La educación infantil: una vacuna de atención temprana

Centro del profesorado

La educación infantil: una vacuna de atención temprana
La educación infantil: una vacuna de atención temprana
Rafael Del Río Grimaldo

19 de mayo 2015 - 01:00

LA Educación Infantil, que es la que los niños y niñas reciben desde que nacen hasta que comienza la Primaria con 5 o 6 años, es de una importancia tan vital como la salida del sol cada mañana.

La Educación Infantil no debe focalizarse solo en las escuelas, sino en cualquier contexto. No debe ser exclusiva de maestros y maestras, sino de cualquier persona que tenga algo que ofrecer, algo que enseñar, algo que aprender. Uno de los lemas de los centros que trabajan como Comunidad de Aprendizaje es que se necesita a todo un pueblo para educar a un niño. Es por eso que no dirijo este artículo a los profesionales de la enseñanza, sino a cualquier persona que pueda emocionarse con nuestros pequeños y con ello contribuir a que se sienta feliz.

Y es que, en esos primeros años, esta etapa educativa es tan necesaria como la más imprescindible de las vacunas. Y vacunarse supone una elevada eficacia y efectividad contra enfermedades venideras como la ignorancia, la violencia y la intolerancia; favoreciendo además el que la persona pueda serlo en el sentido más amplio de la palabra. Una vacuna de atención temprana que ofrece una protección a largo plazo y que seguramente no tiene fecha de caducidad.

La vacuna de la educación infantil se puede administrar desde el nacimiento y no tiene contraindicaciones ni efectos secundarios nocivos, más bien al contrario, todos los efectos secundarios son beneficiosos. Es además compatible con otras vacunas y no importa el sexo, cultura, religión ni condición social que se tenga. Es más: tal diversidad enriquece y da sentido a la educación que se pretende.

Recurramos por un momento a la antropología y a la psicología evolutiva. El cerebro de un niño o de una niña no tarda nueve meses en crearse sino siete millones de años y unas trescientas cincuenta mil generaciones. Somos producto de una larga evolución. Todos los conocimientos y habilidades de nuestros ancestros están acumulados en nuestro cerebro cuando nacemos. Son como muchos programas de software que solo se activan cuando el bebé se relaciona con su entorno. Si no se activan en el momento apropiado, simplemente, desaparecen.

Pensemos en el lenguaje por ejemplo: Si un niño no está expuesto al lenguaje antes de los 8 años es prácticamente imposible que después sea capaz de hablar. E igualmente resulta prácticamente imposible que si un bebé ha estado rodeado de canciones y música desde su nacimiento tenga mal oído cuando sea joven.

Por eso es tan importante que en esta etapa de desarrollo, se estimulen y propicien estos procesos cognitivos y todo lo que tiene que ver con el mundo de los sentimientos y las emociones.

La interacción y el contacto con los demás es básico para despertar y reforzar esa inteligencia latente.

El juego es un excelente medio para relacionarse con el entorno, con los demás y muchas veces, para verificar lo que se sabe. Los bebés y los niños y niñas en sus primeros años aprenden casi exclusivamente manipulando, tocando, experimentando, observando y haciendo.

Ofrecer situaciones de aprendizaje es fundamental para su desarrollo, pero no sólo en el ámbito escolar, sino en cualquiera de las situaciones en las que pudiera encontrarse.

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