"El secreto de La Moderna es que tiene alma"
Entrevista | Atilano Pacheco Reguera. Hostelero.
Jerez/–Mucha gente se pregunta qué hace usted cuando no está en La Moderna.
–Soy muy hogareño, salgo menos que la mujer de Colombo. Estoy en mi casa, escucho música, leo cositas...
–¿Qué está leyendo ahora?
–Leo un libro que salió hace tiempo de José María Castaño sobre la Cartuja. Me lo regaló mi mujer. Ella colabora en una oenegé que vende libros usados y sabe que me gustan las cosas de Jerez, que me encanta Jerez, soy un torta de mi ciudad.
–¿Cómo ve la ciudad en estos momentos?
–Veo que hace falta trabajo digno para las personas. Y cuando haya trabajo y dinerito, ya vendrán por añadidura otras cosas y nos enteraremos de quiénes fueron Sófocles, Newton o Giacometti. También veo que Jerez es un poco indolente. Perdió su Pendón, que se ganó hace 600 años, y se quedó todo el mundo tan tranquilo, como si se hubiera perdido una pieza de un Exin Castillos. Eso es digno de un estudio psicológico porque en otros lugares no pasa.
–Usted es capaz de hablar de cualquier tema con un cliente. ¿Se considera una persona culta?
–En mi trabajo hay que amoldarse. De economía no hablo porque no entiendo mucho. Pero de fútbol, de baloncesto...
–El baloncesto ha sido siempre su deporte favorito.
–Sí, siempre ha sido mi deporte, lo descubrí en los Salesianos y me apasionó. Ya no lo practico, claro, con 61 años... sólo lo veo por la tele. He tenido muy buenos amigos jugadores de baloncesto.
–Pero con usted no sólo se puede hablar de deportes. También de otros asuntos, como la lírica.
–La afición y el amor a la música la heredé de mi padre, como La Moderna. Cada vez que hay ópera en el Villamarta intento ir. Y le he metido a mi Celia el veneno en el cuerpo, la ópera le gusta también.
–Por cierto, ¿cuál es su título favorito?
–‘Tosca’, claro está. Y ‘Rigoletto’. Para que estén Verdi y Puccini y no haya mosqueo. Y muchas más, por supuesto.
–También se puede hablar con usted de literatura.
–Soy un torta de Shakespeare, es actualísimo, contemporáneo total, lo lees y dices “pero si esto está pasando ahora”. No ha cambiado nada desde el siglo XVII a aquí: los mismos problemas, los mismos desamores, las mismas meteduras de pata.
–¿Cómo pasó el confinamiento?
–Al principio, tranquilo. Las dos primeras semanas, con mis miniaturas, libros, músicas... pero después se me caía el techo encima, no dormía ni cuatro horas pensando en el bar cerrado y los empleados en un ERTE. Ahora estoy bien, me harto de dormir, no como tantas chucherías y estoy más tranquilo. Y feliz porque estoy trabajando y eso es salud mental.
–¿Qué cree que va a pasar?
–Confío en el sentido común de la gente y si los jerezanos, los ciudadanos de la provincia, seguimos así, no vamos a sufrir tanto. Espero que todo siga así. Quién sabe el futuro. ¿Llevar mascarillas por la calle? No hay más remedio. Trabajar con ella es un tostón. Yo me pongo dos. A las tres me pongo una y sobre las ocho me pongo otra.
–¿Qué habría sido de no trabajar en La Moderna?
–No sabría hacer otra cosa. Mi trabajo me gusta, estoy bien, es mi casa. Cuando voy a trabajar voy a mi casa y los clientes son amigos.
–Tiene clientes de todo tipo...
–Y de todos se aprende, desde los más poderosos hasta la gente más humilde.
–¿De todos?
–Bueno, bueno. Hay que separar las voces de los ecos, decía el poeta. De todo, no, también hay que saber qué se aprende.
–¿Destacaría a alguien en especial dentro del universo de La Moderna?
–Clientes especiales no hay, son todos importantes. En un negocio como este lo más importante es tener clientes fijos. ¿De qué sirve que venga Mick Jagger un día si no va a volver? El mejor tesoro que puede tener este tipo de negocios es tener clientes fieles, que vayan siempre. Cuando veo en otros negocios muchas fotos de gente conocida que solo han ido una vez, veo que les faltan clientes de diario, que es lo mejor.
–¿Cómo se fideliza un cliente?
–Pues sirviendo bien, con cariño, con simpatía, con unos precios justos... Sin pasarse de simpático tampoco, sin ser un payaso. Simpático en tu justa medida.
–¿Cuál es el secreto de La Moderna?
–El alma. La Moderna tiene alma. Se está bien, se está a gusto. Digo yo. Porque si se está tanto tiempo allí, será por algo.
–¿A pesar de las medidas de distanciamiento?
–En estos tiempos tan extraños, los clientes no pueden llegar e irse, mirando el reloj porque se les acaba el tiempo. Tienen que estar tranquilos. ¿Cómo le vas a decir a un cliente “alígerate que viene otro”?
–¿Sigue teniendo ilusión en ser Rey Mago en Jerez?
-Ya no. Me lo propusieron hace unos años pero tenía que operarme y no pudo ser. Ya nos dieron el premio Ciudad de Jerez a la Promoción en 2009 y eso estuvo muy bien.
–Usted también es una persona que vive las hermandades. ¿Cómo ve a las cofradías en Jerez?
–Soy hermano de la Coronación porque nací enfrente. Creo que el mundo cofrade está ahora un poco fuera de juego, pero los cofrades estamos donde tenemos que estar: en nuestras misas, en los templos. No todo es la calle, lo más importante para un cristiano es la eucaristía, lo demás es un acto público.
–¿Qué es lo más raro que le han pedido al otro lado de la barra de La Moderna?
–Una rebanada de pan seco sin tostar con nachos y un vaso de café solo americano largo. Eran tres niñas americanas. Pensé que estaban de broma.
–¿Se siente querido en su trabajo?
–Mucho. Los clientes no paran de darme besos y ahora me da una poquita de jindama que esté la gente tan efusiva. Sí, me siento muy querido.
–¿Qué planes hay para La Moderna?
–Ya tengo una edad, 61 años, y algún día habrá que jubilarse. Alfonso tiene 59, Fernandito 54 años... No sé quién será la nueva generación que llevará el bar, no sé si se alquilaría... No lo sé. No se puede hacer mucho, la estructura no se puede tocar, la muralla no se puede tocar, no se puede poner en ella ni un cable ni una puntilla. La gente entra a ver la muralla, le hacen fotos y pregunta cuánto mide, qué altura tiene, de qué siglo es.
–Siendo el mayor de los hermanos, ¿ha tenido que reñirles mucho? ¿Cómo se lleva con ellos?
–Qué va, el que riñe es mi hermano Alfonso, que es el que más controla, yo estoy muy calladito siempre. Fernando y yo delegamos mucho en él.
–¿Cree que en Jerez se apoya la cultura como se debería?
–Hay gente muy preparada, pero en general deberían hacerse más cosas. Por ejemplo, Asta Regia es un filón de oro que no aprovechamos. Eso sería para Jerez y para Trebujena un filón. Cuesta mucho dinero, claro, y no se va a hacer en dos días, pero si se hace por partes y la gente va a ver cosas, sería como un Pompeya jerezano. Con La Cartuja, también. Hay mucha gente que aún no la conoce.
–A veces se le escucha decir que tal o cual es “un Bernabé”. ¿Qué es un ‘Bernabé’?
–Jajajaja. Es una persona peculiar, pero sobre todo tiene que ser cliente del bar, una persona simpática y que no tenga ningún tipo de complejos. Una persona que se ríe hasta de su sombra. Eso es un ‘Bernabé’. Si no eres simpático, no puedes ser un ‘Bernabé’. Tiene que ser una persona que sepa la idiosincrasia de la Moderna.
-¿Sus directores de cine?
–Federico Fellini, Terry Gilliam, Sam Peckinpah, Kubrick... Vaya gazpacho fílmico tengo, jajaja.
–¿Va a los bares Atilano Pacheco en su día libre, que es el domingo?
–Sí. Suelo ir con mi mujer y mi hija, nos sentamos, comemos, saludo a medio bar... Pero no estoy más de una hora. Suelo ir por mi entorno, al Botavino, al Mesón del Asador...
–¿Cuál es su tapa o plato favorito?
–Ahora como cosas a la plancha porque estoy a régimen, pero me encantan el pescaíto frito y la cerveza.
–Antes hablábamos de fútbol. ¿Sigue siendo del Jerez Industrial?
–Sí pero más por simpatía, no porque sea futbolero. Y la gente se cree que soy motero por mi padre, cuando yo lo que he tenido ha sido una Derbi Variant. La gente cree que soy Agostini...
–También se le vincula a la música pop y rock, sobre todo de otros tiempos.
–Soy un torta de los Clash, de Pretenders, The Jam, The Smiths, Morrisey, Japan... Con veintitantos años se hacen tonterías e íbamos a conciertos. Radio Futura, Golpes Bajos, Loquillo, Gabinete Caligari. Tengo muchos vinilos.
–¿Y el flamenco?
–El puro y bueno, sí. El cortito. Tantas palmas no me gustan. Me gusta la sonanta, por derecho, el que sepa cantar por seguiriyas, martinetes...
El mecánico tornero que sabía que no iba a serlo
Atilano Pacheco Reguera nació en la calle Arcos un 17 de abril de 1959, cuando las mujeres daban a luz en sus casas. Hijo de Fernando Pacheco Toro, un hostelero que permanece muy presente en la memoria de Jerez veinte años después de su fallecimiento, y de María Reguera Orihuela.
Es el mayor de cuatro hermanos: Atilano, Ildefonso (Alfonso), Fernando y Nuria, que crecieron en un barrio en el que había tres familias Pacheco que no tenían nada que ver la una con la otra. La de los Pacheco del bar Pacheco, de su padre Fernando y familia; la de los Pacheco de Paco Pacheco, presidente del Motoclub de Jerez; y la de los Pacheco de quien llegaría a ser alcalde de Jerez en 1979.
También los Belmonte fueron sus primeros vecinos, según recuerda hoy Atilano, cuyo primer colegio fue El Buen Pastor, en la calle Valientes, antes de pertenecer a La Salle. De allí pasó al colegio San Fernando en la calle Justicia y, finalmente, a la Escuela de Maestría Industrial ‘Manuel Lora Tamayo’, de los salesianos, en Icovesa. “Para mí fue como entrar en Harvard, con unas pistas de deporte muy grandes, aulas grandes, y un profesorado estupendo”, comenta.
Atilano estudió hasta los 17 años allí para ser mecánico tornero, “pero yo sabía que nunca iba a serlo. Y los profesores, también”. De hecho, ya por entonces compaginaba las clases con el trabajo en ‘La Moderna’, bar de la calle Larga que correspondió a su padre en el reparto del negocio familiar. Y así, a un año de la mayoría de edad, se quedó ya hasta hoy en el que sin duda es uno de los bares emblemáticos de Jerez. Más que un bar, un punto de encuentro, una especie de universo en el que habitan toda clase de personas y personajes.
Atilano, persona de imponente planta, discreta y muy profesional con la que se puede hablar de todo, se casó con Mercedes, licenciada en Filología Hispánica a quien conoció un día en el bar y se enamoró de ella. Con ella tuvo a Celia, su única hija, de 23 años, que estudió diseño gráfico e industrial. Los tres residen en la avenida de la Cruz Roja.
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