En 'la corta' del río
Una 'excursión' a la ribera del Guadalete, el 'río del olvido' para árabes y griegos·Un puñado de recuerdos de los duros años en La Corta, desde la 'carrera por el oro blanco' hasta la muerte de la pequeña 'playa'
Los árabes llamaron a ese río Guadalete que, paradojas de la vida, se traduce como 'el río del olvido' en la mitología griega. En el Guadalete comenzó la invasión andalusí. También en su lecho se encontró el orgullo de la historia de la ciudad, el famoso casco corintio. Pero en sus 169 kilómetros que empiezan en la Sierra de Grazalema y agonizan en El Puerto guarda infinidad de historias. Veamos algunas de ellas, las más cercanas. El ayer y hoy del 'río del olvido'. Si el río de Cartuja, gui, gui, gui, fuera de vino... no se bebería. Viajamos a La Corta.
'MORONES' Y ATALAYAS.- En La Corta, o se es Morón o se es Atalaya. Los Atalaya pueblan la parte más baja, junto a la ribera; los Morón la superior del poblado. Ambas, en igual y casi perfecta dimensión. Entremedio, hay un puñado de familias que no llevan el apellido de Morón ni Atalaya, pero seguro que llevan sangre, o de unos o de otros porque, como dicen, La Corta es una gran familia e infinidad de cosas mantienen unidas a los dos clanes. Pero hay sólo una por la que mueren: el río.
Tan olvidado como el río ha estado el poblado. Las chozas dejaron paso al ladrillo en los cuarenta; a sólo tres kilómetros de la gran urbe, no contó con transporte urbano hasta finales de los ochenta y los primeros teléfonos particulares no se instalaron antes de 1993. El campo sigue dando trabajo, pero la caída de la construcción ha sido la puntilla. Pese a todos los pesares, hoy día es un tranquilo lugar donde conviven, ahora de espaldas al río, más de trescientas almas y donde manda una animosa delegada de alcaldía, socialista por más señas, Ana Velasco Morón, Ani, que aunque natural de Arcos, la vida y un matrimonio le trajo hasta la ribera del río. No se arrepiente.
EL RÍO, LA VIDA.- Ani, la entregada Ani, es Morón pero es magnífica amiga de Patro Atalaya y su cuñada Pepa. Toda una vida en el barrio. En La Corta hay mayoría de mujeres. La longevidad y la espantada de la juventud así lo han marcado. Pepa López Plazuela casó con Paco, hermana de Patro. Tiene 68 años y ocho hijos. Y su cuñada Patrocinio Atalaya, seis años más joven, ya le hablaba a Ricardo cuando la ribera se agolpaba de pescadores buscando sábalos. O angulas. La vida del río ha sido la vida de La Corta. La subsistencia. Para lo bueno y para lo malo. Las crecidas de 1938 casi acaban con la aldea y también fueron terribles las más recientes, en 1996. También se ha llevado por delante a algunos parroquianos. Pero el río también les proporcionó el sustento durante siglos. En verano, el río servía de 'pequeña playa', con sus lonas y dos casetas, y los lugareños extraían arena para la construcción. Y en invierno, la pesca: Sábalos, róbalos, angulas o lisas. "Hasta hace poco, se podían pescar barbos, carpas o galápagos -explica Cristóbal Rodríguez Atalaya-. Ahora no hay pesca. Y no se le ocurra nadar, aquello es una lama, un fanguizal. El río no tiene caja, no tiene hondura". Su hermano Francisco, con 54 años, también pescó en el Guadalete pero ahora puede presumir de un empleo seguro en la azucarera de El Portal. "Hasta se subastaban los sitios de pesca. ¿Sabe usted cuál era el mejor? La Corta".
LA ANGULA.- Entretanto, Patro y Pepa miran atrás con nostalgia. Vivieron años duros y difíciles. Al final, el río se echó a perder. "Primero fueron los barcos areneros que podían subir cuando era el río navegable. Cargaban toneladas de arena que descargaban en El Puerto. Luego, la instalación del azud, en El Portal, terminó por matarlo. Nunca más volvieron las mareas, las mismas que arrastraban a esos peces hasta aquí para desovar, donde quedaban por el corte del río, a la misma altura de la barriada".
Patro y Pepa vivieron aquellas noches de pesca de angulas. "Eran noches preciosas, alumbradas por cafeteras antiguas de gasóleo en los márgenes del río, donde se apostaban los hombres con sus grandes cedazos para atrapar la angula. Era una fiesta. Ponían un zambullo al que ataban cascabeles que alertaban cuando entraba el pescado".
Eran los días del 'oro blanco': Llegaban riadas de gente de Jerez y otros lugares, como en peregrinación, andando, en bicicleta, en autobús... con sus cañas y artilugios. "Había para todos. Sacábamos cubos y cubos enormes llenos de angulas. Cada mañana, íbamos a Jerez, a la plaza, a venderlo. He visto alimentar a los cochinos con angulas. Mire usted -cuenta Patro-, yo le he cogido asco a las angulas. Las he probado aliñadas, en tortilla, al ajillo... No las quiero ni ver".
EL REY DEL SÁBALO.- Cuando Narciso Casas Rodríguez, otro hombre con una vida atada al río, aparecía en el mercado de abastos de Jerez cargado de pescado, aparecía el 'rey de los sábalos' por el tamaño de sus capturas. El último sábalo que pescó fue hace treinta años. Con 74, sólo un accidente -tuvo que hacer el servicio militar en Tenerife- le separó de La Corta y su gente. En invierno, como muchos, Narciso se entregaba a la pesca. El resto del año, lo que salía en el campo. Ahora cuida de su mujer Carmen, una jerezana de Santiago, y atiende un modestísimo puesto de chucherías. 'El rey de los sábalos' también era un experto en el cedazo. "Vendía las angulas a Paquito, en la calle Arcos. Me pagaba por kilo dos pesetas. Imagínese. Un buen día, harto de regateos y discusiones, no lo dudé: Cogí el cubo y tiré las angulas por una pocetilla en sus propias narices. Me harté de aquello. Paquito se enteró y me esperó un día en la estación de tren. '¿Dónde vas, Narciso?', me preguntó. 'A vender las angulas en Cádiz'. Me ofreció de todo. En vano. Vendí entonces en Cádiz, o en Sevilla, donde me llegaron a pagar el kilo de angulas a 50 pesetas. Luego llegó la caída del río. La presa de El Portal tuvo mucha culpa. Las últimas que conseguí vender fueron en Sevilla. Esas fueron las últimas 35.000 pesetas que gané con las angulas."
EL SUEÑO CUMPLIDO.- A tiro de piedra está la afamada Venta de La Cartuja, una de las tres ventas más antiguas del país. La regenta con éxito un joven emprendedor, Rodrigo Valle González. Originariamente, la venta fue el molino del pueblo. Era 1592. El río daba vida al molino. En época reciente, allí trabajó duro durante largos años el padre de Rodrigo. Rodrigo como su hijo, casó con María González, una granadina hija del chófer de la acaudalada familia Palafox y que se instaló junto a sus cinco hijos en la cercana finca de La Gradera, próxima a La Ina. En La Ina quedan muchos granadinos que los Palafox trajeron para laborar sus tierras. Rodrigo padre murió en 1993. Se nos fue sin poder conseguir su sueño de hacerse con la propiedad del negocio y levantar un asador en la vieja panadería. Cuando la carretera se desvió, María veía la silueta de Rodrigo mirando por la ventana el paso de los coches por la moderna autovía. A su muerte, su hijo Rodrigo cogió el testigo. Se prometió conseguirlo pese a los prudentes consejos de su madre María: compró el establecimiento a Juan Vázquez Recio y lo sometió a una profunda reforma. Hoy día, la antigua Venta de La Cartuja es un próspero negocio. Diez años después de su muerte, Rodrigo logró hacer realidad el deseo de su padre. Un sueño felizmente cumplido en medio de tanto lamento por el 'río del olvido'.
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