"Una cerveza te la puedes tomar solo; un jerez no, hay que compartirlo"
Una charla con Francisco Valencia Jaén
Siendo profesor adjunto de la Escuela de Comercio ganó una beca de estudios y se fue a Inglaterra: "Mi futuro se labró por saber inglés" Entre finos y fotografías, Valencia hace memoria
Francisco Valencia Jaén se define como un jerezano "de pura cepa que vivió junto a una bodega". Aunque más que junto, se podría decir que prácticamente nació ahí. Nieto, sobrino e hijo de bodegueros, este empresario esboza una sonrisa cuando recuerda a 'Tronío' y 'Milagroso León XIII', los vinos de la familia, y cuenta, como si hubiera sido ayer, el momento en el que un amigo de su padre preguntó "¿por qué lo de 'Milagroso?". A lo que el padre contestó: "¿Te parece poco milagro que siete familias vivan de él?".
Las líneas de su cara reflejan que los años han pasado. Transmite la sensación de volar en unos de los aviones de los que fue directivo para trasladarse a esos instantes de su vida que marcaron su pasado, presente y aún guían su futuro. En su casa, los recuerdos llenan habitaciones. Fotografías, mates, tupus, libros y más fotografías..., todo tiene su historia.
Valencia estaba como profesor adjunto en la Escuela de Comercio cuando salió la convocatoria de una beca para estudios comerciales. Cinco años a 25.000 pesetas por curso. La ganó. Decidió que no había mejor escuela para aprender sobre comercio que Inglaterra. Así que tras dar unas cuantas clases particulares de inglés, subió un avión prometiéndole a su padre que no le pediría ni una sola peseta. "Y llegó el momento en el que se acabó el dinero, así que comía muy poco. Me quedé delgadísimo, sin dinero y sin empleo. Pero no llamé a mi padre", relata. Un día, una amiga inglesa le convenció para tomar algo en un bar del Soho en Londres y se encontró con un español vestido de tuno cantando y pasando la gorra. "Le pregunté si le importaba que durante sus descansos yo me pusiera a cantar y así ganaba unos durillos. Pero se negó a que pasara el sombrero. Eso sí, convenció al dueño del bar para que me dieran de cenar cada día que yo cantara. Milagrosamente -continúa explicando-, don Carlos González me llamó a través del socio inglés, y como tenía experiencia en el sector y ya hablaba bien inglés, comencé a trabajar en González Byass".
"Creo que mi futuro se labró gracias a saber inglés", reconoce Francisco, mientras disfruta un poco más de su fino. "Me gusta ver cómo los jóvenes salen de este país, porque no considero que haya una fuga de cerebros, sino que los cerebros se perfeccionan. Hay que hacer un esfuerzo diario y hay días en los que te falta la fuerza. Pero lo recomiendo plenamente. Cuando mis amigos me dicen 'mi hijo no sabe...', ¡vamos, fuera! Fuera de papá y de mamá, del plato en la mesa, de las manos en el bolsillo. A trabajar, ¿dónde? Donde sea. Y aprender un idioma", remarca.
Disfruta recordando su paso por González Byass. Habla de la figura de Carlos González con veneración, de hecho, lo considera "el hombre más influyente en mi vida en todos los órdenes. Creo que ha sido el empresario más completo que he conocido". Del embotellado pasó a las oficinas, de ahí al departamento de exportación y después al mercado nacional. Aún ama a esa empresa. "He sido un obseso del trabajo, pero nunca me he arrepentido de dedicarle tantas horas de mi vida. Era lo que en ese momento quería hacer", apunta.
Apura lo que le queda de fino. Justo, el mismo vino con el posó junto a un grupo de periodistas el día que se despidió -en marzo de 2006- de la presidencia de Fedejerez. Diez años estuvo al frente de esta Federación, años "muy duros" en los que se enfrentó a una crisis del sector marcada por planes de regulación en las empresas y por el exceso de stock en bodegas. "Cuando una industria empieza a reducir sus beneficios, los primeros que lo pagan son las propias empresas y luego, las asociaciones que las envuelve. Es el momento en el que se escucha 'no puedo pagar la cuota', 'no quiero pagar la cuota'...", remarca el empresario.
Hoy, el mercado "se mantiene". "La aparición comercial de grandes vinos ha dado un gran prestigio al vino de Jerez, que ya lo tenía, pero aún más. Estamos tomando los pasos necesarios en las estructuras de las empresas para conseguir esa mayor rentabilidad, que pueda traer consigo la presencia en los medios de información de producto", cuenta Valencia.
Sostiene desde hace años que dos de los motivos principales en la caída del consumo son la desaparición del aperitivo y las multas de tráfico. Sí, el aperitivo y la famosa frase 'si bebes, no conduzcas'. "Antes lo normal era salir sobre la una y media y tomar en algún sitio una copa con los amigos, que era al final media botella. Y eso era prácticamente todos los días. Pero entre que se ha perdido esa media botella y el no poder conducir por dar positivo, al final cuando llegas por la noche a tu casa, lo que te apetece es una bebida larga o una cerveza. Porque le voy a decir una cosa: una cerveza te la puedes tomar solo, un vino no. Un jerez siempre es para compartirlo".
González Byass-Iberia-González Byass-Fedejerez. Éste ha sido el recorrido de Francisco Valencia. El 4 de abril de 2006, el empresario -para algunos también un magnífico relaciones públicas- reconoció ante 'su' sector que dejaba ya a un lado las 'catedrales' del vino para empezar "el primer día del resto de mi vida". Y tenía claro cómo quería que fuera.
Unos años antes, estaba con su mujer, Terete Garrido, viendo la televisión cuando se 'enamoraron' de Vicente Ferrer. Un documental sobre su trabajo en la India les removió las entrañas y en ese mismo instante supieron que ahí también estaban sus sitios. Apadrinaron a dos pequeñas con la fundación de Ferrer y al año viajaron al país asiático. Emocionado dice: "Nos encontrábamos paseando por la residencia que allí tienen cuando nos vio y dijo 'hombre, vosotros sois los jerezanos. Qué suerte tenéis de vivir en Jerez, hay que ver cómo huele una bodega. Si yo volviera a vivir, me encantaría vivir cerca de una bodega en tu ciudad'. Al día siguiente, fui a verlo a su despacho y me cautivó, me cambió".
La admiración que el matrimonio tiene a Vicente Ferrer apenas se puede describir con palabras. De hecho, para la charla que hoy ocupa estas líneas, cambió el retrato de Ferrer de la entrada de la casa a una mesilla junto a su silla. Le da fuerzas. "Ya no concebimos nuestras vidas sin la Fundación. Cada año hacemos al menos una escuela con lo que recaudamos en actos solidarios, porque no creemos que se pueda erradicar la pobreza sin escuelas y viviendas dignas. Decía Vicente una cosa: si estás pensando en el presente, construye la casa; pero si estás pensando en el futuro, construye la escuela. Es cierto que dar un kilo de comida es atender la necesidad, pero no la solucionar", declara. Hoy, en la tumba del father (como llaman a Ferrer) una delgada cruz refleja su estrecha relación con Jerez y con este matrimonio. Una cruz hecha por un artesano jerezano y que Francisco llevó tras la muerte de su guía.
Un labrador al que ya le cuesta andar da la bienvenida. Francisco sale a la puerta e inmediatamente sonríe. Su mujer acaba de entrar. Para conocer al jerezano hay que conocer a su mujer.
El primer viaje que Francisco realizó tras su etapa en Iberia como director del servicio en vuelo y después como vicesecretario general de la compañía, fue a Brasil. De vuelta, la sobrecarga del avión le recordó que en clase turista iba una de las azafatas que él había un día saludado durante un vuelo de trabajo. "¿Quiere usted saludarla?, me preguntó, y claro, yo ya no estaba en la empresa, así que encantado. Descorrí la cortina y mi mujer dice que en ese momento se enamoró de mí. Ahí comenzó todo", relata. Parece que aún siguen en esa primera fila de asientos de vuelta a España. No han dejado de estar juntos. Y como dos quinceañeros, se siguen hablando de 'mi amor', 'mi vida', 'mi niña'.
Consciente de que el tiempo pasa más rápido de lo que uno quiere, Francisco reconoce que "mi reto ahora es prepararme para ese último viaje. Un viaje tan largo como ese hay que prepararlo bien. Cada vez tengo que estar más unido a mi mujer, a mis hijos, querer más a mis amigos, al mundo, hacer algo más por los que me rodean y más lo necesitan. Devolver parte o todo de lo que me han dado".
Valencia sonríe, catavino en mano, días atrás, en su casa.
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