El triunfo de Putin
La fiesta del galerismo
Diario de las artes
TRATADO GENERAL DEL MUNDO
Espacio Santa Clara
SEVILLA
ME gusta, siempre me ha gustado, el mundo complejo que encierra las galerías de arte. Será que uno llegó a aquel maravilloso universo de ellas cuando los años setenta de la anterior centuria buscaban los estamentos donde se dieran las conquistas que, definitivamente, acabaran con los aires viciados de un pasado que se quería lejano. Eran tiempos de ilusiones desmedidas y de otear horizontes de compromisos con una modernidad que se anhelaba con ansiedad. En aquella Sevilla, sólo La Pasarela se avenía a los esquemas de lo que se quería. Después llegaría Juana de Aizpuru con sus anhelos de horizontes henchidos de lo que se hacía en otros lugares. Ella, la gran Dama del Arte español tras la otra Juana, la Mordó, que, ya, había entregado el testigo, se rodeaba de los que, en Sevilla, de esto sabían. Eso hizo que su aprendizaje fuera corto para que su sabiduría hiciera lo que se debía para, a la postre, fuese quien protagonizara durante muchas décadas la escena artística de una España que sin ella, al menos en los primeros años, hubiera sido otra cosa. Con ella y tras años de búsqueda llegaron galerías que marcarían un tiempo – Haurie, Rafael Ortiz, La Máquina Española, Fausto Velázquez, Marta Moore, Isabel Ignacio, Cavecanem, Concha Pedrosa, Ventana Abierta, Niel.lo, Félix Gómez...- hasta llegar a lo que hay hoy; que no es mucho pero que, en la actualidad, luchan con entusiasmo y pasión para que esto no se quede en una simple referencia. Así, Alarcón Criado, Berlín, Delimbo, Di Gallery, Espacio Derivado, Zunino; junto con las veteranas Haurie y Rafael Ortiz, forman parte de un elenco -corto pero entusiasta- que actualmente conforman la AGAS -Asociación de Galerías de Arte de Sevilla- y que durante unos días ha sido artífice de CONTEMPORÁNEA WEEKEEMG; una oportunidad para dar a conocer la complejidad y el trabajo que acontece en las Galerías de Arte sevillanas.
Hace unas semanas comenzamos el recorrido por el paisaje artístico de una Sevilla que ha encarado la temporada con ilusión y con desarrollos y desenlaces que auguran tiempos mejores; sobre todo, porque, además de los buenos proyectos de las galerías se suma el compromiso -parece que para bien- de las instituciones; sobre todo, el del Ayuntamiento, antes muy parado, paradísimo y que, ahora, con la entrada en la planificación general de quienes de esto saben -Fernando Mañes y Federico Jaime-, pondrán las bases para que se hagan las cosas de manera sensata y rigurosa. Dentro de este inicio de temporada, con las galerías como verdaderas protagonistas del sistema expositivo sevillano se está celebrando en el Espacio Santa Clara una magnífica muestra que pone en evidencia que los asuntos de lo artístico tienen otro color y que, cuando se quiere, resplandece la solvencia y hasta la trascendencia. ‘Tratado General del mundo’ es algo más que una buena exposición. Comisariada por Joaquín Jesús Sánchez la base conceptual de la misma es la aportación de artistas y obras pertenecientes a las distintas galerías que constituyen AGAS. Sin embargo, es mucho más porque tales aportaciones se han visto representadas en un espacio escénico excelentemente configurado con obras salidas de muchos espacios museísticos de la ciudad o principales instituciones de la misma. Obras que van desde piezas antiguas, como una cabeza de ninfa dormida, del siglo II o un panel cerámico de Mensaque Rodríguez y Compañía sobre la seguridad en el trabajo, por poner sólo dos ejemplos. En ese marco museográfico espléndido se desarrolla un sistema expositivo compuesto por artistas de consolidada trayectoria o lúcida posición en este estamento donde lo emergente ya comienza a ser una realidad mayor.
Artistas de indudable categoría en el peso de las galerías tradicionales, Carmen Calvo, Juan Suárez, Guillermo Pérez Villalta o Curro González en Rafael Ortiz; Pedro G. Romero en Alarcón Criado; Gloria Martín en Birimbao; Cristina Lama en Delimbo; Pedro Escalona en Magda Haurie; por citar sólo algunos, que comparten un escenario bien compuesto y mejor distribuido con nuevos valores que extreman la realidad artística de una plástica joven con infinitos argumentos. Sofía González y Manuel Zapata (Berlín); Laura Vinós, Miguel Gómez Losada y Rosa Aguilar (Di Gallery), la soberbia potestad escultórica de Cristina Mejías (Alarcón Criado), pieza que magnifica el espacio del Refectorios como lo hacen dos piezas de especial calidad de Irene Molina (Di Gallery) que se pierden acertadísimamente tras la ventana que da a las cocinas del antiguo cenobio. Junto a ellos piezas de Armando Rabadán (Untagged Art), Belén Rodríguez (Alarcón Criado), Diego Cerero (Galería Zunino), Fernando Clemente (Rafael Ortiz), Matteo Pacella (Espacio Derivado), Nacho Eterno (Delimbo), Pablo Marchante (Di Gallery) y Paz Pérez Ramos (Birimbao).
Estamos ante una exposición que es infinitamente más que una muestra al uso. Se observa criterio en el comisariado, sapiencia museográfica en el montaje, lucidez en el concepto artístico y sobriedad y acierto en una selección que habla muy a las claras del momento dulce por el que pasa la creación artística ue se desarrolla en las galerías sevillanas. Se puede contemplar una joyita de Pérez Villalta que compendia todo el Pérez Villalta; un Curro González estricto y sobrio; un Pedro G. Romero en estado puro, sin los hálitos intelectualistas de otras piezas; un Gloria Martín que discurre en ese fluir poderoso de su espectacular trabajo; una pieza sobresaliente de Laura Vinós, en plena joven madurez; la pintura pintura de Pablo Marchante; la iconografía especial de Nacho Eterno; la feliz presencia que potencia la ausencia de Sofía González; la contundencia formal de Fernando Clemente; la clara estructura compositiva de Diego Cerero; el criterio de Juan Suárez; la magnificencia de la sencillez en Mateo Pacella; el poderío formal y estético de Carmen Calvo; el rigor conceptual de Cristina Lama; la magnificencia de una Cristina Mejías en un momento dulce de suma esplendidez; la inquietante línea artística de Miguel Gómez Losada; los bellos alcances de una velada figuración en Rosa Aguilar; la potencia plástica de Paz Pérez Ramos; la sutileza formal de la escultura de Irene Molina; la clara formalidad del concepto en la obra de Belén Rodríguez; el sabio discurso pictórico de Armando Rabadán; la eternidad pausada en la pintura de Pedro Escalona y la gigante pequeñez de Manuel Zapata. Toda una extensa manifestación del mejor arte contemporáneo.
Sin duda estamos ante una muestra que es un espejo donde mirar.
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