Carlos González Ragel, un genio con 'j' en el Reina Sofía
Los salvaguardas del legado del pintor jerezano donan al museo madrileño 29 obras y dos fondos documentales, que han sido recibidos "con enorme satisfacción"
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Su figura enjuta se inspiraba en Don Quijote, que pintó y dibujó en sus bocetos abundantemente, incluso saliéndose de la obra literaria. Muy delgado, capa negra con broche de plata figurando unas calaveras, sombrero negro de ala corta, pantalón ajustado en forma de malla que se confeccionaba él mismo. Porte elegante y educado, con una varita de bambú que ornamentaba con peculiares elementos. Siempre en mano con una carpeta con parte de sus pinturas que mostraba continuamente, incluso en los lugares más inadecuados. Así era Carlos González Ragel (Jerez, 22 de diciembre de 1899 - Ciempozuelos, 28 de noviembre de 1969). Un personaje, como se diría ahora, por su excéntrica forma de ser, una figura artística hoy por fin más reconocida. Y es que parte de su legado ya pertenece a los fondos de una pinacoteca de arte moderno y contemporáneo en España de nivel internacional, el Museo Reina Sofía de Madrid.
Un total de 29 obras de Carlos González Ragel y dos fondos documentales han sido donados al Museo, que ha acogido "con enorme satisfacción" dicha donación. "Quisiera agradecerle su donación, que vendrá a completar la colección de obras del artista gaditano en el MNCARS a través de un conjunto notable de dibujos que reflejan a personajes de la cultura y política española del segundo tercio del siglo XX", apunta en una carta de agradecimiento el director de la pinacoteca, Manuel Segade Lodeiro.
Exposiciones de Ragel (él firmaba con 'j') ha habido varias en España, y fuera de ella, como la celebrada en Vitoria, en 2007, por el 50 aniversario del hospital psiquiátrico con el objetivo de hacer algo sobre arte psicopatológico, aunque la muestra, sin embargo, no se hizo en el hospital, sino en una galería de arte, por lo que era un autor con repercusión, pero olvidado a la vez. Luego llegó el mencionado Reina Sofía, donde el pintor jerezano fue uno de los autores comprendidos en la muestra 'La noche española', donde se codeó con artistas de la talla de Picasso o Miró. Dicha muestra marchó después al Petit Palais, Musée des Beaux-Arts de la Ville de Paris. "Estas exposiciones fueron muy bonitas porque tuvimos muy buenas relaciones con el Museo Reina Sofía y con los comisarios. A raíz de ahí, pensamos que podíamos hacer una oferta de donación, porque dónde van a estar mejor las imágenes de Ragel que en el Reina Sofía. Dejamos que ellos eligieran entre los cuadros que tenemos la familia", cuenta José Montero Díaz, sobrino de la viuda del pintor, Amalia Montero, que fue fiel guardiana del legado artístico de su marido, labor que luego desempeñaron, y aún hoy, Montero, su esposa, Nieves, y sus hijas, Mari Nieves y Ariana.
"Carlos y Amalia eran una pareja muy peculiar donde estuvieran. Él padecía una enfermedad mental y mi tía tenía un carácter fuera de lo común. Se amaban locamente y se odiaban locamente", cuenta José, que lleva más de dos décadas al cuidado del legado de Ragel, aunque es una memoria que lleva escuchando desde que era un niño, cuando conoció a Carlos. "Una labor larga, pero muy bonita. Yo conocía la vida de Carlos por mi tía, pero al caer en mis manos esas obras, pues ha sido precioso porque ha sido recordar la vida de ellos dos, de su arte y de cómo él interpretaba su propio arte, su investigación sobre el arte. Para mí ha sido muy muy interesante", asegura. "Hay que agradecer la labor que desempeñó Amalia de fiel guardiana, sin ella lo hubiéramos perdido todo".
"Personalmente- apunta- me parece muy justo que la obra de Ragel esté en el Reina Sofía. Es una pintura de una categoría artística muy buena, guardada en cajas de conservación -que el Museo nos ha dado la enhorabuena por cómo la hemos conservado- no servía para nada. Mejor que esté un museo de la categoría del Reina Sofía. Carlos ha entrado en los fondos de un museo de primera categoría internacional". Montero sabe de personas interesadas en la obra de Ragel, que tienen sus propias colecciones, "y nos encantaría contactar con ellos para obtener más imágenes de obras que no sabemos dónde están o de las que no tenemos fotografías. Yo me sigo dedicando a investigar esa obra desconocida". Sobre la posibilidad de donar más obras de Ragel a otros museos, Montero adelanta que es totalmente viable. "Por ahora solo el Reina Sofía tiene piezas de Ragel. De hecho, desde este centro nos apuntan que seguramente incluirán la obra de Ragel en una futura exposición temporal de algún tema que esté relacionado con su trabajo". Y aquí en Jerez, aunque se ha mostrado su obra en lugares como el Ateneo de Jerez y en una muestra en 3D en los Claustros, "después de haber pasado por tantas ciudades, sería una pena que en su tierra natal no se le dedicase una gran exposición".
La vida y obra de Ragel han atraído también el interés de investigadores: existe una tesis doctoral sobre Ragel realizada por la psicóloga jerezana Mercedes Díaz bajo el título 'Análisis de la personalidad y de los otros trastornos psicopatológicos del pintor jerezano Carlos González Ragel'. Según Mercedes Díaz, “para muchos fue un loco con trazos de genialidad y para otros tantos fue un gran artista que tuvo la mala suerte de enfermar, en una época en la que no había tratamientos eficaces y que le tocó sufrir por partida doble: por las vivencias tremendas que la enfermedad le impuso y por el terrible efecto que ello provocó en su creatividad”.
"La carne nos distingue y los huesos nos igualan"
Pintor y fotógrafo, tal como se autodefinía, Ragel fue creador, con su estilo de pintar, de la 'Esqueletomaquia', "arte de ver más a allá de lo que alcanzan nuestros ojos". Decía que "la carne nos distingue y los huesos nos igualan".
Su padre, Diego González Lozano, era un afamado fotógrafo de Jerez. Su madre Carmen Ragel Rendón, una mujer de gran sensibilidad humana y artística, pero fallece cuando el pintor tenía siete años, dejándole un gran vacío. Sus hermanos eran Javier, Enrique, Margarita, Aurora, Carmencita y Diego.
La falta de la madre, su peculiar personalidad y su espíritu artístico, no lo dejan encajar en colegios y escuela de arte, siempre choca con el academicismo provinciano de Jerez. De esta forma, decide a los 16 años marcharse a Madrid, su padrino le financia y allí está su hermano Diego. Este tiempo vive la bohemia de la capital, entra en contacto con la vanguardia artística de la época y conoce las grandes obras de los museos, que deja señaladas en sus libretas. Sin duda, estos años le afianzaron su visión del arte, aunque también le dejó grandes secuelas en su salud y forma de vida. En 1922 fallece su padre, lo que hace que vuelvan los hermanos a hacerse cargo del estudio fotográfico. Primero con Diego y luego con Javier, pero el estudio decae al poco tiempo por la falta de organización que le imprimen. Instala un nuevo estudio que logra gran éxito debido a la fotografía artística que desarrolla, novedosa en la ciudad, y se casa con Amalia, que le sigue a todas partes intentando poner orden en su indisciplinada vida.
"Esta estabilidad es breve, su desorganización en el negocio dejando muchos trabajos sin entregar (le decían que las fotos del bautizo las entregaba a la Primera Comunión), su ya importante alcoholismo y su enfermedad mental ya haciendo mellas, hacen que todo se hunda. En los años 1936-37 tiene que ser ingresado en varias ocasiones en clínicas y sanatorios fuera de la ciudad (Sevilla). Con su mujer (a la que presentaba como “mi mujer y loquera”) se traslada a vivir a Sevilla para hacerlo cambiar de ambiente", relata Montero.
A su vuelta, se instalan en una pequeña finca a las afueras de Jerez, un lugar idóneo por la tranquilidad, pero Carlos y su personalidad pronto atrae a ella a reconocidos artistas y flamencos. Todos querían ir a “Villa Esqueletomaquia” como él la llamaba, un lugar entre cipreses que el artista admiraba pintándola y fotografiándola. Era una casa bohemia que en sus paredes lucía pinturas al fresco, todas con sentido burlesco o complementando algunas de sus pinturas que colgaba. En este lugar, primero paraíso y luego, por sus crisis psicológicas, lugar de reclusión, vivió la mayor parte de su vida hasta su internamiento en el Sanatorio de Ciempozuelos.
"En “Villa Esqueletomaquia” pintó la mayor parte de su obra, siendo Amalia, por su dedicación y cariño, la gran valedora de la misma, que tenía que controlar y recuperar las pinturas que le quitaban o que él regalaba por una copa de vino".
Contaba el gran periodista Juan P. Simó en uno de sus magníficos perfiles que hizo de Ragel en este Diario, allá por 2004, que en 1930, "Carlos ya es un hombre de gran popularidad en Jerez. Ese niño precoz, premio nacional de la belleza con solo tres años, que fue expulsado de los Marianistas y que abandonó la Escuela de Artes y Oficios por discrepancias con el profesorado, llama la atención por sus excentricidades y simpatía. Ese año, un periódico local de la época elige mediante sorteo entre sus lectores a los jerezanos más antipático y simpático. Con mayoría de votos y a mucha distancia al sereno Francisco Diáñez y al señor García, cabo de los porteros del Villamarta, Jaime García-Mier resultó ser el más antipático, y el más simpático, con mayoría aplastante, Carlos. Tras él, Tongorongüito y K.B. Zota".
En 1931 expone en el Museo de Arte Moderno de Madrid, donde sorprende al director cuando ve lo que él llamaba su “tarjeta de visita”, una gran carpeta de cuero con sus pinturas y dibujos. Esta exposición fue visitada por la Reina Victoria Eugenia, que quedó muy sorprendida, prometiendo volver con el Rey Alfonso XIII, cosa que no pudo ser dado que tuvieron que salir de España a los pocos días. Carlos decía que había echado con sus pinturas a los reyes. Expone también en Jerez, en el Hotel Los Cisnes y en el Ayuntamiento, y en Sevilla en distintas salas. Vuelve a Madrid con una extraordinaria exposición en el Hotel Palace, a la que la crítica más significativa del momento dedicó artículos en distintos medios. Todas estas muestras levantan la admiración de los jerezanos, que miran a “Don Carlos” y a sus genialidades como un personaje significativo.
"A su vuelta de Madrid, -añade Montero- el pintor y fotógrafo gozó en Jerez de gran prestigio, ello le permitió un tiempo de equilibrio. Sus pinturas, entonces críticas alegres y caricaturescas, tenían un cierto éxito. También trabajó para algunas firmas bodegueras, diseñando etiquetas, carteles y pinturas. Igualmente, con su fotografía realizó distintas exposiciones con gran aceptación. Nada de esto sirvió para una vida ordenada, al contrario, su condición psíquica egocéntrica, su especial forma de ver la sociedad, junto al alcohol, hicieron que todo este éxito se disipara en pocos años".
De su obra, tanto fotográfica como pictórica, queda una buena muestra, aunque muy difuminada. De ella se desprende la calidad de este artista, su continua investigación e inventiva dentro de los pocos medios de que disponía. En sus fotografías de rincones captaba con la luz el ambiente del lugar o arquitectura, de los retratos de personajes reflejaba nítidamente su idiosincrasia. Igual con sus pinturas, plasmaba el ambiente que le rodeaba sin censura alguna, políticos, artistas, bodegas y tabancos, deportes, religión…
No fue una época sencilla la que le tocó vivir a este artista, la etapa entre guerras. Su obra no es ajena a lo que vive, de manera especial, la Guerra Civil y los tiempos de dictadura. Pinturas muy críticas y a la vez burlonas saltaban inteligentemente la estricta censura, una mirada a un mundo político que él no podía entender por conocer de cerca a sus personajes, aunque no dejaba a un lado el mundo de la cultura que lo rodeaba, plasmando a literatos, artistas y personajes del día a día con una peculiar mirada.
"Un artista peculiar -concluye- desde su propia rúbrica, escribía su apellido con “j” por considerarla más artística. Su obra refleja un trazo y un colorido que lo identifica, muy personal, sabiendo lo que pinta, mostrando la sociedad que vive sin reparos, pero con una visión artística sin igual".
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