiador Antonio Mariscal y Carmen Gavira, última farmacéutica municipal y principal encargada de que el botamen llegara vivo hasta nuestros días. "Mi idea no era exponer la Farmacia en vitrinas, sino recrear una farmacia decimonónica, con su despacho, la rebotica y el laboratorio con toda su 'cacharrería'. Creo que lo hemos conseguido y ya hace tiempo que está abierto para que los ciudadanos nos visiten. Hay que recordar además que en Jerez había unas boticas del XIX preciosas. La más antigua es la de la Puerta Real. Que sirva este reportaje para poner en valor las que se conservan", comenta Abad.

Sin duda, la primera impresión del visitante al entrar en este Museo de la Farmacia es que cruza una línea hacia un tiempo lejano, hacía el pasado. Repartida en dos salones, la primera parte está abierta al público desde 2001. Allí, en un impresionante mueble datado en 1890, reposan albarelos, muchos de ellos con ingredientes originales como hoja de beleño, maná escogido, tila, goma arábiga... Y es que antes de que se desarrollara la industria farmacéutica, las recetas se hacían según fórmulas magistrales, según arte, se decía. De esta forma, los farmacéuticos eran auténticos artistas y en estos botes tenían todo lo que necesitaban. Abad hace hincapié en las etiquetas de los mismos, "que son preciosas, hechas a manos".

Los jaraberos también tiene componentes originales, con dos dispensadores para que no se mezclaran los líquidos antes de ser dados al enfermo. Como curiosidad, hay que destacar que en la parte superior del mueble, que tras su búsqueda y recuperación fue restaurado en los talleres ocupacionales del centro de formación El Zagal, además de la fecha de creación del mismo, se lee la inscripción "Sor T". Y es que las Hermanas de la Caridad, que atendían a los enfermos y la Farmacia Municipal, no han querido que su huella se borre. La T es por 'sor Tomasa', encargada por esas fechas de la botica. De hecho, también se exponen fotos de varias épocas, en las que estas monjas son protagonistas junto al cuadro médico del momento.

La segunda estancia acoge el resto de elementos, que se expusieron hace unos 4 años, en un espectacular mueble del XIX que se adquirió de la antigua farmacia de Adulfo Luque en la calle Larga 73, una vez que cerró. Fue Cajasur la patrocinadora de esta iniciativa. Hipócrates y Galeno, dos de los médicos más celebras de la antigüedad, observan al visitante desde las alturas de la estancia.

Además de los albarelos, destaca el material de laboratorio como moldes para hacer supositorios, areómetros, granatarios para obtener medidas exactas, pesas huecas o de nido, tensiómetros alemanes, balanzas, filtros Pasteur, microscopios, medicamentos antiguos, autoclaves para esterilizar el material, hornos para cultivos... "Cuando empezamos a montar la Farmacia me estuve informando, leyendo libros... Hasta me preguntaban por la calle si era farmacéutica", relata Milagros entre risas. Porque además de Farmacia Municipal, también fue laboratorio, del que salían al año unas 50.000 fórmulas magistrales.

Y aunque la farmacia que se expone no se entiende como la de hoy en día, sí que esta botica pertenece a la historia de la ciudad y, por ende, a todos los jerezanos.

"Yo he visto muchos museos de farmacia con lo tarros vacíos. Y en ésta, están llenos, es decir, si quisiéramos podría funcionar ahora mismo. Como la mayoría son productos químicos y no biológicos, pues están estables. Es una reliquia arqueológica", cuenta Antonio Mariscal, un experto en historia de la sanidad en Jerez, autor del exitoso libro La Sanidad Jerezana, 1800-1975.

Carmen Gavira se hizo cargo de la Farmacia Municipal con 23 años, recién acabadita los estudios como farmacéutica. "Cuando se cerró el hospital procuré que el mueble se montase en el edificio de La Merced porque de lo contrario la madera se pudriría entera. En el 88 se clausuró definitivamente y otra vez embalamos todo y lo guardamos muy bien para recuperarlo tal como está ahora". Carmen visita de vez en cuando el Alcázar, lo que podría ser como su 'antiguo' trabajo. Asegura que le vienen "muchos recuerdos y no es por ponerme medallas, pero si yo no guardo y me impongo para que esto tuviera una continuidad, no existiría nada de lo que está expuesto". Gavira, experta en fórmulas magistrales, trabaja actualmente en el Laboratorio Municipal en el que se analiza diariamente el agua que consumimos, aguas de pozo, de empresas, piscinas, el control de la población canina, las torres de refrigeración... Pero nada como hacer fórmulas.

Como sor Tomasa, vigilante de alguna forma desde ese pequeño trozo de madera, la historia permanece viva en estas vitrinas. Desnuda al visitante, como una medicina en sí misma, para salvar al patrimonio jerezano del dichoso olvido.

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