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Diario de las artes
Hacía tiempo que el nombre de Juan Carlos Busutil no se hacía presente, de manera individual, en la dinámica expositiva de la zona. Él siempre había sido pintor de contundencia formal y claridades artísticas contrastadas; pintor de conocimiento, de solvencia, criterio y buen oficio. Autor de los que desprenden conciencia creativa y de los que te hacen ver que detrás de cada obra hay un artista y no un advenedizo de primaveras efímeras. Así siempre se le tuvo porque, además, era artista de lenguaje propio, personal e intransferible. Siempre la pintura de Busutil tuvo un sello propio que no ofrecía duda y eso, en paisajes de descorazonadora linealidad y de parquedad de ideas era -y es- siempre positivo y muy a tener en cuenta. Porque el arte actual, si bien lleno de secuencias y amplias perspectivas expresivas, es de desenlaces muy parecidos y habitualmente llenos de registros igualatorios.
Quiero recordar que de las últimas veces que pudimos contemplar una exposición importante de la obra de este pintor portuense fue en aquella Sala La Inmaculada, en el Plaza Isaac Peral de El Puerto, tristemente desaparecida y que, aparte de poseer una gran belleza, presentaba infinitas posibilidades museológicas; una sala que lo tuvo todo para ser muy importante y que, como ha ocurrido -y ocurre- se perdió para siempre. Una pena en este universo artístico actual de tantas carencias y con tantas necesidades. En aquel espacio, Busutil presentaba un amplio trabajo. De él pudimos observar cómo en sus últimas obras la realidad de lo concreto iba perdiendo muchas de sus posiciones para adentrarse por un universo más íntimo y casi espiritual. Y en estos planteamientos, donde la figuración se ha ido desprendiendo de muchos de sus argumentos visuales, se centra la pintura que se expone en la galería de Fali Benot. Lo real, aquellos postulados representativos que son elementos fáciles y directos para ser captados por la mirada, ha perdido todas sus fórmulas ilustrativas. Lo más inmediato ha desaparecido, diluyendo sus fronteras visuales; no existe nada tangible; todo se ha desvanecido en una nebulosa de poderosa fuerza plástica que ha anulado la visión del entorno para posicionarse en un segmento más íntimo, totalmente mediato; sin valor ilustrativo; marcado sólo por una intuitiva sensación. Son los territorios insondables de la emoción, del sentimiento; una zona especial, de naturaleza casi espiritual que distorsiona la forma de lo concreto y acentúa los caracteres de lo abstracto.
En la exposición de la galería gaditana, Busutil nos adentra por una pintura eminentemente sensorial. Lo inmediato ha perdido todo su sentido. El artista abre espacios para que en ellos sólo anide la más absoluta emoción. En sus obras, el ritmo creciente que impone la traslación de la realidad a la forma plástica ha perdido totalmente su entidad. Lo físico queda en suspenso; un ficticio paisaje de gamas apasteladas en ocres, como si una nebulosa envolvente desvirtuara el sentido de la imagen sirve de especialísimo escenario para que en él aparezca una especie de sublime sinfonía silente. Todo queda regido por un silencio imperante; un silencio que es vibrante; que atrapa el sentido último y que transporta a los estadios imposibles donde perdura lo eterno.
La obra de Juan Carlos Busutil, incluso, más que una oferta plástica donde lo concreto ha perdido sus formas y ha asumido la realidad mediata de lo infinito, es la esencia última de lo abstracto. Porque en la pintura de este artista lo sensorial marca un tiempo que se hace imperecedero; abre las exclusas íntimas de un ritmo callado, marca las distancias de lo que no tiene sentido, de lo que no existe, de lo que no dura, de lo que no pesa, de lo que no vibra. Es el paisaje imposible donde el silencio impone su posición más espiritual. La obra de Busutil dialoga calladamente con la mirada. Sus espacios expresivos son de una densidad aplastante al tiempo que de una sutil espiritualidad. Cada obra es un grito insonoro, una callada argumentación, un oasis que se divisa; es una mínima sensación que duele, que pellizca el alma, que abre perspectivas; es el grito desesperado de lo que no se siente porque no suena; en, definitiva, la voz silente del silencio.
La muestra de Juan Carlos Busutil nos sirve para un feliz reencuentro con un artista que es necesario; con un pintor de raza, con oficio; un autor que ha ido quemando etapas pictóricas y evolucionando serenamente hacia estas posiciones en las que la pintura adopta sus formas más espirituales. En su pintura lo sensorial adopta su máxima dimensión. Lo íntimo de la emoción plástica se hace patente. Por su obra transita un paisaje sin horizontes; una realidad sin contornos; una imagen sin forma. Son las marcas del silencio; los sonidos huecos de un abismo sin fondo. Todo lo que habita en una realidad presentida que sólo marca el ritmo cadencioso de lo eterno.
Buena exposición la que Fali Benot lleva a su galería gaditana. Es la pintura serena, medida y sensata de un artista convencido y convincente.
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