La crudeza de lo real

Diario de las artes

JORGE GALLEGO - Galería Ansorena - MADRID

Pintura de Jorge Gallego.
Pintura de Jorge Gallego.
Bernardo Palomo

18 de diciembre 2022 - 05:00

Que la pintura figurativa de esta zona está alcanzando cotas más que sobresalientes, lo demuestra la cantidad de artistas que copan, sobradamente, el escalafón más significativo del arte que tiene como concepto y expresión el realismo veraz que ilustra, sin concesiones ni efectismos epatantes, la expresión de lo que la mirada capta. Ya hemos escrito en muchas ocasiones el gran número de pintores que, ahora y sin solución de continuidad permanecen activos y manifestando su espectacular credo. Nombrarlos sería largo y, quizás, también aburrido. Reconozcamos algunos de los que, en Jerez, son auténticas referencias, Eduardo Millán, Antonio Lara, Nacho Estudillo, Javier Palacios, por citar sólo cuatro; hay muchísimos más; artistas que están produciendo un afortunadísimo planteamiento de lo mejor que uno puede imaginar. Entre ellos, se encuentra Jorge Gallego, un pintor de Montellano que está en posesión de un credo figurativo entusiasta que deja, bien a las claras, que la pintura está más viva que nunca y que sus desarrollos y desenlaces abarcan los más amplios esquemas de la gran pintura.

Jorge Gallego es un pintor bueno, muy bueno. Pertenece a esa generación de artistas que, desde la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, eclosionaron en grandes hacedores de lo mejor que, en pintura, existía; esa que está concebida con los criterios rigurosos que deben existir para formular, sin tonterías embaucadoras, una pintura de mucha conciencia creativa y absoluta verdad; mucho de lo que, desgraciadamente, le falta a ese arte que hoy es santo y seña de una contemporaneidad a la que le sobra mucha soberbia y necesita algo más de autenticidad. Ha sido, por tanto, compañero de esos grandes pintores figurativos que, ahora, en esa joven madurez, están dando tanta trascendencia a la pintura española. Además, Jorge Gallego es un pintor de lo más reconocido y respetado a juzgar por la inmensa cantidad de Certámenes en los que ha estado en lo más alto del palmarés de los mismos – varios premios en el Certamen Virgen de las Viñas de Tomelloso, Premio del Ateneo de Sevilla, de la Fundación Cruzcampo, el de la Fundación Ynglada- Guillot, el de la Real Maestranza de Sevilla, el Concurso de Pintura Figurativa de la Fundación de las Artes y los Artistas de Barcelona y muchísimos otros-. Y como no podía ser menos, a causa de tales altas consideraciones, su obra se encuentra en muy importantes colecciones –Ayuntamientos de Sevilla, Málaga y Badajoz, Sala Parés de Barcelona, Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, Fundación Endesa, Fundación Cruzcampo, Museo de Alcalá de Guadaira, MEAM ( Museo Europeo de Arte Moderno) de Barcelona, entre otras-.

En estos días su obra se presenta en la galería Ansorena de Madrid, uno de los templos de la pintura figurativa de España, hasta donde llegan los artistas realistas de mayor prestigio. Jorge Gallego lo hace, de nuevo, en la capital de España – antes ya había expuesto en Ansorena en el 2019– con una magnífica colección de obras que dejan bien a las claras cuáles son las dimensiones artísticas de su pintura. Todo parte de ese conocimiento profundísimo del lenguaje veraz que subyace en un pintor importante con el oficio no sólo aprendido sino perfectísimamente bien asimilado. Desde esa esclarecedora posición técnica –abrumadora, contundente, definitiva– el artista de Montellano estructura una obra en la que destaca -y casi se siente– ese espíritu de lo silente, de lo que está muy al margen de lo que encierra esa sociedad exuberante, de ruidos extravagantes y, además, que deja arruinarse un patrimonio que estuvo vivo y que, ahora, se va destruyendo para desencajar esa línea de paisaje que lo tuvo como elemento vivificador.

En la obra de Jorge Gallego reina una aplastante sensación de paz, de silenciosa manifestación de lo que el tiempo, con su discurrir inexorable, ha abandonado para dejarlo al amparo de una nueva y diferente existencia; incluso, de deterioro físico. Un proceso destructivo que el artista pinta sin piedad pero sin juzgarlo. Un deterioro que forma parte de un paisaje; un paisaje excelso y determinante que contrasta con las formas abandonadas, con los míseros argumentos de la existencia real.

La pintura de Jorge Gallego es un canto silente a la degradación, a la decadencia, a lo que fue y se va acabando dejando un imperecedero reguero de nostalgia. En sus obras, lo humano está ausente, no aparece físicamente pero existe un hálito de su impenitente huella destructiva. Es una pintura de contenido denso, inquietante, desapasionado; incluso hiriente. Y, entre tanto esplendor decaído, la realidad es pintada de forma sobria, con pasión artística desenfrenada. La pintura de Jorge Gallego es, en definitiva, la muestra real de una decadencia que no puede dejarse a un lado. Está y el artista la pinta con su más absoluta crudeza.

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