Los Caribe. Esa especial realidad existencial llena de vida

Diario de las artes

Marina Anaya

Casa de Iberoamérica

CÁDIZ

Obras de Marina Anaya, en la Casa de Iberoamérica.
Obras de Marina Anaya, en la Casa de Iberoamérica.

FALI Benot, a lo largo de su dilatada carrera como galerista, nos ha dado a conocer muchos artistas que han llegado a ser importantes y forman parte del mejor contexto del arte español; algunos de capital importancia. En estas más de cuatro décadas, artistas de gran significación están ligados a la galería gaditana. Nombres como Dámaso Ruano, Carmelo Trenado, Antonio Agudo, Pedro Escalona, Carmen Bustamante, Manolo Cano, Juan Ángel González de la Calle, María Teresa Martín Vivaldi, Ricardo Galán Urréjola, Eva Armisen, Cecilio Chaves, Alejandro Quincoces, Lola Montero, Pilar Alonso, entre otros, tienen o han tenido al espacio expositivo de la Avenida León de Carranza como centro natural de sus comparecencias. A estos hay que sumar, sin duda alguna, Marina Anaya que, siendo muy joven, tuvo de sus primeras comparecencias expositivas la galería Benot, entonces, quiero recordar, todavía, en la calle Valverde.

Desde aquella exposición, el lenguaje pictórico de la artista nacida en Palencia y afincada en Madrid donde tiene su estudio en el Barrio de Malasaña, interesó y convenció por su particularidad, por su bella ingenuidad, por su esquematismo representativo, por su disposición cromática y por su general desparpajo que aportaban mucha frescura a la habitual y, tantas veces, adocenada pintura figurativa. La obra de Marina Anaya no dejaba indiferente. Y eso, en el paisaje ilustrativo de lo real, no era algo usual. A partir de entonces hemos asistido a una lógica evolución serena y sensata, siempre manteniendo un compromiso abierto con una figuración a la que ella aporta suma trascendencia.

Obra de Marina Anaya, en la Casa de Iberoamérica.
Obra de Marina Anaya, en la Casa de Iberoamérica.

Marina Anaya, una pintora que convierte la realidad cercana en un bello juego donde una poética de muy fácil lectura ilustra un universo presentido donde los personajes representan jugosos papeles que convencen, divierten y hasta provocan, en el espectador, sabios guiños de complicidad. Todo sin acudir a episodios de tintes oscurantistas donde lo cercano está poblado de fantasmas entrañables que dialogan en un lenguaje de arcanos posibles.

La pintora palentina nos ofrece una pintura mucho más cercana, sin laberintos por donde perderse; transmisora de una realidad en la que los personajes son reconocibles y sus acciones portadoras de una entrañable sensibilidad muy bien concebida para que nos permita encontrar las claves de una realidad que ella plantea con mimo, personalidad y sentido común; sólo llevando a su pasional alambique los elementos de una realidad para destilarlos y que argumenten su inabarcables posiciones siempre preñadas de vida.

Marina Anaya nos cuenta una historia muy bien narrada con personajes a los que se les ha dotado de una entidad artística muy particular; se los ha desposeído de su concreción y se los ha exagerado formalmente. La obra que se presenta en la Casa de Iberoamérica, muy buen sitio para una exposición dedicada a todo los relacionado con el Caribe y sus circunstancias nos vuelve a situar ante ese mágico estamento artístico tan personal de esta autora donde lo esquemático juega un papel determinante. El relato de esa familiar escenografía de Marina Anaya se ha despojado de muchas innecesarias ilustraciones y sólo ofrece los mínimos episodios para que resplandezca la expresión en toda su magnitud; al mismo tiempo nos encontramos con una gran economía de medios plásticos que acentúa, aún más, el carácter expresivo de la composición y potencia ese sentimiento de entrañable ingenuidad que subyace en la pintura de esta artista.

De nuevo, Marina Anaya nos vuelve a conducir por ese personalísimo patrimonio de sencillez, de ingenuidad, de entrañable cotidianidad; otra vez nos encontramos ese universo de verdes y rojos con los que se nos plantea una feliz existencia protagonizada por unos personajes que hacen de lo mínimo un universo de máximos expresivos para que sus historias potencien su caudal representativo y lleguen dotadas de entrañable personalidad y contundencia visual.

La artista Marina Anaya
La artista Marina Anaya

En esta ocasión la artista palentina nos lleva a tierras Caribeñas, allí donde la sensualidad envolvente de tales espacios privilegiados captaron su atención para siempre y le ofrecieron la realidad de un universo distinto. En ‘Los caribe’ encontramos Cuba; esa Cuba de mágica espiritualidad, que vive, sueña y existe de otra forma. En su obra no está la explícita Cuba de sociedad cuestionada; puede que se atisbe, que se sienta de forma mediata; pero no aparece en la realidad pictórica de Marina Anaya. Por sus obras pasan todos los elementos que conforman la existencia caribeña; algo alejado diametralmente de la realidad punzante y descarnada del día a día. En las piezas que se presentan en la casa de Iberoamérica está la fauna, el son caribeño, esa gente buena que se desvive; esta la música; el amor apasionado; por extensión encontramos ecos de Gabo, de los Buendía y sus disparatadas acciones; está Silvio Rodríguez y Zoe Valdés, Compay Segundo y Benny Moré; Están los hombres y mujeres que se aman; los pájaros y los árboles. En definitiva ese Caribe que no es uno sino todo un infinito de acciones y actuaciones siempre exultantes, siempre exageradas, siempre tiernas y siempre, siempre, dignas.

Pictóricamente la exposición nos sitúa en el universo de Marina Anaya; una sucesión de elementos creativos, actuantes y apasionados que configuran escenas abigarradas, donde el propio barroquismo caribeño acentúa una iconografía que en sus pintura se hace ilimitada, consciente y llena de sentido.

Hoy que el universo artístico está demasiado distorsionado por un exceso de intelectualismo de dura encriptación, es necesaria una pintura que recoja la esencia inquietante de una determinada realidad existencial; que la pintura se abre a los sentidos y adopte asuntos que llenen, que ilustren, que cuenten, que marquen rutas por donde se acceda a la pura emoción del espíritu. Lo Caribe de Martina Anaya nos lo ofrece de verdad, sin intermediarios; desarrollando una pasional pintura llena de sensualidad y sabios efluvios de emoción.

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