Lo que ignoran las plantas
Cerebros en toneles
Una de las trampas de la autoconciencia consiste en que nos consideremos superiores al resto de los organismos sólo por el hecho natural de ser conscientes de lo que hacemos y pensamos. Es una trampa que nos tiene atrapados desde los inicios de nuestra civilización. Menos mal que la naturalización de la teoría del conocimiento nos está liberando poco a poco.
Aunque llevamos ya muchas décadas con la teoría de la evolución por selección natural, la arraigada creencia de que existe una pirámide en la naturaleza y que nosotros, los humanos, estamos en la cúspide se resiste a abandonarnos. En esa visión jerárquica del mundo vivo, los vegetales han ocupado siempre el escalafón más bajo. Clasificados como seres vivos poco complejos, cercanos al mundo inorgánico, los vegetales no han recibido el tratamiento filosófico y científico que merecen. Los prejuicios ideológicos han impedido un estudio objetivo de las funciones cognitivas y sociales de las plantas. Y en el mundo académico, los descubrimientos realizados con experimentos con vegetales han permanecido casi siempre en un segundo plano.
Stefano Mancuso y Alessandra Viola han publicado un excelente libro titulado 'Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal' (Galaxia Gutengberg, 2015). Stefano es uno de los principales investigadores en neurobiología vegetal y Alessandra es periodista científica. El resultado de esta colaboración es un libro de 140 páginas que nos empuja a cambiar ciertas categorías.
Las plantas tienen una estructura distribuida. No concentran sus funciones en órganos concretos. Poseen estructura modular. Si pierden un trozo, no ocurre nada grave. La planta se regenera y sigue existiendo con todas sus funciones. Su modo de vida estático ha dado lugar a otras formas de adaptación. Expuestas al apetito voraz de los herbívoros, la distribución de las funciones por toda la planta ha posibilitado su supervivencia. Esta distribución uniforme implica otras formas de percibir la realidad, de comunicación social y de inteligencia.
A lo largo del libro los autores desmontan los viejos prejuicios. Atribuir percepción, inteligencia y relaciones sociales a las plantas no es ni una exageración ni una mera analogía. La estrategia argumentativa consiste, primero, en definir qué es ver o qué es una conducta inteligente, por ejemplo. A continuación comprobamos si lo que hacen las plantas encaja con esa definición. Los autores dicen que las plantas tienen nuestros cinco sentidos y otros quince más.
Las plantas son capaces de detectar la luz mediante sus fotorreceptores. También son capaces de emitir y reconocer determinadas moléculas, los olores. Hay plantas que reaccionan si las tocas, se retiran, como la Mimosa pudica. Las plantas trepadoras palpan los objetos. Y las raíces bordean las piedras molestas. También detectan vibraciones, sonidos, y ciertas frecuencias les favorecen más que otras, por ejemplo para la germinación. Incluso emiten sonidos: una especie de clic, por rotura de las paredes celulares, y que podría servir para comunicarse, a través de las raíces. Los otros quince sentidos incluyen la capacidad de localizar humedad, la gravedad, campos electromagnéticos, medir gradientes químicos…
Del mismo modo se aborda la comunicación y la inteligencia. Aunque los vegetales no disponen de cerebro, son capaces de enviar mensajes interna y externamente. La inteligencia que exhiben es distribuida también. Solucionan problemas. Encontrar agua y nutrientes o ser capaces de reconocer a los enemigos requiere procesar información y dar una respuesta eficaz. Los enjambres de raíces muestran propiedades emergentes, inteligencia global, al modo de internet. Los autores aportan numerosos ejemplos sobre investigaciones que se están llevando a cabo y que prometen abrir nuevos senderos para la ciencia, la tecnología y la filosofía.
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