Una iconografía oculta
El Rebusco
Nuestros vinos en la pintura costumbrista
El jerez y la manzanilla son los más retratados
Durante el Congreso Internacional celebrado en Jerez en octubre del 2019, bajo el epígrafe 'De las cepas a las copas', la experta en arte, Yolanda Cardito Rollán, leyó su exposición 'La obra de arte como documento: el vino en el Museo Nacional del Prado'.
En la misma expresó una serie de puntos que nos viene muy bien a la hora de plantear el contenido del Rebusco de hoy, donde haremos una amplia relación de la presencia de los vinos del Marco del jerez en la pintura costumbrista española.
Cardito afirmaba que: "En muchos casos, la obra de arte va más allá de la mera contemplación de una escena que ha sido ideada para deleitar los sentidos y se convierte en un documento visual de primer orden que ilustra sobre elementos que pueden pasar desapercibidos a primera vista".
Y continuaba diciendo: "El estudio de los objetos que se representan en las manifestaciones artísticas proporciona una enorme cantidad de información gráfica que puede contribuir a su estudio y el del contexto en que se desarrollan".
Compartimos con ella la idea de que hasta ahora se ha venido prestando poca atención al valor documental de los objetos como elementos de análisis individual en sí mismo.
El pequeño catálogo que el experto en arte, Juan M. Rodríguez Pardo, realizó para la exposición 'El vino en la pintura' (2001), ya nos proporcionó las primeras pistas, y nos animó a continuar en la búsqueda de más casos.
En cambio, nos sentimos contrariados en nuestras expectativas cuando leímos el magnífico artículo del doctor en arte y académico Bernardo Palomo, 'Las Artes y el Vino. Un viejo maridaje'.
Este trabajo, expuesto con su habitual lucidez, se incluyó en el libro colectivo 'Jerez, cultura y vino', obra publicada en el 2015, que recogía las conferencias organizadas por el Consejo Regulador con motivo de la elección de Jerez como Ciudad europea del vino en el 2014.
Por cierto, el cine no fue incluido.
Costumbrismo jerezano
La pintura de género o costumbrista, según indica Luis Quesada en el catálogo de la exposición 'La vida cotidiana en la pintura andaluza del XIX', publicado en 1987 por el Banco de Bilbao, "surge en Andalucía al final del primer tercio del siglo XIX, coincidiendo con la llegada masiva de viajeros procedentes de Europa, atraídos a las tierras del sur español por el ansia de conocer un país cuya historia y costumbres tienen un singular atractivo a la luz de los ideales del Romanticismo".
Este nacimiento, según Quesada, obedece no solo a motivos semejantes a los del resto de la pintura romántica europea sino a otros que van a conferirle una propia y curiosa originalidad, creando una auténtica escuela costumbrista sevillana, primer foco junto con Jerez de la Frontera de este género.
Por otra parte, recurriremos a las doctas palabras del profesor sevillano, Antonio Reina Palazón, cuando define este género artístico en su libro 'La pintura de costumbrista en Sevilla, 1830.1870' (1979): "El costumbrismo exalta, por una parte, al pueblo frente a las clases altas, convirtiéndole en depositario y perpetuador de unas tradiciones y de un modo de ser secular. Existe una exaltación de lo nacional, de lo castizo del pueblo que es definido por un lado frente a la burguesía (...). Si algo se admira en los tipos de los costumbristas, a través de sus trajes, fiestas o costumbres, es que éstos no hayan sido invadidos por las modas extranjeras caso que ocurre con las clases superiores".
Pintores y obras
Esta ha sido una búsqueda difícil, complicada a la hora de localizar imágenes de las obras que tuvieran nitidez y buena resolución. A pesar de ello, hemos tenido agradables sorpresas.
Es el caso de la obra de Ángel Lizcano, con mucha semejanza a la del pintor José María Chavez Ortiz, 'Comentando la corrida'.
Si observamos la escena, un torero y un picador están en animada charla junto al mostrador de una taberna, el tabernero, de espalda, saca el vino de una bota para rellenar unas cañas de manzanilla que están bebiendo los dos parroquianos,
Sin embargo, podemos ver un pequeño mueble colgado de la pared, a la espalda de torero, con tres botellas, dos de ellas con etiquetas algo estropeadas por el paso del tiempo. Al aumentar y ver el detalle, en una de ellas se puede leer JEREZ, y abajo 1869.
Algo parecido ocurre en la pintura del pintor gaditano Salvador Viniegra, 'Buñolera del Rocío' (de la colección Bellver), como en la del jerezano Germán Álvarez de Algeciras (1848 -1912), en la que un picador se prepara algo de comer en una mesa, junto a la puerta del tabanco. En el interior hay varias botas con los nombres grabados de Xerez y manzanilla.
Detalle en el que hay que fijarse, el de las botellas en el suelo, en el cuadro de Gabriel Puig Roda conocido como 'La fiesta', fechado en 1894.
Entre las obras que aún posee el palacio Domecq, de Jerez, hay una que puede pasar desapercibida en el laberinto de pasillos y habitaciones. Allí hay un cuadro de medianas dimensiones firmado por León Astruc, que ya diseñara alguna que otra etiqueta para una bodega jerezana.
De nuevo un picador, junto a él a una bella gitana que mira misteriosa al espectador en el momento de verter jerez en copa elegante copa.
En el caso del palentino José Oliva Rodrigo, del que tan solo hemos visto reproducida su obra en cuestión en un grabado en blanco y negro, su pintura representa a un grupo de hombres y mujeres que se divierten bailando al compás de la guitarra y las palmas en los bajos de una posada, uno de ellos está junto a una gran bota donde hay impresas las letras 'JEREZ'.
En las revistas ilustradas de la época, como La Ilustración Española y Americana, La Ilustración Artística o en el Blanco y Negro podemos encontrarnos muchos otros casos.
En las dependencias de la sede del mismo Consejo Regulador se conserva algunos cuadros que nos llaman la atención, como el de José Cruz Herrera, donde unas jóvenes de rasgos agitanados rodean una mesa con viandas de la tierra y una botella con la etiqueta oficial de la institución.
El Grupo Estévez decora los salones de la bodega, para atender a sus visitantes, con varios cuadros con retratos de bellas mujeres, de cuerpo entero, portando llamativos mantones de Manila.
Uno es obra de José García Ramos, cuyo rostro ha servido para ilustrar la etiqueta de 'La bailaora'; el otro, de autor desconocido, es una mujer que mira al espectador a la vez que sostiene entre sus manos una botella y una caña de manzanilla en la otra.
Gracias a Rafael Montaño hemos averiguado que el vino era de las bodegas jerezanas de E. Alvarez, un jerez seco de pasto.
La manzanilla y la mujer
Por otra parte, los retratos de personajes femeninos, donde normalmente aparece una botella de vino con sus cañas, o los recipientes para contenerlas, los cañeros, son siempre de mujeres en poses de baile, o con la guitarra en la mano, de rasgos agitanados y mirada sensual y provocativa. Sobre sus hombros suelen colgar bellos y llamativos mantones de Manila.
Un asunto, el de la manzanilla en las artes, que ha tratado el investigador sanluqueño Rafael Montaño en uno de sus artículos, pero al que trataremos de incorporar algún que otro título nuevo.
El pintor Puebla Tolín, en su cuadro 'La guitarrista', de 1884, tomaría como modelo a alguna de tantas profesionales de los café-teatro o tablaos flamencos del Madrid de finales del XIX.
El de Manuel Arroyo, titulado '¡A los toros!', plantea el arquetipo recurrente ya mencionado, obra que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Murcia.
Cerramos este apartado con el cuadro del sevillano Gonzalo Bilbao Martínez, 'Gitana y torero con el Guadalquivir al fondo / A orillas del Guadalquivir', del año 1924, y perteneciente a la colección Bellver.
Desde una terraza, con el río y Sevilla de fondo, un torero disfruta de la música de guitarra que interpreta una gitana vestida de faralae y un mantoncillo rojo. Junto a ellos un cañero y una botella de vino.
Como las manifestaciones artísticas confluyen, no está de más ver que en el plano literario el sobrino del pintor Joaquín Domínguez Bécquer, Gustavo Adolfo Bécquer, plasmaba en el papel esta escena en su cuento 'La venta de los gatos', escrito en 1862: "…y los mozos del ventorrillo que van y vienen con bateas de manzanilla y platos de aceitunas".
La vendimia y la bodega
La pintura de paisajes carecía en España de tradición, por lo que los modelos que la inspiraron hubieron de buscarse fuera. A esa tradición foránea, los paisajistas románticos españoles añadieron un nuevo ingrediente, lo pintoresco. Eso se traduce en la introducción del elemento humano, de índole popular y costumbrista, pero también la arquitectura y la vista de los interiores, considerados casi como paisajes por sus perspectivas amplias.
Los viñedos de esta parte de Andalucía serian objeto de atención por parte de los pintores, y de ellos tenemos algunos ejemplos como las vendimias recreadas por el sevillano Joaquín Domínguez Bécquer, las de los jerezanos Álvarez Algeciras, 1880, José Montenegro, 1893, Juan Padilla Lara, Paco Toro y José Basto, o las de otros artistas, como Salvador Viniegra, 1897, Joaquín Sorolla, 1914, Francisco Hohenleiter, 1961.
Del paisaje urbano destaca la arquitectura bodeguera en las escenas pintadas por Domingo García Díaz que se pueden contemplar en las galerías de las bodegas González Byass, Rafael del Villar, 'La tonelería', y 'Faenas de bodega', de Carlos Ayala.
Para los más interesados en este asunto recomiendo la consulta de los catálogos: 'García Ramos, un ilustrador' (Fundación El Monte, 1997), 'Pintura andaluza' en la colección Carmen Thyssen-Bornemisza (2004), e 'Imágenes y mitos en la pintura andaluza', correspondiente a la colección Bellver (2011).
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