La diversidad cultural
Educación | Cerebros en Toneles
La realidad es múltiple y cambiante, caleidoscópica, porque la materia es dinámica, con distintos niveles de organización. La diversidad humana y cultural es una de las dimensiones de esa complejidad. Transitamos un espacio indefinido entre la unidad y la multiplicidad. Somos parte de un universo material, pero cada ser es único, una configuración peculiar. Somos todos humanos, y todos distintos. Iguales ante la ley, con los mismos derechos, pero arraigados en diversas formas vitales y culturales.
Hay muchas maneras de acabar con la diversidad. Para empezar, uno puede ser un reduccionista. Son los que piensan que todos los niveles de la realidad se pueden reducir a uno esencial. Conociendo las leyes de ese nivel, obtenemos la explicación de todos los fenómenos. Para comprender el funcionamiento del universo, los demás niveles sobran. Con las leyes de la física, por ejemplo, se podrá explicar todo lo que ocurre, desde una reacción química hasta una obra literaria.
Frente a este monismo reduccionista tenemos a los pluralistas ontológicos. Hay multiplicidad de niveles, cada uno con sus tipos de hechos y sus leyes. De ahí que hablemos también de diversidad biológica y cultural. Y la realidad está constituida de seres individuales. Siempre ocupamos ese espacio difuso que se sitúa entre lo universal y lo particular, la sociedad y el ciudadano, lo común y lo individual. Hay muchas culturas. Y dentro de ellas, subculturas. Hablar de los rasgos de una cultura es una abstracción, una simplificación. Existen tantas formas de vida, tantos estilos, como personas.
El etnocentrismo, el imperialismo, el dogmatismo y la intolerancia son los mayores enemigos de la diversidad cultural. La cerrazón cognitiva y el ansia de poder suelen ser las amenazas primordiales. Creer que solo hay una perspectiva correcta conduce a las fobias y la exclusión. Hay mucho miedo a ver el mundo desde otra perspectiva. Abandonar nuestras creencias, salirse de ellas, parece que nos asusta. Lo que debería ser enriquecimiento se presenta como caída en un abismo. Los fanáticos e intolerantes no soportan la idea de tener que soltarse unas décimas de segundo de sus amarras culturales. Ese salto a otra perspectiva conlleva un riesgo existencial, apasionante.
Pero ese brinco se puede dar con naturalidad, como lo hacen los niños. Porque no se trata de valorar la perspectiva del otro, sino de situarse en ella, para ver y pensar desde otro ángulo vital. Al girar la cabeza y ver lo que hemos dejado atrás todo adquiere otro aspecto, otro valor. La realidad no posee un centro, ni perspectivas privilegiadas. Todo es periferia.
El capitalismo está acabando con la diversidad biológica y cultural. Todo espacio se ha vuelto un recurso. Por eso hay espacios naturales y espacios culturales. La maquinaria vive de la novedad, no de la diversidad. Necesita lo nuevo para atrapar la atención de consumidor, siempre en la cuerda floja y a punto de aburrirse. Toda novedad ocurre dentro de la maquinaria. Lo diverso, lo que no encaja en los rodamientos de la repetición disfrazada, es ignorado o transformado mediante el engaño.
No todas las posibilidades culturales son deseables. Entramos en el terreno resbaladizo de la convivencia. El relativismo cultural, tan atractivo en la teoría, desemboca en dilemas prácticos de difícil solución. Cada cultura es una unidad de significado completa, independiente. Es una forma de ver el mundo. No tiene sentido criticar una costumbre de una forma de vida desde otra distinta. Ni siquiera se puede comprender. En esa crítica utilizamos categorías de una cosmovisión para valorar costumbres construidas con otras ideas, imágenes y valores.
Pero hay costumbres que nos parecen irracionales, intolerables para sociedades que se basan en los derechos humanos. También hay modos de actuar en nombre de esos derechos que únicamente han servido para esquilmar el planeta y terminar con formas de vida ancestrales mucho más sostenibles. El silencio es inadmisible cuando se atenta contra la dignidad de las personas. La imposición, sin embargo, suena a imperialismo cultural y etnocentrismo. Solo el diálogo permanente entre culturas puede dar lugar a un aprendizaje mutuo y a un desarrollo en armonía de los pueblos.
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