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La extinción de la agresividad en las aulas

Juan Manuel Gutiérrez

21 de enero 2014 - 08:53

Jerez/Un gran equipo como puede ser el formado por los alumnos de una clase, trata de estimular la presencia de emociones positivas en cada uno de sus miembros. De forma tácita parece generarse esa regla que propone que si los demás se sienten bien, yo podré también sentirme bien. Sin embargo en muchos grupos, en demasiados, parece que algunos de sus miembros consiguen satisfacción perjudicando a los otros miembros y poco a poco empiezan a aparecer más conductas y emociones negativas, que impiden disfrutar de esa sensación de bienestar y la consecución de logros tanto académicos como personales.

Estudios como el de De Miguel en 2008 cifran en un 37,8 por ciento los alumnos que han sido víctimas en alguna ocasión de violencia en el colegio, ya sea física, verbal o psicológica. Clínicamente los diagnósticos que con mayor frecuencia dan lugar a conductas violentas en la infancia son el Trastorno Disocial y el Trastorno Negativista Desafiante. De hecho, ambos se consideran buenos predictores de la delincuencia en la vida adulta, si no son tratados adecuadamente.

La agresividad que se manifiesta en estas alteraciones puede ser de dos tipos, por un lado la impulsiva, provocada por una alta carga emocional y por la falta de estrategias para regular esta emotividad y por otro lado, la agresividad instrumental, es decir, aquella que tiene que ver con la obtención de beneficios o con determinados intereses.

No es sencillo, en algunos conflictos que se desencadenan dentro del grupo, establecer esta diferenciación. Por ello, los profesionales de la psicología cuentan con pruebas específicas que les permiten establecer con mucha precisión qué tipo de agresividad se pretende tratar, para así, luego aplicar las estrategias que cuenten con mayor evidencia científica en cuanto a efectividad y eficiencia. Desgraciadamente, se han puesto de moda ciertos programas televisivos que aparentan conseguir resultados espectaculares en la reducción de las conductas violentas de los jóvenes sin realizar evaluaciones serias y empleando estrategias absurdas y sin apoyo científico alguno. No se trata de si a alguien le ayuda ir al campo a cuidar un rebaño de ovejas para conseguir estar más tranquilo, sino de buscar las estrategias que con el menor coste posible ofrezcan los mejores resultados. Hoy en día existen programas de tratamiento muy serios y avalados por estudios de universidades de todo el mundo, para intervenir adecuadamente sobre la agresividad tanto en la infancia como en la vida adulta.

Sería estupendo poder tratar estas conductas agresivas desde la infancia, de forma que aunque a largo plazo, desde una perspectiva socio cultural, tal y como propone la teoría de la evolución, determinados comportamientos fueran extinguiéndose y consolidándose en su lugar otros más ventajosos. Se reducirían así, sin ninguna duda, la cantidad de tratamientos que han de recibir tantas y tantas víctimas como consecuencia de conductas agresivas o violentas.

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