La gran riada en Jerez (III)
en torno a jerez
En el centenario de la riada del 7 de marzo de 1917
En estos días se cumplen cien años de la gran riada del 7 marzo de 1917 que tuvo graves consecuencias en toda la cuenca del Guadalete. Para recordar aquel suceso, hemos relatado en las anteriores entregas su incidencia en la Sierra de Cádiz, en Arcos y en la Junta de los Ríos. Hoy continuamos con los impactos de aquella excepcional avenida del Guadalete a su paso por el término municipal de Jerez.
Tras la destrucción de los puentes de Villamartín, San Miguel en Arcos, y el de la Junta de los Ríos, la arriada inundó las tierras de Majarromaque, Berlanguilla y Vega Romana, alcanzando la lámina de agua a su paso por el paraje de La Florida, una anchura desconocida hasta entonces. En la campiña de Jerez, lo peor estaba aún por venir, y el enorme caudal del río (que luego se estimó en 2000m3 por segundo) crecido con las aguas del Majaceite, del Salado de Espera, de los arroyos de Jédula y del Zumajo… iba a arrastrar también el puente-sifón del acueducto de Tempul, cortando así el suministro de agua potable a la ciudad de Jerez (1).
Construido medio siglo antes, el "puente-sifón del Guadalete", como era conocido, formaba parte del trazado del Acueducto de Tempul, y había entrado en servicio en 1869. Proyectado, como el resto de la obra, por el ingeniero Ángel Mayo, este sifón, el de mayor longitud de todo el acueducto y el de mayor coste, era también el más singular y complejo ya que cruzaba el río Guadalete a través de "un puente de hierro de tres tramos de con arcos de sillería en ambas márgenes" (2). Con una longitud de 18.250 metros, el sifón arrancaba de los Llanos del Sotillo, cruzando las dehesas de Malabrigo y Berlanguilla para ir bajando suavemente hasta el río. El punto más crítico del sifón, y de todo el acueducto era el paso del río a través de este puente de hierro del que guardamos memoria gráfica gracias a las fotografías de Antonio Palomo González, cedidas gentilmente por su sobrino nieto Francisco Lozano Romero (3).
Consciente de la dificultad técnica que esta obra suponía, ya que requería apoyos en el lecho del río, el ingeniero había proyectado inicialmente una presa en la que se apoyaría la tubería, si bien, como él mismo indica, "al aprobar el Gobierno el proyecto, manifestó la conveniencia de que la Empresa hiciera el paso del río por medio de un puente, lo cual obligó a variar el emplazamiento 2 km aguas abajo". En este lugar las orillas tenían mayor pendiente lo que permitía mejores estribos para la obra que, como indicaÁngel Mayo en su Memoria "... se compone de, formando una viga continua tubular de 71,40 m. de longitud total, 1,60 m. de ancho por 1,70 m. de altura, dentro de la cual van colocados los tubos que forman el sifón. La viga de hierro se apoya en dos estribos de sillería y en dos pilas tubulares de 1,60 m. de diámetro, dejando un tramo central de 25 metros de luz, y los dos laterales de 20 metros cada uno." (4)
Para cimentar en el lecho del río las pilas en las que se apoyaba el puente, el ingeniero explica en su Memoria que "se han introducido por medio de que bajaban al interior de la pila, para excavar y hacer descender los tubos, hasta que se llegó a un conglomerado de gran dureza y resistente en la pila del lado de Jerez, y a la arcilla dura y compacta en la de Tempul, desde cuyo fondo se hizo el relleno de hormigón perfectamente hidráulico, formando así dos columnas o monolitos que constituyen los dos apoyos." El puente tenía una prolongación de 36,30 m. por la margen izquierda, con seis arcos de sillería para desagüe, más un terraplén de 120 m. sobre el que descansaba la tubería. Un arco de sillería rebajado, de 6 m. de luz unía el puente al estribo del lado de Jerez. Consciente de que en este puente-sifón el acueducto tenía su punto más vulnerable, Ángel Mayo alertaba de los: "este puente es la obra de más cuidado y que exige mayor vigilancia del acueducto, por lo cual tiene un guarda especial, pues siendo el punto de mayor carga del sifón, es al mismo tiempo de difícil y larga reparación cualquier accidente, además del que ya hemos indicado anteriormente, que en ríos de las condiciones del Guadalete, (5).
No estaba equivocado el ingeniero y, apenas cincuenta años después de construido, el puente-sifón del Guadalete, la obra más emblemática del Acueducto de Tempul, sería arrastrado por la gran avenida del 7 de marzo de 1917 que, como venimos relatando, había hecho estragos aguas arriba en todas las poblaciones ribereñas. El testimonio de un testigo presencial de los hechos podía leerse unos días después en El Guadalete, describiendo con toda su crudeza la catástrofe: "El guarda que la Junta de Obras del Pantano de Guadalcacín, tiene a su servicio en el vivero que posee en la Junta de los ríos, refiere que la noche del desbordamiento del Guadalete, la pasó vigilando los terrenos bajo su custodia. , dice el guarda, que en la dirección de Arcos,. Según los técnicos se deduce que la enorme cantidad de troncos, leña, basura, etc. etc. obstruyeron los ojos del puente de San Miguel de Arcos embalsando el agua, hasta que la formidable fuerza de la corriente volcó el puente, no pudiendo resistir el de La Florida la furiosa velocidad que llevaban las aguas cuando llegaron a él. El guarda aún recuerda asustado el fantástico y aterrador espectáculo"(6).
El enorme caudal multiplicó sus efectos devastadores por el violento empuje que provocaba la gran masa de árboles y vegetación que arrastraba la riada, ante la que el puente-sifón acabo cediendo. "El tramo metálico se había partido por el centro el trozo perteneciente al estribo de la margen izquierda, tumbándolo en la orilla, mientras que el trozo de la derecha había sido, quedando en lo alto de unos tarajales que nunca habían sido cubiertos por las aguas del río. Por el suelo quedaron los seis arcos de sillería destruido en cerca de un centenar de metros de los ciento veinte que tenía el terraplén continuador del puente" (7). La imagen de las grandes vigas de celosía del puente arrastradas por la corriente que tomara el arquitecto Hernández Rubio, y que ilustran este reportaje, hablan por sí solas de la magnitud de la avenida (8).
La destrucción del puente-sifón tuvo para Jerez fatales consecuencias al cortarse el suministro de agua potable que tardaría en solucionarse de manera provisional, casi dos meses, como veremos en la próxima entrega. No es de extrañar por ello que hasta los diarios nacionales se hicieran eco de la noticia con destacados titulares. ABC en su edición el día 8 de marzo que "El temporal de aguas ha roto el sifón de los manantiales de Tempul que surte de agua a Jerez de la Frontera. Como dicho sifón está materialmente cubierto por las aguas, no podrá recomponerse hasta que éstas bajen" (9). La Correspondencia, se expresaba en similares términos informando que "desde Cádiz marcharonpara prestar los auxilios que sean necesarios, pues a causa del temporal han sido rotos los depósitos de aguas y las tuberías de conducción de aguas que abastecen a la ciudad de Jerez" (10).
Tras arrasar La Florida, la avenida inundó las vegas del Boyal, de El Torno, de Spínola, del Alamillo… Frente a Revilla y en torno al Cerro del León, la inmensa lámina de agua cubrió los Llanos de La Gredera y de la Ina, llevándose tras de sí las huertas y los sembrados, los aperos del campo, las chozas y las construcciones de los cortijos e inundando lo que quedaba de la Ermita. El viejo puente de Cartuja, construido en sólidos pilares de cantería, resistirá sin embargo el enorme caudal que el río transportaba, aunque sus accesos quedaron rodeados por las aguas, como sucedió con el Molino de la Villa, actual Venta de Cartuja. La carretera de Medina fue también cortada por la inundación, quedando de todo ello como prueba las imágenes que publicó la revista Mundo Gráfico una semana después de la riada (11).
Numerosos jerezanos, desde las primeras horas de la mañana del día 7 de marzo, se acercaron hasta las inmediaciones del monasterio de La Cartuja, entonces ocupada parcialmente por el Primer Depósito de Caballos Sementales de la Yeguada Militar, para ver la insólita crecida del río. El Guadalete informaba que "las aguas habían inundado los Llanos de la Ina... y muchas haciendas de la orilla izquierda del río... a las once de la mañana cubrían casi por completo los ojos del puente próximo al Monasterio de Cartuja" (12). En este lugar se personaron de inmediato las autoridades locales, encabezadas por el alcalde D. Julio González Hontoria, y el arquitecto municipal D. Rafael Esteve, quien se trasladó con el escaso material de salvamento del que disponía el municipio.
La crecida había sorprendido en las chozas y casas de la vega a algunas personas que era urgente rescatar, así como a un grupo de soldados de la Yeguada Militar que se encontraban en las dehesas de Zarandilla y La Isleta. El Gobernador Militar de Jerez, D. Miguel Núñez de Prado hizo un llamamiento para que, quien dispusiera de vehículos y de material de salvamento, acudiera a prestar auxilio, a lo que respondieron numerosos vecinos, así como los propietarios de distintas bodegas de la ciudad. Sin embargo, ante la falta de medios, iba a resultar providencial, la intervención de "tres individuos que se ofrecieron a prestar cuantos auxilios fuesen necesarios, advirtiendo que sólo contaban con una barquilla". Se trataba de los barqueros Francisco Atalaya Bellido, su hijo Sebastián Atalaya Pastoriza y Francisco Carmona Moreno, vecinos de las calles Santa Cecilia y Sol.
Su entrega y valor resultó determinante para salvar la vida a las personas que habían quedado aisladas "en unas chozas cercanas a … en inminente peligro de perecer ahogados. Sobre las techumbres de aquellas modestas viviendas se divisaban a cinco hombres que pedían auxilio, unos haciendo disparos con escopetas, otros ondeando prendas de vestir" (13). Sin pensarlo dos veces, y sin más ayuda que su experiencia en el río y su pequeña lancha, salieron hacia el lugar y tras media hora de interminable travesía consiguieron llegar a las chozas casi cubiertas por las aguas rescatando a sus cinco ocupantes. En una segunda intervención, los Atalaya y Carmona lograron salvar a otras cinco personas cercadas en La Isleta siendo trasladados al Cuartel del Depósito de Sementales en La Cartuja. Los numerosos vecinos que desde Jerez habían venido a ver la riada, fueron testigos de cómo, pese a la falta de medios, los barqueros de La Corta se habían convertido en héroes. El Guadalete informaba como a lo largo de la mañana "multitud de personas acudieron a las proximidades de La Cartuja... a caballo, en bicicletas y motocicletas, carruajes y automóviles y a pie... pudiendo contarse centenares de curiosos".
Sin descansar, ante la gravedad de la riada, "después de las dos de la tarde, los lancheros se dirigieron al cortijo de, en cuya casa, cercada por las aguas, se encontraba el Veterinario de la Yeguada Militar, D. Manuel Bellido y catorce soldados. En la barquilla, los que al desembarcar manifestaron que tanto el Sr. Bellido como los restantes compañeros habían optado por quedarse en la indicada finca, interesando que se les llevara pan y agua". En Zarandilla llegó el agua a metro y medio de altura. El veterinario y los soldados que allí se encontraban, se refugiaron en el piso alto de la casa temiendo también por la suerte de unas cuarenta yeguas que quedaban en las cuadras "a las que el agua llegaba a los corvejones". Como publicaba el diario El Guadalete, todas las cabras pertenecientes a la Yeguada Militar perecieron ahogadas y los valiosos caballos hubiesen corrido la misma suerte de no ser por la intervención del capitán jefe de la Yeguada, D. Álvaro Rodríguez, que en unión de otros soldados, "consiguió salvar una importante punta de yeguas que estaban próximas a perecer ahogadas... se hallaban en terrenos de , aunque aislados y fuera de peligro" (14).
La prensa local -como también la nacional- dedicó amplios reportajes a la heroica intervención de los barqueros con grandes titulares: "Atalaya y los suyos, dignos de recompensa". "Dichos individuos fueron ovacionados con verdadero entusiasmo por su meritísima labor, digna de preciada recompensa, como estimaron cuantos tuvieron ocasión de apreciarla" (15). No es de extrañar por ello que dos días después, en el Pleno municipal del 9 de marzo, el alcalde de Jerez, Julio González Hontoria hiciese constar "los trabajos de salvamento llevados a cabo con verdadero heroísmo" por los barqueros, proponiendo para premiarlos que "procedía se hiciese a favor de tan beneméritos individuos así como que se solicitase la distinción de la cruz de a que tan legítimamente se habían hecho acreedores. Adhiriéronse a esta propuesta los Sres. Barrera, Moliné y Lassaletta, acordando el Cabildo encabezar suscripción con tal fin con la suma de 250 ptas.…, y solicitar del Gobierno de S.M. la inclusión de los citados tres individuos en la Orden civil de Beneficencia" (16). Días después, se incluiría también al barquero en el citado expediente por su intervención en las tareas de salvamento (17).
Al igual que en los alrededores de La Cartuja y La Corta, en las proximidades de El Portal el río alcanzó sus máximos caudales inundando los Llanos de Las Villas y las Quinientas, El Torno de Carranza, Río Viejo y La Herradura… La lámina de agua se extendió por todo el estuario y las marismas de Doña Blanca afectando también seriamente a El Puerto de Santa María. La prensa nacional se hacía eco de que la riada había cortado la vía férrea en El Portal inundando un tramo de seis km (18). Las comunicaciones por ferrocarril no se restablecerían hasta varios días después ya que "el tren sigue cortado en El Portal y las comunicaciones entre Sevilla Cádiz no pueden avanzar por rodear la vía férrea grandes lagunas de agua, principalmente en los términos de Las Cabezas, Alcantarilla, Lebrija, Llanos de Caulina y Jerez, que se hallan anegados por la gran cantidad de agua que baja de la Sierra de Gibalbín. En el Portal siguen los trabajos de salvamento utilizándose lanchas" (19).
Conviene recordar que a finales del siglo XIX se había construido en El Portal una fábrica azucarera, así como una estación, un puente de hierro sobre el río y un barrio obrero. Buena parte de estas instalaciones quedaron seriamente dañadas por la riada y por el nivel alcanzado por la lámina de inundación al llegar "las aguas del río hasta las copas de los árboles que no fueron arrancados. Han sufrido daños los edificios de la Azucarera Jerezana y la casa del Jefe de la Estación. Muchas chozas han sido derribadas, rivalizando las autoridades y vecinos en el salvamento del personal. En los alrededores de El Portal, alcanza la inundación varios kilómetros de extensión" (20).
En El Puerto de Santa María, en la desembocadura del Guadalete el panorama era también desolador informando que "las aguas han traído restos de chozas, árboles, animales y enseres que arrastró, sembrando la ruina en todas partes. Las líneas telefónicas y telegráficas han quedado destruidas. No han llegado trenes de Madrid; están detenidos en El Portal" (21). Continuará.
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José y Agustín García Lázaro
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