Las horas más bajas de La Atalaya
El complejo museístico muestra un estado de abandono total, con sus empleados sin haber cobrado aún la nómina de julio y un recinto en el que la maleza y la suciedad se unen a la falta de vigilancia
Hace ya tiempo que la voz de don Álvaro se dejó de escuchar en las salas del palacio. Este personaje era un imaginario relojero que, en forma de holograma, recibía a los visitantes y les introducía sobre qué podrían encontrarse en el Museo del Tiempo, nombre como se le denomina desde hace años al popular Museo de Relojes.
Y es que estamos en el complejo de La Atalaya, en donde sus dos museos, el anteriormente mencionado y el Misterio de Jerez -el del Vino-, van muriéndose poco a poco. El vacío de competencias que parecen tener tanto el Ayuntamiento de Jerez como la Diputación de Cádiz, los dos patronos de la Fundación Andrés de Ribera, que tutela ambos museos, ha provocado una situación de absoluta dejadez hacia las instalaciones y hacia la docena de empleados que, a día de hoy, todavía no han cobrado la nómina de julio, un problema, éste de los cobros, que llevan sufriendo desde hace tres años. Esta situación se torna más dramática máxime cuando se firmó hace ya varios meses un acuerdo en el Sercla en el que se garantizaba para el pasado mes de julio un Plan de Viabilidad del que, por el momento, no se sabe nada, mientras que Ayuntamiento y Diputación dan la callada por respuesta.
Y es que, además de la falta de cobro, los trabajadores se ven obligados a multiplicar sus habituales tareas. Tan pronto pueden convertirse en guías, como les toca estar en la portería e, incluso les han llegado a insinuar que también podrían acabar realizando tareas de de jardinería. Las de vigilancia, por cierto, ya las han realizado. De hecho, no hace mucho una de las empleadas tuvo que ir detrás de dos 'cacos' que, ni cortos ni perezosos, les dio por llevarse un cuadro de una de las oficinas que, al final, pudo ser recuperado.
Y es que, el problema de la vigilancia es otro de los que atenaza a La Atalaya. Después de que la empresa de seguridad rescindiese su contrato ante la falta de cobro, ya no hay vigilantes que controlen los accesos. Ahora entra todo el mundo como Pedro por su casa e incluso se dan el gustazo de aparcar el coche dentro del recinto, como hizo hace pocos días un turista francés que iba a contemplar el espectáculo de la cercana Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre. Doce cámaras son las que ahora velan por la seguridad de las instalaciones. Sin embargo, aunque funcionan, no graban.
La falta de luz y de aire acondicionado es otro problema. Hasta tres avisos de cortes de luz se han recibido en los últimos tiempos. Los turistas tienen que sufrir los rigores del calor jerezano dentro del Museo y se preguntan por qué están tan poco iluminadas las salas, recibiendo por respuesta que es para conservar mejor los relojes, algo curioso teniendo en cuenta que el relojero que los ponía a punto hace ya tiempo que se fue aburrido de no cobrar. Ahora, varias de estas piezas de los siglos XVII a XIX lucen estropeadas, huérfanas de cuidado. El único trato que reciben los relojes es cada lunes, cuando se les da cuerda por parte de los empleados.
La ausencia del holograma de don Álvaro la notan también aquellos turistas que, años después, repiten viaje a Jerez. Después de estropearse el proyector se decidió cerrar la sala en la cual aparecía.
Pero lo que de verdad causa tristeza es comprobar en qué estado se encuentran los jardines. Y es que si Edgar Allan Poe se hubiera paseado hoy día por allí, seguro que hubiera tenido grandes ideas para uno de sus cuentos de terror.
Una estropeada estatua de una joven con un canasto de flores luce en alto, entre matojos y plantas dejadas de la mano de Dios, que crecen y crecen sin que ningún jardinero les eche cuenta. Las malas hierbas buscan quitarle sitio al césped y un ficus, de grandes dimensiones, luce cuasi arrancado al lado de las oficinas. Mientras, las fuentes que antaño refrescaban el lugar, lucen ahora apagadas y sin una gota de agua.
La falta de limpieza también es palpable. La Atalaya solo cuenta ya con una limpiadora, que no da abasto para cubrir todo el recinto. Ahora está de vacaciones, por lo que la suciedad empieza a acumularse de manera vergonzante. Restos de algunas de las celebraciones de boda que se celebran en las instalaciones periódicamente, como vasos de cristal, papeles, botellines de refrescos e incluso cubiertos se pueden divisar a poco que uno se fije paseando por el recinto.
En cuanto a los servicios, los que se encuentran en las oficinas hace ya tiempo que están cerrados debido a los atascos, por los que los turistas deben emplear los que se encuentran junto a la bodega San Jorge, el lugar destinado a los eventos. Lo malo es que no se limpia desde la celebración de la última boda, por lo que la falta de higiene es patente. Algo absolutamente lamentable.
El estado de los techos de los edificios también empieza a preocupar. Hace ya años que no se arreglan y se teme que cualquier día pueda caerse una teja encima de alguien.
Todo este cúmulo de circunstancias provoca que la totalidad del recinto de sensación de abandono. Los propios trabajadores lamentan que muchos visitantes pregunten si los Museos están cerrados, ya que a simple vista esta es la sensación que se da. Otros ni siquiera entran a preguntar y pasan de largo, lo que ha provocado una alarmante caída de visitantes. De hecho, a menos que se hayan concertado visitas de grupos, lo normal en estos días es que sean entre 20 y 30 los turistas que se acerquen al complejo, por lo que los días de apertura se han reducido a cuatro (de martes a viernes) y solo en horario de mañana. Esto también ha provocado que se hayan suspendido las visitas al Misterio de Jerez, ya que solamente se ofrecen a grupos y actualmente no hay los suficientes para que su apertura salga rentable.
Con los museos en horas bajas, las celebraciones de boda se han convertido en la principal fuente de ingresos en La Atalaya. Sin embargo, muchas parejas están empezando a hacer cancelaciones nada más ver el estado en el que se encuentran los jardines. Otras, con su boda a la vuelta de la esquina, no pueden más que tirarse de los pelos.
Con la crisis económica que sigue en el horizonte, el poco dinero que hay para inversiones y el poco interés que se demuestra que hay desde las instituciones, La Atalaya, una de las joyas del patrimonio histórico y artístico de Jerez sigue muriéndose poco a poco.
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