La lectura y sus misterios
Educación | cerebros en toneles
La lectura de un libro siempre oculta un secreto que no podemos revelar. No importa de qué género se trate, desde la poesía hasta el ensayo académico. Detrás de toda lectura hay un misterio, “algo arcano, recóndito, que no se puede comprender o explicar”. Aunque queramos contarlo nos resulta imposible. Hay algo a lo que no podemos acceder, parece estar cerrado para la completa explicación. Desde una actitud escéptica, es muy sano reconocer los límites de nuestro conocimiento.
Todos sabemos lo difícil que es explicar a alguien por qué te apasiona un libro. Después de acudir a adjetivos elogiosos de todo tipo, a comparaciones con otras obras, a conceptos y clasificaciones literarias, terminamos diciendo “léelo y verás”. Decir que nos gusta el estilo no aclara mucho. Sabemos que tiene que ver más con la forma que con el contenido, pero no logramos concretar nada. El estilo es una especie de aroma. Recomendar libros es una de las tareas más arriesgadas que existen.
Los que nos dedicamos a la educación no dejamos de dar vueltas siempre al mismo asunto, cómo enseñar a leer y cómo fomentar el hábito de la lectura. Hay polémica sobre si hay que leer primero a los clásicos o no, sobre si hay que obligar a leer o no, sobre si hay que hacer exámenes sobre lecturas o no… No hay acuerdo porque ninguna de las opciones ha demostrado ser mejor que la contraria. Se ha intentado una vía intermedia, que asuma lo mejor de todos los argumentos, pero no es nada fácil. Que se lean algunos autores clásicos y algunos actuales, que se evalúe de forma creativa, que sea posible la elección de lecturas atendiendo a los intereses de cada persona…
Al intentar convencer a los demás de la utilidad de la lectura, vuelve a asomar el misterio. La lectura está más allá de lo útil. No puede ser atrapada con esa categoría. Si por lectura entendemos descifrar un prospecto, entender una escritura de compra-venta o seguir las instrucciones para montar un mueble… Si nos preguntan qué estás leyendo, no decimos “ahora mismo, las cláusulas de mi hipoteca”. Cuando hablamos de libros, el concepto de lectura es mucho más amplio. La lectura tiene algo que se nos escapa y a la vez nos atrapa. Ese algo es un misterio. Y debe serlo.
Como dice el filósofo Hartmut Rosa, en las sociedades modernas industriales queremos que todo esté disponible, que todo esté a nuestro alcance con la técnica. Este afán de control absoluto, de manipulación para obtener rendimientos, nos conduce al aburrimiento, la ansiedad o la depresión. La lectura de un libro no es un fenómeno que podamos controlar técnicamente. Solo la mecánica de leer es codificable: letras, sílabas, palabras, frases. Pero la comprensión placentera es un fenómeno indisponible. Según Hartmut Rosa, es un ejemplo de resonancia.
La lectura requiere el momento oportuno, nunca predecible. Algunos de los mejores libros que he leído tuve que abandonarlos al principio. No me enganchaban. Pero retomé su lectura más adelante, sin saber por qué, de casualidad. Y lo que descubrí fue increíble. Ese momento, el kairós de los griegos, hace posible la resonancia, un diálogo con el mundo, abierto, de escucha, un tiempo de mutuo reconocimiento. Nunca sabremos por qué retomamos aquella lectura. Quizás había algo que se nos quedó clavado, una espina o simiente, quién sabe…
Si pudiésemos comunicar todo esto y elaborar una receta o un algoritmo, nos aburriría, nos cansaría, dice Hartmut. A los lectores de verdad les encanta descubrir por sí mismos estas cosas. No hay nada más íntimo que la lectura. Pero las aguas de la felicidad rebosan cualquier recipiente. Y queremos contarlo, para que otros conozcan ese placer estético. Entonces descubrimos que no hay método y que los educadores siempre caminamos por senderos borrosos.
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